El cambio estructural para el desarrollo demanda la recomposición del producto y del empleo para impulsar un círculo de especialización productiva y de inserción dinámica en la economía global
IntroducciónI
Para consolidar dicho círculo virtuoso de crecimiento se deberá avanzar en tres dimensiones:
i) Diversificación y densificación de la matriz productiva a fin de generar más encadenamientos (linkages) y derrames (spillovers) entre las actividades económicas.
ii) Pautas de innovación que aseguren sendas de elevada expansión de la productividad y del empleo digno en la economía, de manera que se cierren las brechas internas y las externas con respecto a los países desarrollados.
iii) Distribución más igualitaria del ingreso de modo que se eleve el bienestar de la población y se amplíe el mercado interno (CEPAL, 2012b). Un cambio estructural que satisfaga estas premisas permitirá insertar la economía subregional en una senda de desarrollo sostenible y con igualdad.
Este proceso exige un manejo coordinado de la política macroeconómica y de las políticas de desarrollo productivo que asegure una evolución sostenible de los déficits comercial y fiscal a fin de evitar endeudamientos excesivos y cuellos de botella.
En el primer apartado de este artículo se ilustra la creciente importancia de los servicios y la reducción de las actividades industriales y agrícolas en la estructura económica de la subregión centroamericanaII.
La segunda sección explora la dinámica heterogénea de la expansión del empleo y la productividad en los países de la subregión y los efectos de la crisis de 2009 en esta dinámica.
La tercera parte incluye algunos elementos para un cambio estructural “virtuoso” en la subregión. El artículo cierra con algunas reflexiones sobre los cambios en centroamérica.
1. Centroamérica y República Dominicana
En el período analizado, el PIB real de la subregión se triplicó, al pasar de 86.818 millones de dólares en 1990 a 258.012 millones de dólares (constantes de 2010) en 2015. La tasa de crecimiento promedio anual del PIB subregional fue de un 4.5%, por encima de la media alcanzada por América Latina y el Caribe (3%).
La República Dominicana y Panamá fueron las economías más dinámicas; sus tasas de crecimiento promedio anual de 5.4% y 5.9%, respectivamente, fueron las más altas de toda América Latina y el Caribe en este lapso. Sigue Costa Rica, con una tasa media de crecimiento anual de 4.5%, luego Guatemala y Honduras (ambas con un 3.7%), Nicaragua (3,5%) y El Salvador (3%).
En promedio, en estos 26 años la República Dominicana aportó el 26,4% al PIB subregional, seguida de Guatemala (19,3%), Costa Rica (17,2%), Panamá (16,4%), El Salvador (9,1%), Honduras (7,3%) y Nicaragua (4,4%).
FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR La contribución de la agricultura ha sido la que más ha disminuido, de un 12.4% en 1990 a un 9.2% en 2015, a excepción de Nicaragua, que observó un aumento de 1.4 puntos porcentuales
En 2009, a partir de la crisis de Lehmann Brothers, el PIB cayó en cuatro países de la subregión, pero subiendo ligeramente en la República Dominicana, Panamá y Guatemala. El subsecuente repunte económico en 2010-2011 permitió principalmente a Panamá recuperar los ritmos de crecimiento que tenían antes de la crisis, ligados a la continuación de programas de inversión pública, iniciados tiempo atrás.
El episodio poscrisis significó un crecimiento favorable del producto en Nicaragua (6,2%), Costa Rica (4,5) y Guatemala (4,2%).
Por sectores, los servicios tienen hoy en la subregión la mayor participación en el PIB, con una contribución que aumentó de 63% en 1990 a 69% en 2015. El sector industrial sigue siendo la segunda actividad en importancia en la subregión. No obstante, su aporte promedio al PIB subregional ha disminuido en los últimos 26 años, al pasar de un 24.6% en 1990 a un 21.7% en 2015.
Entre 1990 y 2015, el sector de servicios consolidó su importancia en la estructura sectorial del PIB, aunque existen ciertas tendencias particulares a nivel de los países. Los servicios presentaron la mayor participación en Costa Rica y Panamá (a pesar de su caída de 3.2 puntos) del 73% y 76.3%, respectivamente. En todos los países el aporte del sector industrial a la actividad económica nacional se redujo, a excepción de Panamá y El Salvador, en los que prácticamente permaneció sin cambios.
En el período 1990-2015 las modificaciones de la composición sectorial del PIB corroboraron el hecho de que en la estructura productiva de los países de la subregión hubo un cambio limitado. Un análisis más desagregado permite concluir que sólo en Panamá se produjo una transformación estructural importante, equiparable al 23.5% de su PIB, pero en el resto la modificación de la composición del producto es menor, equivalente a una cifra entre un 9.5% y un 14% del PIB.
El Salvador es el país que registra el cambio estructural más reducido de toda la subregión (9.5%), junto con la República Dominicana (9.7%). En el período en que el crecimiento de El Salvador se desaceleró más (2000-2015), el cambio estructural también fue el menor de la subregión (2,3% del PIB).
2. PIB, empleo y productividad: un trinomio virtuoso de expansión económica
El crecimiento sectorial y el desempeño de la productividad relativa entre 1991 y 2013 muestran las siguientes tendencias generales:
i) Las economías que exhibieron un crecimiento notable de la participación relativa del sector servicios en el PIB son Guatemala, Honduras, la República Dominicana, Panamá, El Salvador y Costa Rica.
ii) En Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y la República Dominicana mostraron una disminución de la participación del sector industrial en el PIB, aunado con reducción en el empleo. Sólo Panamá mostró un crecimiento de la participación en el PIB junto con aumento del empleo, pero con disminución leve de la productividad laboral.
iii) Sólo Nicaragua registró un aumento del peso del sector agrícola en el PIB. Los países que registraron caídas de su productividad relativa fueron El Salvador y Guatemala en contrasta con un aumento del empleo.
Las actividades bajo regímenes especiales para la exportación, como las zonas francas, muestran un mejor desempeño de la productividad laboral que las orientadas al mercado nacional. Esta dualidad refleja uno de los grandes retos de la pauta actual de desarrollo: la escasa capacidad del sector exportador para inducir mayor productividad y crecimiento en el conjunto del aparato productivo nacional.
FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR
Por ejemplo, el crecimiento de la productividad laboral en las zonas francas de Costa Rica en 2006-2010 fue casi cuatro veces mayor que en el resto de la industria manufacturera. Esto plantea la necesidad de diseñar políticas públicas para que la productividad sectorial converja al alza en ambos grupos de industrias, independientemente de su mercado principal de destino, y se amplíen los encadenamientos entre los dos sectores.
En el pasado reciente, América Latina ha tenido un pobre desempeño en cuanto a productividad laboral. Por ejemplo, entre 2000 y 2013, en África Subsahariana y Sudestes de Asia la productividad laboral creció a tasas medias anuales de 2% y 3.4%, respectivamente, por encima del 1% registrado en América Latina y el Caribe. En Centroamérica y la República Dominicana el reto es similar; de hecho, la productividad en la subregión alcanzó una tasa media del 2% en el mismo lapso.
En los últimos 24 años sólo Panamá, la República Dominicana y Costa Rica, como resultado de un incremento medio anual de 2.5%, 3% y 2.1% de su productividad laboral, respectivamente, disminuyeron su brecha con respecto a los Estados Unidos. En contraste, la productividad laboral se estancó en Honduras, mientras que en El Salvador, Guatemala y Nicaragua mostró un aumento moderado.
Para los propósitos del presente análisis se considera que una senda de expansión económica en un período dado está balanceada si las tasas medias de crecimiento del empleo y de la productividad laboral son muy similares. Además, dicha senda de expansión será, por así decirlo, virtuosa, si cumple dos condiciones centrales: i) si genera de manera sistemática empleos de calidad suficientes para absorber el aumento de la fuerza laboral, y ii) si la productividad se expande a un ritmo que acorte sustancialmente las brechas con respecto a la frontera tecnológica, sean los Estados Unidos o la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
Para los fines del análisis de la subregión se considera que una economía está en una senda de crecimiento balanceado si en el período en cuestión la diferencia entre la tasa media de crecimiento anual del empleo y la de la productividad no supera un punto porcentual.
Asimismo, un prerrequisito es que ambas tasas sean positivas. Cabe subrayar que, aunque la senda esté balanceada, no es seguro que otras restricciones importantes, por ejemplo, de balanza de pagos o de tipo fiscal, no impidan mantener un ritmo de crecimiento económico elevado y sostenido.
Considerando el subperíodo 2000-2013, El Salvador tuvo una expansión balanceada entre producto, empleo y productividad laboral. Llama la atención el dinamismo de aumento del PIB y del empleo en Nicaragua que contrasta con una productividad laboral negativa. Aunque Guatemala y Honduras se vieron alentados por el buen desempeño del PIB y el empleo, la productividad laboral permaneció estancada.
El mejor desempeño productivo y laboral se registró en Panamá y la República Dominicana, y favoreció el crecimiento de la productividad, 1.8% y 2.3%, respectivamente. Tomando como base dichos parámetros, la senda de expansión de Panamá, la República Dominicana y Costa Rica en 1991-2013 refleja un equilibrio entre la dinámica del empleo y la productividad laboral.
Por su parte, Nicaragua, Guatemala y El Salvador registraron un crecimiento elevado del empleo, pero con caídas de la productividad laboral, lo que se tradujo en bajos ritmos de incremento del PIB. Honduras es un caso intermedio, pues su crecimiento se apoyó muy marcadamente en el empleo y una caída moderada de su productividad.
La crisis de 2008-2009 desaceleró las economías de la subregión en forma diferenciada. En síntesis, en Honduras y Costa Rica el empleo fue menos afectado, pero a costa de caídas de productividad. En El Salvador tanto el empleo como la productividad se contrajeron. Panamá y la República Dominicana lograron aumentar el ritmo de actividad económica, pero con un pobre desempeño en cuanto a absorción de empleo; de hecho en esta última el empleo se contrajo.
En 2010-2011 el PIB de todos los países de la subregión repuntó. Sin embargo, solo en Panamá, la República Dominicana y Nicaragua retornó al nivel alcanzado antes de la crisis. En esta recuperación los desbalances entre el ritmo de crecimiento del empleo y el de la productividad se agudizaron. En ese bienio Panamá creció con fuerza (11,8%), con el apoyo de una notable alza de la productividad. Por su parte, Costa Rica y Guatemala experimentaron un repunte, apoyado más en el alza de la productividad que en la del empleo. En contraste, Costa Rica, la segunda economía que más rápido creció en la recuperación, lo hizo con aumentos considerables del empleo, pero con una desaceleración en la productividad. El Salvador siguió un patrón similar, con un alza del empleo del 2% muy por encima de la productividad. Honduras, que incrementó su productividad y producto, tuvo una reducción mínima en la generación de empleo.
Entre 1991 y 2013 las brechas entre el incremento del PIB y el de la productividad se han ensanchado dentro de la subregión. Panamá, la República Dominicana y, en menor medida, Costa Rica, integran el grupo más dinámico. Honduras, Guatemala, Nicaragua y El Salvador crecieron a ritmos más lentos. Las brechas en las tasas medias de expansión anual del PIB son rebasan los dos puntos entre el primer grupo y el segundo.
En cuanto a la productividad, la diferencia es aguda entre la República Dominicana, Panamá y Costa Rica con respecto al resto de Centroamérica, con valores que van de 1.2 hasta casi hasta casi 3.5 puntos porcentuales.
En casi todos los países de la subregión el empleo sectorial registró una disminución relativa en el sector agrícola y un aumento de la participación en el de servicios. Por ejemplo, en El Salvador y Guatemala se produjo un engrosamiento del empleo agrícola asociado a un menor dinamismo de la absorción de empleo en la industria y servicios.
Nota: las cifras de las columnas de cada país referidas al PIB y al empleo muestran la participación sectorial en el total correspondiente de 1991 y de 2006. Las cifras de productividad registran el cociente de dichas participaciones del PIB y el empleo. Por ende, dicho cociente expresa la diferencia entre la productividad del sector y la productividad media de la economía que, por definición, se toma como la unidad de comparación.
En cuanto a la composición del producto, salvo en Nicaragua, la participación del sector agrícola se contrajo. La expansión en Nicaragua ocurrió en un marco de retroceso de la industria y de aumento marginal de los servicios. El peso de la industria se elevó únicamente en Panamá. La participación del sector de servicios se ha incrementado en República Dominicana (8.4 puntos), Guatemala (7), Honduras (7), El Salvador (4.3) y Costa Rica (3.1).
A pesar de la importancia de los servicios en la subregión, la productividad relativa tuvo expansiones inferiores al medio punto porcentual. Esto revela que la mayor participación de los servicios en el PIB no ha ido acompañada de una mayor productividad relativa, lo que sugiere que fue la participación de los servicios de bajo valor agregado la que más aumentó ante una escasa absorción de empleo en los sectores más dinámicos.
3. Tecnología y escalamiento en la cadena de valor: los retos
La subregión emprendió grandes esfuerzos, sobre todo a partir de la década de 1990, para aumentar su crecimiento económico apoyado en el comercio exterior y fortalecer su proceso de regionalismo abierto. Esto generó un cambio en la estructura productiva vinculada al sector externo, pero con limitaciones importantes respecto de la innovación, la productividad y la generación de empleo de calidad.
La canasta exportadora centroamericana basada en recursos naturales se transformó en otra compuesta de productos manufactureros. En este proceso fueron importantes la Iniciativa para la Cuenca del Caribe y los incentivos fiscales a la inversión extranjera directa (IED) y a la maquila de exportación de textiles y de confección.
Más recientemente, la relocalización de diversas etapas de la producción, en sectores como el electrónico y de instrumental médico, abrió la oportunidad para replantear las formas de inserción internacional.
Nuevos productos y nuevos socios se abrieron paso. Así, en los años recientes destaca la importancia de las exportaciones de servicios como externalización de procesos de negocios —entre ellos los centros de llamadas—, servicios médicos, turismo, logística y servicios profesionales a distancia. Cabe subrayar que sólo en Costa Rica, Panamá y la República Dominicana la balanza de servicios arroja superávit. Aun así, dicho superávit no compensa el déficit en el comercio de bienes.
Aun cuando la canasta exportadora cambió notablemente, la estructura general de la producción y del empleo no se modificó al mismo ritmo. En ausencia de una política industrial activa, el cambió se apoyó en políticas comerciales que no lograron superar la heterogeneidad estructural. El sector vinculado a los mercados externos y ubicado en las zonas especiales (zonas francas) registró un alza de productividad, mucho más elevada que la del resto de la economía, pero no logró arrastrarla a una trayectoria de expansión dinámica y sostenida.
Con ello, dentro de cada país se reforzó una dualidad estructural que dificulta la salida de una senda de bajo crecimiento de la producción y el empleo. Esto plantea la necesidad de diseñar políticas públicas en procura de mayor convergencia y encadenamiento entre la estructura productiva sectorial interna y la orientada a la exportación.
Centroamérica y la República Dominicana han hecho de la IED un pilar de su estrategia de inserción internacional y promoción de exportaciones. En ese empeño, se diseñaron incentivos para atraerla, en particular mediante zonas francas o zonas especiales para la exportación (CEPAL, 2011a).
El 35% de la IED que recibe la subregión (salvo Guatemala y Panamá) se destina a la manufactura, mayormente en sectores de maquila para los Estados Unidos. En Panamá, la República Dominicana, El Salvador y Nicaragua el resto de la IED se ha concentrado en los servicios, sobre todo en las telecomunicaciones, los servicios financieros y los de carga y transporte.
No obstante el dinamismo de la IED, la balanza de divisas ha sido deficitaria si se toma en cuenta, además, el flujo neto de capitales y las remisiones por concepto de utilidades y regalías. Por lo tanto, habrá que considerar medidas que incentiven más la reinversión de ganancias en la subregión y que amplíen el número de empresas vinculadas a cadenas globales de valor (KGB) —generalmente ubicadas en zonas francas— y de sus ligas de proveedores y las articulen con el resto de la economía nacional. Estos encadenamientos no son automáticos. Precisan de políticas públicas específicamente diseñadas para construir capacidades productivas y tecnológicas, y para promover este tipo de inversión.
Cabe subrayar que la integración subregional ayuda a enfrentar el reto de la dualidad económica. El comercio subregional es un medio de aprendizaje y fortalecimiento de capacidades y, por lo tanto, contribuye a potenciar una mayor competitividad en el mercado internacional. En el comercio subregional se insertan más fácilmente las pequeñas y medianas empresas, lo que puede favorecer su inclusión posterior en las cadenas globales de valor, incluida la posible multiplicación de “translatinas”.
Para obtener más provecho del proceso de integración centroamericano y un cambio estructural virtuoso, los países de la subregión deben enfrentar al menos cinco retos estratégicos:
i.) Ampliar su participación en las cadenas globales de valor mediante mayor valor agregado y empleo de calidad.
ii) Aprovechar el dinamismo del sector de servicios, vía la participación en aquellos de alto valor agregado y mayores incrementos de productividad.
iii) Vincular la canasta exportadora tanto al dinamismo de los mercados de Asia como en lo que respecta a sus encadenamientos con el resto del aparato productivo local, sobre todo con las pymes.
iv) Fortalecer el mercado subregional, incluidos Panamá y la República Dominicana.
v) Mejorar la coordinación entre las políticas públicas subregionales, considerando en la homogenización los incentivos a la IED y a las exportaciones, la infraestructura para el comercio, las regulaciones y la migración.
Dada la importancia de las pymes en la generación de puestos de trabajo, es necesario facilitar su mayor incorporación en cadenas de valor mediante políticas públicas enfocadas en la formación de capacidades endógenas para la innovación y, en general, en la generación y circulación del conocimiento como factor clave para la captura subregional de valor agregado (Pozas, Rivera y Dabat, 2010). Dicha transición es necesaria para aprovechar la tendencia actual de las redes globales de innovación (offshoring o relocalización en innovación).
En Centroamérica y la República Dominicana las tareas pendientes en materia de política pública para enfrentar los nuevos retos, aprovechar las oportunidades y, en particular, atraer IED más proclive a impulsar el cambio estructural para el desarrollo incluyente se relacionan con los siguientes aspectos:
– Formar trabajadores del conocimiento
– Invertir para contar con infraestructura de primer nivel en telecomunicaciones y transportes
– Mejorar los servicios empresariales, logísticos y financieros
– Adaptar esquemas de integración subregional para impulsar cadenas subregionales de valor y potenciar procesos de innovación
– Facilitar la puesta en marcha de nuevos enfoques y modelos de negocio (por ejemplo, licencias, franquicias, empresas conjuntas), para coordinar las redes globales de innovación con criterios de desarrollo local
– Fortalecer los sistemas nacionales de innovación y su vínculo con las redes globales de investigación y desarrollo tanto de corte empresarial como académico
– Incrementar el capital de riesgo como mecanismo para incubar empresas que impulsen innovaciones comerciales según el grado de desarrollo tecnológico y el tipo al que pertenezca su cadena de producción
– Generar instrumentos que promuevan la colaboración entre actores del sistema de innovación y difusión, incluida la creación de parques científicos y tecnológicos
– Fomentar la investigación conjunta entre universidades, centros públicos de investigación y empresas
Un reto adicional es el de cómo aprovechar mejor el dinamismo del comercio internacional de servicios y situarse en actividades relacionadas con eslabones de alta productividad y valor agregado. Al respecto convendría ampliar el marco de la institucionalidad de fomento de las exportaciones de servicios, incluido el diseño de instrumentos específicos y la creación de bienes públicos subregionales, una infraestructura común de telecomunicaciones y transportes, acceso a mano de obra calificada con certificaciones internacionales, y acuerdos que permitan su más libre movilidad.
En una primera fase las políticas podrían estar enfocadas en la atracción de IED mediante los diversos instrumentos identificados en párrafos anteriores. En una segunda fase, las acciones de política pública subregional buscarían impulsar el desarrollo de relaciones contractuales entre las filiales transnacionales y las empresas de servicios locales, con vistas a una asociación de mediano y largo plazo. Entre las acciones posibles estarían la homologación de impuestos y la nivelación de costos de infraestructura en la subregión.
El tercer reto es el de aprovechar el dinamismo de los mercados asiáticos. Los mercados emergentes han dado señales de desacoplamiento respecto de los ciclos económicos de los países industrializados. Prueba de ello es que países como China y la India han sido menos afectados por la crisis financiera internacional. En este sentido, no solo el dinamismo comercial asiático, sino su comportamiento en relación con los ciclos económicos resulta de interés para la subregión.
En cuanto al cuarto reto, el mercado subregional se beneficiaría con la inclusión de Panamá como socio pleno del MCCA. Este país negoció tratados de libre comercio con todos los países de la subregión y, recientemente, firmó un protocolo de adhesión al MCCA.
Como ha sucedido en el caso de El Salvador y Guatemala, a su vez Panamá podría aprovechar la homogeneidad, vecindad y complementariedad económica con Costa Rica a fin de avanzar en su preparación institucional para insertarse más plenamente en el MCCA. El comercio subregional se ha fortalecido con el acuerdo comercial con la República Dominicana y lo mismo ocurriría con el impulso que generaría Panamá en este proceso.
Finalmente, la integración subregional podría avanzar en la coordinación de políticas públicas, en especial en el diseño de proyectos nacionales con vocación y sentido subregional. Ejemplos son los esfuerzos por mejorar y ampliar la infraestructura para el comercio, los incentivos a la IED y a las exportaciones, y los marcos regulatorios correspondientes.
Tampoco hay que descuidar los proyectos que desde su concepción inicial han sido de índole regional, como la Red Internacional de Carreteras Mesoamericanas (RICAM), el Proyecto para el Desarrollo Marítimo de Corta Distancia y las iniciativas para reducir los tiempos en frontera, como el Procedimiento Mesoamericano para el Tránsito Internacional de Mercancías (TIM). Coordinar y planificar estos proyectos es indispensable, pues por su vocación y efectos extranacionales inciden en el desarrollo subregional.
En lo que atañe a la coordinación de incentivos, cabe subrayar que los países de la subregión hacen intenso uso de facilidades fiscales. En este esfuerzo se vuelve necesaria la coordinación para evitar una carrera hacia abajo (race to the bottom) en el ofrecimiento de ventajas a la IED y, a la vez, promover la creación de cadenas subregionales de valor y la transferencia de conocimientos y tecnologías, así como medidas más específicas de corte subregional, como procesos de etiquetamiento, entre otros.
4. Cierre
La subregión centroamericanaIII ha cambiado y al mismo tiempo en muchos aspectos se ha mantenido igual en los últimos 35 años. El PIB se triplicó entre 1980 y 2010, al tiempo que la heterogeneidad de ingresos y de velocidades de crecimiento aumentaba dentro de la subregión.
El Salvador, por ejemplo, ha evidenciado un periodo de estancamiento y bajo crecimiento de 15 años después de los dividendos iniciales de la firma de la Paz en 1992. Panamá y República Dominicana han evidenciado el viejo modelo agroexportador adaptándose a nuevos patrones de inserción internacional caracterizados por las operaciones transnacionales.
Grupos económicos subregionales se han expandido a toda Centroamérica generando en la subregión un campo unificado de acumulación a partir de los tratados de libre comercio y aprovechando las guerras fiscales subregionales que han otorgado generosos incentivos a la inversión extranjera directa después del CAFTA-RD. Estos conglomerados han coordinado inversiones y también posiciones políticas entre países al tiempo que han mantenido posiciones de dominancia de mercado.
Grupos económicos con alcance subregional también han sido absorbidos por el capital internacional manteniendo posiciones subordinadas a éste y guardando una buena parte de sus capitales afuera de la subregión. Toda esta dinámica subyace un cambio estructural parcial en la subregión.
Además de la tendencia a la “regionalización subordinada”, el modelo de cambio estructural centroamericano evidencia otras tres grandes tendencias:
1) La canasta exportadora de la subregión se ha diversificado hacia productos no tradicionales como las frutas, los mini vegetales, flores, mariscos, textiles sintéticos, minerales y servicios empresariales a distancia.
2) En todos los países el aporte del sector industrial a la actividad económica se ha reducido cediendo espacios a los servicios.
3) La subregión ha tenido una evolución modesta de la productividad y sólo Panamá y Costa Rica han cerrado la brecha de productividad respecto a Estados Unidos.
Pero la característica definitoria de esta etapa de desarrollo es la incorporación de la subregión a cadenas globales de valor. Además, la privatización no regulada de sectores clave en telecomunicaciones, energía y servicios portuarios –la creación de monopolios privados autorregulados– empujó hacia arriba los costos de producción del resto del entramado empresarial, lo que parece haber limitado las opciones de desarrollo productivo: la estrategia competitiva generalmente se ha basado en los bajos costos laborales, las regulaciones laxas y bajos impuestos.
Centroamérica pasó de tener 20 millones de habitantes en 1980, a más de 44 millones hoy en día y, a excepción de Guatemala, la mayor parte de la población vive hoy en zonas urbanas y periurbanas precarias. Todos los países, a excepción de Costa Rica y Panamá, se caracterizan por los mercados laborales informales, por la baja inversión social y por el rol central de la familia en la protección social.
La sesgada distribución factorial del PIB -entre rentas y salarios-, por un lado, y la baja carga tributaria y bajo gasto social per cápita, por otro, explican en buena medida como la migración y las remesas han consolidado el rol de la familia y no de la política social en el bienestar de la mayoría de las familias. Cuatro de cada 10 centroamericanos vive sin ningún tipo de protección social; la seguridad social alcanza a menos del 25% de la población. A pesar de todo, el gasto social ha aumentado en todos los países.
El empleo se ha movido del sector rural al urbano mientras la agricultura cae en importancia en el PIB y en el empleo (a excepción de Nicaragua). El empleo industrial se ha mantenido constante o ha declinado, dando paso al robusto crecimiento del sector servicios.
FOTO: CORTESÍA EXCÉLSIOR El modelo manufacturero ha permitido mayor participación femenina en el mercado laboral formal: las mujeres llegaron a representar el 80% de la fuerza laboral de la maquila en los 90, aunque sus salarios aún representan sólo una fracción del salario de los hombres, y en un contexto de sindicalización declinante en toda la subregión que hoy no alcanza a 5% de los trabajadores formales.
El cambio más perverso, como resultado de su localización geográfica, su debilidad institucional y patrones crónicos de violencia ha sido la explosiva irrupción de las actividades relacionadas con el tránsito de drogas. Las redes de crimen organizado asesinan, extorsionan, secuestran y corrompen y trafican con impunidad y la región se ha sumido en niveles de violencia no alcanzados durante el enfrentamiento interno.
La incapacidad del Estado de ofrecer educación de calidad y la incapacidad del sector privado de crear los 460,000 empleos que el perfil demográfico de la región demanda ha creado un coctel explosivo de juventud mal educada y sin oportunidades laborales, en un entorno de rápida urbanización periférica y precaria, de fragmentación familiar y decrecientes aspiraciones de consumo y movilidad social.
En los últimos 25 años la degradación ambiental, la pérdida de biodiversidad y la frecuencia e intensidad de los desastres naturales ha expuesto la fragilidad de los ecosistemas y de las sociedades y economías centroamericanas. El cambio climático ha emergido como una cuestión estratégica para el desarrollo de la región, a pesar de que produce menos de 0.5% de los gases de efecto invernadero.
La frecuencia e intensidad de desastres naturales ha agregado nuevas presiones a los frágiles procesos de desarrollo regional, nacional y local. La mayoría de la población se encuentra en asentamientos urbanos precarios e informales en cuencas del Pacífico, sujetas a eventos concentrados de precipitación y a grandes deslaves. También el cambio climático tendrá fuertes impactos en los cultivos que proveen una mínima seguridad alimentaria para los países de la región. La frecuencia y magnitud de desastres representa una seria carga fiscal que erosiona la capacidad del Estado de enfrentar otros desafíos de desarrollo.
La región ha experimentado cambios en su estructura económica y social. Durante los últimos 25 años algunas de las características negativas que contribuyen al atraso de la subregión se han acentuado, mientras que la región no parece haberse beneficiado de tendencias positivas de la globalización (cambio tecnológico, apertura de mercados, integración) que pudieran haber contribuido a su modernización. Nuestros desafíos son cada vez más apremiantes.
NOTAS:
I. Una versión anterior de este texto apareció en Hugo Beteta y Juan Carlos Moreno Brid “Cambio Estructural y Crecimiento en Centroamérica y la República Dominicana”, CEPAL 2014. El autor agradece la asistencia de Jesús Santamaría.
II. Para objeto de este artículo, la subregión incluye a Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y la República Dominicana.
III. Idem
Este miércoles pasado tuve la oportunidad, por invitación del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato,…
Preocupante se ha vuelto el tema de los embarazos en adolescentes en Chiapas, debido a…
El Día Mundial de la Televisión, celebrado cada 21 de noviembre, es una fecha que…
El estado de Nuevo León, ubicado en el noreste de México, es conocido por su…
La reciente reelección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos es un hecho…
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) presentó, en el marco de…
Esta web usa cookies.