por Nashieli Ramírez
En América Latina y el Caribe el 17.9% de las personas menores 18 años se encuentran en situación de pobreza extrema (CEPAL/UNICEF 2010), mientras que México la proporción de infantes pobres extremos es del 12.5% (CONEVAL 2012). Sin embargo, de los poco más de 32 millones de niños en pobreza extrema de la región, 4.7 millones son mexicanos; en términos absolutos nuestro país, junto con Brasil y Perú, concentran el 53% de los pobres de AL
Precariedad, privación, hambre, miseria, desnutrición, y en no pocos casos muerte, constituyen el contexto de casi cinco millones de niños, a los que se suman 16.5 millones más que, según el reporte Medición de pobreza de 2012 del CONEVAL, viven en condiciones de pobreza. Es decir, el 53.8% de la población infantil es pobre, 12 puntos porcentuales por arriba de la proporción de pobres en mayores de 18 años, que se sitúa en 41.3%.
Los niños son, sin duda, el colectivo más afectado por un entorno económico que provoca la generación de pobreza y alimenta las desigualdades. La pobreza infantil se ve agravada por la baja eficiencia de las políticas sociales de transferencia monetaria directa, como es Oportunidades, y por la ausencia de un sistema de garantía de derechos y protección social dirigido específicamente a esta población.
Las niñas, los niños y las y los adolescentes pobres enfrentan altos riesgos educativos, socioambientales, de salud y familiares, que limitan el ejercicio de sus derechos sociales, económicos y culturales, y dificultan su transición hacia una vida adulta con mejores condiciones de bienestar.
Preocupantemente, esta tendencia parece no tener fin, si consideramos que en el transcurso de este año nuestro país está transitando por lo que las autoridades hacendarias denominan desaceleración económica y algunos otros ya califican como recesión. En ambos casos, sin embargo, hay una coincidencia en torno al impacto que esta situación tendrá en la situación económica de millones de familias. Un indicador de esta tendencia es el incremento de participación laboral de la población entre 12 y 17 años de edad, que pasó de 13.6 en el primer trimestre de 2013 a 14.8 en el segundo trimestre.
El trabajo infantil tiene una relación estrecha con las condiciones de pobreza. Según el Módulo de Trabajo Infantil de la Encuesta Nacional de Empleo (2011), en México alrededor de tres millones de personas de entre 5 y 17 años de edad tienen que trabajar para apoyar al gasto familiar o para cubrir algún gasto básico, por ejemplo, una cuarta parte de los niños trabajadores destinan el producto de sus labores a gastos relacionados con la escuela.
El trabajo infantil tiene raíces económicas y todos los estudios demuestran que, en la gran mayoría de los casos, perpetúa en los individuos las mismas condiciones que lo generan. En este aspecto tenemos aún mucho que avanzar no nada más en las políticas públicas para su prevención y erradicación, sino también culturalmente. Si tomamos en cuenta los resultados de la «Encuesta Nacional de México 2011-Percepciones sociales sobre trabajo infantil» (IPEC/OIT), que, entre otros, reporta que aunque el 82% de los adultos mexicanos reconoce que el problema se origina por cuestiones estructurales como la pobreza, en contraparte, el 87% culpabiliza a los padres de familia por el trabajo infantil.
Recientemente se ha sumado a los ejercicios de medición de la pobreza infantil lo que el Centro de Investigación Innocenti de UNICEF denomina Índice de Privación Infantil. Diseñado a partir de un módulo especial de indicadores sobre la vida de niñas y niños, incorporando la ronda 2009 de las Estadísticas sobre la renta y las condiciones de vida de la Unión Europea, este índice está integrado por catorce elementos, que reflejan la capacidad de las familias para que las niñas, niños y adolescentes dispongan de: IMAGEN
Una niña o un niño con privaciones es aquel que carece de dos o más ítems de los incluidos en el listado. Los resultados para 29 países europeos es que aproximadamente un 85% de personas entre 1 y 16 años de edad que habitan en ellos tienen al menos trece de los catorce elementos del índice y, por lo tanto, “no sufren privaciones” (Report Card 10 de Innocenti, 2012). En México no contamos con información que nos permita realizar el análisis de privación, pero si tomamos en consideración que solamente el 15% de los infantes y adolescentes no son pobres ni vulnerables, es decir, no tienen carencias sociales, no podemos equivocarnos en afirmar que ese es el porcentaje de niños que no sufren privaciones en nuestro país.
Luis Buñuel afirmaba en relación con su multipremiada película “Los Olvidados” (1950): “no vivimos en el mejor de los mundos posibles. Quisiera insistir en realizar filmes que transmitan al espectador, más allá de entretenerlo, la total certeza de este fallo”. Después de poco más de seis décadas, observamos cómo millones de niñas, niños y adolescentes en nuestro país son herederos de esos olvidados, y las condiciones en la que transcurre su vida sin duda nos dan la certeza de que hemos fallado. Y continuaremos fallando sino consideramos que además de apostar a la generación de políticas económicas y sociales efectivas y eficaces en lo general, la superación de la pobreza infantil en lo particular requiere de políticas públicas que consideren medidas de protección para las niñas y niños en condiciones de mayor vulnerabilidad.•