por María Gourley
La intersexualidad propone en sí misma un debate que sobrepasa la demanda de derechos por parte de una porción de la sociedad o para un grupo específico y nos exige una nueva forma de reflexión que supere las subjetividades y se centre en preceptos legales, constitutivos y organizacionales a partir de lo estructural, para una construcción de género autónoma e independiente de la genitalidad
El tema de la pluralidad sexual es extenso y su reconocimiento en la era moderna se generó desde una perspectiva antropológica y feminista, y para la igualdad de derechos de la población homosexual. La sociedad postmoderna aunó a la demanda derechos para los sectores bisexual y transgénero, principalmente. Esto ha simbolizado una afrenta a la sociedad disciplinaria sin duda, ya que su estructuración se ha cimentando en dos identidades sexuales y de género que nos categorizan en un sistema compuesto por dos elementos complementarios: femenino y masculino.
¿Es una demanda superada y concluida? Un no definitivo sería la respuesta correcta. Oficialmente, existen 78 naciones que cuentan con leyes anti-homosexualidad. Si sumamos a países como Indonesia -dos de sus provincias aplican leyes contra actos homosexuales- o a Rusia -con su conocida propaganda anti-gay- las cifras se elevarían, y esto hablando en términos constitucionales. Las estadísticas seguro serían más desafortunadas si comprendieran fenómenos sociales tales como discriminación, intolerancia y violencia.
Pero hay un grupo que muchas veces es excluido incluso del fundamento reivindicativo; ¿qué sucede con las personas que no pueden definirse dentro de la comunidad LGBTT (lésbica, gay, bisexual, transexual y transgénero) porque nacen sin un sexo determinado? ¿Cómo hemos abordado este tópico en términos de derechos y a nivel social? ¿Cómo la intersexualidad confronta a nuestra sociedad estructural?
Según la Real Academia Española la intersexualidad es la “cualidad por la que el individuo muestra, en grados variables, caracteres sexuales de ambos sexos”. Vale mencionar que la intersexualidad se presenta por diversos factores y exhibe diferencias a niveles cromosómicos, genitales o gonadales.
En el siglo XX se superó la definición de hermafroditismo -que se percibía como una característica casi inhumana– siendo remplazada por los conceptos de intersexualidad o Trastorno del Desarrollo Sexual (DSD, por sus siglas en inglés) en un intento de tipificar a estas personas “imprecisas” desde una perspectiva científica. Podría considerarse a simple vista un avance si estos conceptos no hubiesen aparejado consigo la intervención e investigación médica constantes, colocando a los sujetos intersexuales en una posición de objetos de estudio y modificación, transgrediendo muchas veces sus derechos y contribuyendo a su marginalización.
Aunque la intersexualidad a nivel físico no se encuentra generalmente dentro del rango de la disfuncionalidad (exceptuando casos por ejemplo que presentan testículos inguinales que deben ser reubicados) y, por tanto, el sujeto intersexual no tendría razón para ser intervenido en su etapa lactante o neonatal sin su consentimiento, la ciencia continúa considerándola mayoritariamente como una “anomalía”. A las/los recién nacidos intersexuales se les somete crónicamente a dolorosos procesos quirúrgicos y postquirúrgicos y se les bombardea con tratamientos hormonales para que encajen dentro de un modelo binominal definitivo promovido por leyes dogmáticas, morales y legales que determinan lo que es “correcto e incorrecto”. Esta reconfiguración corporal no corresponde desde ningún ángulo a un criterio o método médico-científico que beneficie a las/los “pacientes”, y concierne más bien a la carencia de nuestras sociedades de integrar e incluir a quienes no están dentro de nuestro código binario tradicional.
Existen varias publicaciones médicas que abordan el tema. Un libro en particular llamó mi atención, escrito por el doctor en medicina y pediatra del Hospital Infantil de Melbourne, Australia, Garry Warne. En él explica de una forma “amigable” para el lector las diferentes formas de trastorno del desarrollo sexual y cómo deben abordarse por parte de familiares y equipos médicos. Exhibe, por medio de texto e ilustraciones de tipo infantil, uno de varios procedimientos: “El bebé requerirá cirugía para reducir la longitud de su clítoris, separar sus labios fusionados y aumentar la entrada vaginal” y agrega que “el aumento y distención del canal vaginal puede ser necesario en el futuro para que el/la paciente pueda tener relaciones sexuales confortables”.
¿Por qué el doctor Warne asume que en el amplio espectro de la diversidad humana no existe la posibilidad que o esa/ese bebé se identifique en su adultez con otro género que no sea el femenino? ¿Por qué sus genitales así lo determinarán? ¿Por qué no supone que podría ser una persona adulta perfectamente saludable y feliz con un clítoris de mayor tamaño y un canal vaginal más estrecho que le dé la posibilidad de disfrutar de una sexualidad diferente a la “estándar”?
La promesa médica del doctor Warne asegura la conciliación de esos genitales reformados con una identidad de género. Sabemos que la realidad es diferente: la coincidencia de la identidad sexual con la identidad de género no es una regla consolidada y más bien pertenece al terreno de la exigencia cultural.
El filósofo Michael Foucault explica este fenómeno de manera muy lúcida en su libro II Misterioso Ermafrodito: “La sociedad disciplinaria pretende una correspondencia rigurosa entre el sexo anatómico, el sexo jurídico y el sexo social. Esos sexos deben coincidir y nos colocan en una de las dos columnas de la sociedad. En la civilización se asigna a cada quien una identidad sexual determinante y única” y dentro de esa asignación concreta no hay espacio para la multiplicidad. Tristemente el sistema hospitalario tiende a reproducir los paradigmas de nuestro sistema estructural, prefiriendo mutilar a una persona sana a cuestionar nuestra compulsión heterosexual y heterosexualizante.
No es de extrañar entonces que la intersexualidad se encuentre muchas veces excluida del diálogo; los métodos para eliminarla la mantienen en silencio. Extirpando y alterando esa parte “equivocada” se anula también su afirmación y aceptación.
Según la Intersex Society of North America, uno de cada 1,500 nacimientos son de recién nacidas/nacidos intersexuales. Cifras conservadoras si consideramos que las/los bebés intersex no figuran en los registros como tales. Pero si acogiéramos estas estadísticas y las aplicáramos a México, alrededor de 78,000 personas vivirían con esta condición. De más está decir que en el país no existen cifras oficiales.
Alemania ha liderado la inclusión de la población intersexual implementando una ley en 2013 que permite a los padres dejar en blanco el espacio que indica el sexo del bebé en su partida de nacimiento. Sin embargo, la Organización Internacional Intersex emitió un comunicado luego de ser esta promulgada, exponiendo que ningún organismo puede ni debe establecer o no determinar el sexo de un recién nacida/nacido bajo ninguna circunstancia, porque cualquier resolución en cualquiera de sus formas nos circunscribe sin nuestro consenso.
Más allá de los veredictos, es claro que la visibilización de la intersexualidad nos plantea un diálogo para cuestionar nuestras estructuras fundacionales. Nos incita a romper nuestra relación sexo-género para abrirnos a nuevas posibilidades, para replantearnos.
Gisela Picallo, instrumentista quirúrgica del hospital argentino de Pediatría J.P Garrahanse, se ha visto involucrada con el tema intersexual en el ámbito laboral, asistiendo a médicos en cirugías infantiles de asignación de sexo. Fue a partir de ello que se vio enfrentada a diferentes interrogantes:
“En la mayoría de las cirugías que pude presenciar se le asignaba al/la paciente el sexo femenino. Siempre me quedaba con ideas y preguntas sobre el futuro de esas/esos niñas/ niños y no me refiero solo al post operatorio, sino también a su futura sensibilidad al momento de tener relaciones sexuales, su aceptación y si realmente estarían conformes con el sexo que el cirujano junto al equipo multidisciplinario y sus padres le dieron”.
Estas reflexiones llevaron a Gisela a realizar su tesis profesional sobre desórdenes del desarrollo sexual (corrección, castración o encarnizamiento terapéutico).
Al comenzar a indagar, encontró apoyo por parte de sus colegas instrumentistas y reticencia por parte de los médicos cirujanos que realizan estas intervenciones. Los resultados de su investigación hablan por sí mismos:
“Del total de niños nacidos intersexuales, el 85.7% son sometidas/sometidos a cirugía, teniendo en cuenta todos los tipos de intervención. De las personas intersexuales que entrevisté, todas se manifestaron molestas con las innumerables cirugías a las que fueron sometidas/sometidos, sus complicaciones y las dilataciones traumáticas que estas conllevan. Se sentían perjudicadas/perjudicados porque nadie les dio la posibilidad de elegir”. A modo de conclusión individual agrega: “Como sociedad debemos aprender a aceptar la diversidad. Somos cerrados y egoístas y necesitamos encasillarlo todo”.
El médico Fernando González, urólogo pediatra adscrito al Hospital Infantil de México Federico Gómez y profesor adjunto del curso de alta especialidad en urología pediátrica de la UNAM, fue el único especialista mexicano que accedió a compartir su experiencia profesional en este ámbito; explica que no hay otro hospital que cuente actualmente con una clínica especializada y multidisciplinaria en casos de desórdenes de la diferenciación sexual en el país más que el Hospital Infantil de México, pionero en Latinoamérica. Recalca que en este centro de salud se les ofrece a las/los pacientes las mejores alternativas para un tratamiento integral: “Tenemos que aclarar que se trata de seres humanos. La realización de una cirugía es el último paso de los muchos que se tienen que realizar en la evaluación de nuestras/nuestros pequeñas/pequeños”.
Asegura que aún existen dogmas en el sistema hospitalario como que “es más fácil hacer niñas” y agrega que “es uno de los grandes errores que aún hoy en día (a pesar de ser esto una aberración) se siguen realizando en nuestro país y esto daña a muchos seres humanos y a sus familias. Lo peor es no hacer un análisis adecuado y tomar decisiones a la ligera. Hay que apoyarnos en grupos especializados y tratar cada caso de forma individual para ayudar al/la paciente”. Recalca la importancia de respetar e integrar a las personas que nos resultan diferentes por cualquier razón: “como les digo a los papás de mis pacientes, su hija/hijo tiene un infinito potencial y mucho para dar y recibir, no vean solo su DDS”.
Las Asociaciones Civiles y ONG han proporcionado nuevas áreas de discusión sobre la problemática intersex, desde la denuncia de nuestras sociedades génerofóbicas y el consecuente replanteamiento de nuestros roles y modos de socializar y de relacionarnos, hasta la revisión de aspectos institucionales y jurídicos.
En México el activismo ha sido recatado. Sus protagonistas tienen temor a sufrir discriminación y rechazo si se vuelven rostros visibles. Destaca el proyecto independiente “Brújula Intersexual” donde se comparte información de interés, documentos traducidos al español y testimonios relacionados. Lo que comenzó bajo un esquema de difusión se ha transformado en un punto de encuentro para la comunidad intersex mexicana, revelándose una gran carencia de espacios de intercambio y educación.
Doro Dorschner es la única intersexual mexicana que hasta la fecha se ha mostrado públicamente, refiriendo su historia personal en videos informativos y televisión abierta. Su testimonio es valioso y valiente en un país donde la condición de intersexualidad es mayoritariamente ignorada y donde subsiste una cultura homofóbica. Pero a la vez amenaza con instalarse dentro del mercado de contenidos mediático-televisivos, difundiéndose en programas que demandan relatos impactantes para su comercialización. Esto sugiere, como tarea pendiente, la creación de iniciativas de participación, formación y debate a todos los niveles.
Otros países latinoamericanos han desarrollado un activismo más consolidado, como es el caso de Argentina. Mauro Cabral, doctor argentino en filosofía por la Universidad de Córdoba, ha dedicado su trabajo de investigación, activismo y difusión a la temática intersex. Él es una de las miles de personas intersexuales que fue asignada en su primera infancia como mujer por un equipo médico. Escribe en su texto Lógica de Funcionamiento:
“Mi cuerpo fue intervenido hace más de veinte años con un solo propósito: que ese cuerpo, el mismo cuerpo, le resultara sexualmente atractivo a un hombre a quien yo todavía no conocía ni conozco. Era, en realidad, el hombre de los sueños de mi cirujano, el hombre que él soñaba para mí pero en sus sueños, no en los míos…”; “mi cirujano suponía que el hombre de sus sueños no podría lidiar con un cuerpo como el mío: había que mejorarlo. Las ‘mejoras’ han convertido mi cuerpo en algo con lo que yo no consigo lidiar”.
Según la Organización de las Naciones Unidas los procedimientos quirúrgicos de “normalización” a los que son sometidas/sometidos las/los pacientes intersexuales en su infancia deben ser considerados una violación a sus derechos fundamentales y catalogados como tortura (The United Nations Special Rapporteur on Torture (srt). Febrero, 2013).
El relato de Mauro Cabral nos confronta con procesos brutales, dolorosos y sostenidos en el tiempo que vulneran e incapacitan con resultados irreversibles. También nos impugna como sociedad, en un lugar donde lo habitual se encuentra muy distanciado de nuestra diversidad sexual natural.•
María Gourley Artista multidisciplinaria chilena-canadiense, activista, docente y promotora cultural, miembro de la Canadian Alliance of Dance Artists, con estudios superiores en música popular, danza, lenguas y gestión, receptora de beca por excelencia académica otorgada por el Gobierno de Canadá. Se ha desempeñado en coordinación y producción en diferentes países, realizando labores de gestión, coordinación y docencia. En 2008 fue propuesta como “Mujer del año” por la comunidad latinoamericana residente en Vancouver, por su aporte a las artes y a la cultura. |
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