por Silvia E. Giorguli
La juventud se ha convertido en uno de los ejes centrales de organismos internacionales e instituciones nacionales en la discusión sobre el desarrollo (I).
Uno de los argumentos más frecuentes cuando se habla de los efectos negativos del acelerado crecimiento demográfico se refiere a la dificultad para ofrecer servicios de calidad para los jóvenes en edades escolares y para los que ingresan cada año al mercado de trabajo.
El rápido aumento en el número de quienes necesitan educación, se asume, repercute en la calidad. La oferta de opciones de trabajo decente para los jóvenes que ingresan anualmente a la fuerza laboral también puede representar una presión para las economías nacionales cuanto mayor es el número de ingresos. El reto de proveer de servicios a las generaciones futuras se tomó como uno de los argumentos del gobierno mexicano al momento de proponer un cambio en la política demográfica de este país de una orientada al poblamiento a otra basada en el control natal.
Sin la presión de las elevadas tasas de crecimiento de este grupo de edad, se abre un espacio de oportunidad para aprovechar mejor la inversión que se haga en educación, trabajo, salud y en las políticas sociales más generales dirigidas a los jóvenes.
El aumento en la educación
El aumento en la matrícula durante la secundaria y el mayor número de estudiantes ingresando a la educación media superior necesariamente implicaron un cambio en el tiempo en que una proporción de los jóvenes se mantuvo en la escuela.
En otros países, cambios similares en la educación vienen acompañados por la postergación de otros eventos en la vida de las personas: la entrada al mercado de trabajo, casarse y tener hijos, por ejemplo (Zavala y Páez, 2013). El argumento fundamental es que al ampliarse las oportunidades educativas y al estar por más tiempo en la escuela se desencadenan diversos procesos que llevan a los jóvenes a buscar prepararse mejor para entrar al mercado de trabajo y a un cambio en cuanto a los proyectos de futuro, lo cual estimula también que el proyecto de formar una familia se posponga.
La información sociodemográfica de las dos últimas décadas señala que en México esto no sucede. En palabras de María Eugenia Zavala y Olinca Paez (2013: 13), “el retraso en la salida de la escuela no pospone la maternidad en México”. De hecho, no hay cambios -o si los hay han sido muy modestos- en la edad mediana a la primera unión y al primer hijo en México (CONAPO, 2011). En consecuencia, la fecundidad adolescente no disminuye a los niveles que se esperaría, comparando a México con otros países de similar nivel de desarrollo. Por el contrario, se mantiene a niveles altos e inclusive habría alguna evidencia de aumentos para las generaciones más recientes (Menkes y Suárez, 2013).
Estos datos concuerdan con una elevada proporción de mujeres unidas jóvenes que no logran satisfacer su demanda de métodos anticonceptivos (25% para el grupo 15 a 19; cerca del 20% para el grupo 20-24) (Mendoza et al, 2011: 58).
Finalmente, el aumento en la educación no necesariamente ha resultado en una mejor inserción económica y una mayor certeza sobre la trayectoria laboral que permita planear hacia el futuro. En la formación de una familia propia, tal vez el dato más vehemente sobre la incertidumbre que enfrentan los jóvenes al establecer un hogar independiente sea el aumento en la proporción de los casados que residen con sus padres. Los datos censales del 2010 sugieren que a los 24 años el 40% de los hombres y 32% de las mujeres unidos no han formado un hogar propio, separado del de los padres o suegros (Giorguli y Angoa, 2013: 40). El dato es aún más sorprendente después de dos sexenios donde hubo una asertiva política de construcción y de oferta de créditos para la compra de vivienda nueva.
Políticas para jóvenes
La información sociodemográfica es muy clara en cuanto a los focos rojos que requieren de atención en los temas de juventud. Evidentemente el tema educativo es el que ha recibido mayor atención, probablemente seguido del laboral y del de salud. Los retos son muchos. En educación, el rezago y la deserción escolar, aunados a los problemas en la calidad de los servicios educativos, oscurecen los resultados en el aumento en la cobertura. La calidad educativa de las diferentes modalidades escolares —telesecundaria, secundarias en zonas rurales y en zonas urbanas, por ejemplo— reproduce la desigualdad social al exponer a los jóvenes en México a opciones de vida muy distintas.
En el plano de la formación familiar, este patrón de desigualdad se refleja en las opciones que tienen los jóvenes. Por un lado, un segmento mantiene un esquema de salida temprana de la escuela, entrada al mercado de trabajo, uniones a edades más jóvenes y embarazos inclusive antes de cumplir la mayoría de edad. El concepto de “juventud” y la forma en la que la vive este grupo es muy diferente de aquellos con mayor escolaridad “universitarios en su mayoría” que tienen mayores perspectivas sobre el futuro y que postergan la decisión de formar una familia (Solís y Puga, 2011).
El estancamiento en la fecundidad adolescente y el aumento en la tasa de mortalidad por causas violentas —homicidios y accidentes— entre los 15 y los 29 años (Partida, 2012) nos hablan de la necesidad de una política de atención integral que incremente las perspectivas de futuro y de mayor certidumbre a los jóvenes, especialmente a aquellos que enfrentan escenarios más adversos en diversos planos (laboral, educativo y familiar).
En el Plan Nacional de Desarrollo que se presentó este año los jóvenes siguen manteniendo un lugar importante. Aparecen principalmente en metas de acción que tienen que ver con educación y trabajo. Son más modestas o inexistentes, sin embargo, las menciones a estas otras dimensiones que la dinámica demográfica deja ver y que no se alterarán en el corto plazo si no hay una política dirigida principalmente a disminuir las desigualdades en las oportunidades entre los jóvenes al momento de transitar hacia la adultez.•
*La autora agradece el apoyo de Adela Angoa para obtener alguna de la información sociodemográfica que se presenta y a Alejandra Rodríguez por su revisión de la agenda de juventud en el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018
Nota:
I. El Fondo de Población de Naciones Unidas es un ejemplo de la centralidad que se da a la juventud en el discurso internacional sobre desarrollo. Véase, por ejemplo, el Programa de Acción para los Adolescentes y Jóvenes (2007). En el caso de México, el tema de los jóvenes también ha ganado lugar entre las políticas públicas. Así lo demuestra la formación del Instituto Mexicano de la Juventud en 1999 y la elaboración de dos Programas Nacionales de la Juventud (2002-2006 y 2008-2012).
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