El pueblo brasilero se ha habituado a afrontar la vida y a conseguir todo “en la lucha y a la fuerza”, es decir, superando dificultades, y con mucho trabajo. ¿Por qué no “enfrentaría” también el último desafío de hacer los cambios necesarios, en medio de la actual crisis, que nos coloquen en el camino recto de la justicia para todos?
El pueblo brasileño todavía no ha acabado de nacer. Lo que heredamos fue la Empresa-Brasil con una élite esclavista y una masa de destituidos. Pero del seno de esta masa nacieron líderes y movimientos sociales con conciencia y organización. ¿Su sueño? Reinventar Brasil.
El proceso comenzó a partir de abajo, y ya no hay cómo detenerlo, ni siquiera por los sucesivos golpes sufridos, como el de 1964, civil-militar, y el de 2016, parlamentario-jurídico-mediático.
A pesar de la pobreza, de la marginación y de la perversa desigualdad social, los pobres inventaron sabiamente caminos de supervivencia. Para superar esta anti-realidad, el Estado y los políticos necesitan escuchar y valorar lo que el pueblo ya sabe y ha inventado. Sólo entonces habremos superado la división élites-pueblo, y seremos una nación no escindida ya, sino cohesionada.
El brasileño mantiene su compromiso con la esperanza. «Es lo último que se pierde». Por eso tiene la seguridad de que Dios escribe derecho aun con líneas torcidas. La esperanza es el secreto de su optimismo, que le permite relativizar los dramas, bailar su carnaval, luchar por su equipo de futbol… y mantener encendida la utopía de que la vida es bella y que el mañana puede ser mejor. La esperanza nos remite al principio-esperanza de Ernst Bloch, que es más que una virtud; es una pulsión vital que siempre nos hace suscitar sueños nuevos, utopías y proyectos de un mundo mejor.
Se da en el momento actual, marcado por un casi naufragio del país, un cierto miedo. Lo opuesto al miedo, sin embargo, no es el valor. Es la fe de que las cosas pueden ser diferentes, de que organizados podemos avanzar. Brasil mostró que no es sólo bueno en el carnaval y la música, sino que puede ser bueno en la agricultura, en la arquitectura, en las artes y en su inagotable alegría de vivir.
Una de las características de la cultura brasileña es la jovialidad y el sentido del humor, que ayudan a aliviar las contradicciones sociales. Esa alegría jovial nace de la convicción de que la vida vale más que cualquier otra cosa. Por eso debe ser celebrada con fiesta, y ante el fracaso, mantener el humor que lo relativiza y lo hace soportable. El resultado es la levedad y la vivacidad que tantos admiran en nosotros.
Se está dando un casamiento que nunca antes se dio en Brasil entre el saber académico y el saber popular. El saber popular es “un saber hecho de experiencias”, que nace del sufrimiento y de las mil maneras de sobrevivir con pocos recursos. El saber académico nace del estudio, bebiendo de muchas fuentes. Cuando esos dos saberes se unan, habremos reinventado otro Brasil. Y seremos todos más sabios.
El cuidado pertenece a la esencia de lo humano, y de toda la vida. Sin cuidado enfermamos y morimos. Con cuidado, todo se protege, y dura mucho más. El desafío hoy es entender la política como cuidado de Brasil, de su gente, especialmente de los más vulnerables, como indios y negros, cuidado de la naturaleza, de la educación, de la salud, de la justicia para todos. Ese cuidado es la prueba de que amamos a nuestro país y queremos a todos incluidos en él.
Una de las marcas del pueblo brasileño bien analizada por el antropólogo Roberto da Matta, es su capacidad de relacionarse con todo el mundo, de sumar, juntar, sincretizar y sintetizar. Por eso, en general, no es intolerante ni dogmático. Le gusta acoger bien a los extranjeros.
Pues bien, estos valores son fundamentales para una globalización de rostro humano. Estamos mostrando que es posible y la estamos construyendo. Infelizmente, en los últimos años ha surgido, en contra de nuestra tradición, una oleada de odio, discriminación, fanatismo, homofobia y desprecio a los pobres (el lado sombrío de la cordialidad, según Buarque de Holanda), que nos muestran que somos, como todos los humanos, sapiens y demens, y ahora más demens. Pero eso seguramente pasará y predominará la convivencia más tolerante y apreciadora de las diferencias.
Brasil es la mayor nación neolatina del mundo. Tenemos todo para ser también la mayor civilización de los trópicos, no imperial, sino solidaria con todas las naciones, porque incorporó en sí a representantes de 60 pueblos diferentes que vinieron aquí. Nuestro desafío es mostrar que Brasil puede ser, de hecho, una pequeña anticipación simbólica de que todo es rescatable: la humanidad unida, una y diversa, sentados a la mesa en una comensalidad fraterna, disfrutando de los buenos frutos de nuestra bonísima, grande, generosa Madre Tierra, nuestra Casa Común.
¿Es un sueño? Sí, el sueño bueno, el sueño necesario.
Texto publicado con autorización de http://www.servicioskoinonia.org/boff/
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