Hace 30 años México se debatía entre “la modernidad” y el conflicto. Entre las promesas del discurso político de la época, se encontraba llevar a México al primer mundo, vía la apertura comercial y la liberalización de la economía, lo cual se sintetizaba con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC).
Escrito por: Mario Luis Fuentes
A lo largo de la administración de 1988 a 1994, se habían implementado profundas reformas a la Constitución y se habían modificado con ellas los principales artículos que habían vertebrado el discurso de la Revolución Mexicana: el artículo 3º, 4º, 27 y el artículo 130, con los cuales se modificaban las coordenadas del sistema educativo, se había reconocido el carácter pluricultural de la nación mexicana, se alteraba el sistema de propiedad de la tierra y se daba paso a una nueva lógica de relación del Estado con las iglesias.
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El discurso modernizador del país, sin embargo, se vio totalmente confrontado con la rebelión zapatista; la de los sin voz, como les llamó en su momento el Subcomandante Marcos, y mediante la cual se expresaron los agravios históricos acumulados en un país que pretendía caminar bajo la égida del discurso casi único, y bajo la idea de pretender ser “una sola nación”, “una sola cultura”, “una sola visión de México”.
Menos de tres meses después, la violencia política cobró la vida de Luis Donaldo Colosio; y meses más tarde, la de José Francisco Ruíz Massieu, saga que se prolongó hasta la desaparición del entonces diputado Manuel Muñoz Rocha.
Hace 30 años México se encontraba muy cerca de una de las mayores crisis económicas de las que se tiene memoria, que llevaría a casi el 60% de la población a la pobreza por ingresos, y como entonces, aunado a un contexto de profundas desigualdades, las condiciones estructurales que permiten la exclusión de millones se mantienen prácticamente intactas: un régimen fiscal regresivo; una economía sin la capacidad de crecer de manera suficiente y sostenida; una política social sin capacidad que no lograba atemperar la concentración del ingreso; y un régimen político que no termina de consolidarse como una democracia plena capaz de construir consensos en un contexto de pluralismo y diversidad.
El año que inicia debería tomarse como una oportunidad para sintetizar los aprendizajes acumulados, y con base en ellos plantear una auténtica reconciliación en el país, donde no pretenda imponerse una sola visión y donde podamos convivir, pero, sobre todo, contribuir todas y todos a la construcción de una nación capaz de articular un nuevo curso de desarrollo hacia la igualdad y hacia el cumplimiento universal de los derechos humanos.
En las tres últimas décadas ha habido tres alternancias en el gobierno de la República, y a la fecha, solamente Coahuila es la única entidad de la República donde ha gobernado un solo partido político en los últimos 100 años. A diferencia de lo que teníamos en 1994, el sistema urbano nacional se ha transformado radicalmente, y nuestra población creció de 89 millones a los 130 millones de habitantes que hoy hay en el territorio nacional.
La migración, las violencias y la perniciosa presencia del crimen organizado son variables nuevas en un escenario nacional convulso; y todo ello, de la mano de un proceso de fractura democrática en el que los partidos políticos atraviesan por su peor crisis desde que inició la lenta e inacabada transición democrática que dio inicio en 1968.
Como en 1994, México tendrá una elección en la que, una vez más, se plantea la consolidación de un proyecto transexenal, que promete llevar al país a la senda del progreso y el bienestar generalizado; de la paz, de la justicia y de erradicación de la corrupción. Como entonces, pareciera que el Ejecutivo tiene el control de todas las variables; y es por ello que no debe olvidarse que, parafraseando a Marx, en aquellos días todo lo aparentemente sólido se desvaneció en el aire.
Frente a las últimas tres décadas, otra de las diferencias radicales que marcarán el rumbo del país es que, pase lo que pase, tendremos por primera vez una mujer titular del Ejecutivo Federal; una cuestión que no es menor y que abre una oportunidad histórica para avanzar con mucho mayor celeridad hacia la plena igualdad entre mujeres y hombres.
Hay pues, varias líneas de continuidad, pero también varias rutas de posibilidad de transformación; a la par de vertientes sumamente preocupantes y que pueden fracturar aún más las capacidades del Estado para garantizar orden, seguridad y justicia, como lo es la extendida presencia y predominancia del crimen organizado en amplias franjas del país, lo cual se da, de manera paradójica, en el periodo de mayor militarización de la vida pública en México.
Por ello es urgente que el debate de la campaña que ya está en marcha pueda centrase en las cuestiones centrales para la construcción de un nuevo curso de desarrollo para el país, y ello abarca múltiples y complejas agendas en las que se sintetizan problemas y rezagos históricos, pero también otras que son inéditas tanto por su magnitud como por sus implicaciones. Entre las más importantes se encuentra la construcción de una burocracia civil que hoy se encuentran bajo la lógica de la autoridad militar.
En efecto, el cambio climático, la migración y el crimen organizado trasnacional, son algunos de los temas de alcance planetario, en los que México deberá avanzar muy rápido y de forma eficiente en los próximos meses y años; y en lo interior, los temas más urgentes están en la reconstrucción de los sistemas nacionales de Salud y de Educación; tendrá que construirse un nuevo federalismo que permita procesar la complejidad urbana, a la par de la dispersión territorial y el despoblamiento rural; urge una nueva lógica de seguridad pública y ciudadana centrada en las personas y es impostergable generar los acuerdos para un nuevo sistema fiscal progresivo.
Como hace 30 años, el país se debate entre la posibilidad o no de construir un proceso permanente de mejoría de las condiciones de vida de las y los mexicanos; y por ello debemos reconocer, parafraseando a Neruda, que ni nosotros, ni el país de entonces, somos los mismos.
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Investigador del PUED-UNAM
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