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Ida Pfeiffer y la idea del viaje

“Todo viaje, incluso en las regiones más frecuentadas y más conocidas, es una exploración”.

Isabelle Eberhardt

«La vida, o es una aventura o no es nada».

Helen Keller

¿Por qué viajamos? ¿Qué nos motiva a planear un viaje? Al viajar salimos de la rutina diaria y cada viaje nos lleva a nuevos entornos, proporcionándonos experiencias.

Escribe Mónica Muñoz

Además, bien sabemos que los viajes no sólo reducen el estrés; también expanden la mente, pues conocer gente nueva y adaptarnos a situaciones nuevas incrementa nuestra cultura. Viajar no es sólo a dónde vamos; incluye los preparativos, es llegar, es disfrutar… y regresar.

Para el filósofo y antropólogo francés Paul Ricoeur, en su libro “Finitud y Culpabilidad: La Simbólica del Mal”, el camino, la línea recta, el extravío y la metáfora del viaje representan, analógicamente, el movimiento de la existencia considerada globalmente. De ese modo el “camino” se convierte en la trayectoria espacial de un movimiento que constituye, por identidad, el desarrollo de un destino. (Ricoeur, 1982)

A lo largo de la historia existieron mujeres viajeras que dejaron por escrito sus experiencias. Pioneras que experimentaron grandes aventuras. Ida Pfeiffer fue una de ellas. Comenzó a viajar a los cuarenta y cinco años y dio la vuelta al mundo en dos ocasiones, dejando crónicas que se convertirían en éxitos editoriales. Conviene tener en cuenta que para una mujer del siglo XIX, un viaje era prácticamente una heroicidad; viajaban como esposas de un funcionario, de un clérigo, de un científico o de un explorador. Pero Ida viajaba sola. ¿Podemos imaginar los muchos riesgos que corrían las mujeres en esa época?

Su historia

Ida Pfeiffer (1797 -1858) nació en Viena, en el seno de una familia de comerciantes de clase media alta. Fue la tercera de siete hermanos. Su padre Aloy Reyer basaba la educación de sus hijos en el valor, la fuerza, la sobriedad y la resistencia al dolor. Desde pequeña se vestía como sus hermanos varones, corría y jugaba con total libertad… Soñaba con viajar y explorar lejanos lugares. Al morir el padre, su madre quiso que embonara en la sociedad como una dama de su época, siguiendo el rol establecido: le prohibió leer los libros de viajes que tanto amaba y en cambio la puso estudiar piano y costura; se enamoró de su profesor de piano a los 17 años, pero la relación no prosperó, ya que su madre no lo permitió.

Ida se casó en 1820 por conveniencia con Mark Anton Pfeiffer, un abogado veinticuatro años mayor que ella que tenía una buena posición en el gobierno de Viena; fue la manera para huir de casa. Su matrimonio devino cuando el marido fue acusado de corrupción. Posteriormente se separaron, más nunca se divorciaron. Ella se hizo cargo de los dos hijos del matrimonio, criándolos hasta que obtuvieron su independencia.

Cuando muere su mama en 1837, recibe una gran herencia que le permitió vivir cómodamente. Así fue que a los cuarenta y cinco años comenzó a viajar. Su edad facilitó el apoyo de representantes coloniales y comerciantes. Viajó con poco equipaje, el mínimo posible. Les dijo a sus hijos que iba a visitar a una conocida en Estambul y desde ahí amplió su itinerario a Jerusalén, Egipto, Roma y muchos países más.

Su estilo de vida

Durante una estancia en Berlín conoció a Alexander von Humboldt, de quien escribió en sus crónicas: “Me recibió de forma exquisita y amistosa, y mis viajes no sólo parecieron interesarle, sino que se quedó tan asombrado que exclamó varias veces: “¡Has logrado cosas increíbles!” La Sociedad Geográfica de París la aceptó como miembro honorario. No así la Sociedad Geográfica de Londres que le denegó su ingreso por ser mujer.

Su modo de vida y su fuerte carácter también fueron motivos de crítica. Ida apareció en varias caricaturas y panfletos difamatorios siendo motivo de acalorados debates en los medios de comunicación. En 1897, el presidente de la Sociedad Geográfica Austriaca dijo que ella había sido «indiscutiblemente, la viajera más importante del mundo al día de hoy». No obstante, quedó en el silencio durante unos 100 años. En la actualidad existen varios documentales sobre su vida y sus viajes.

Son valiosas sus crónicas. Siempre tomaba notas acerca de sus viajes, escribiendo sus reflexiones en un diario. Cuando regresó a Viena, gracias a un amigo editor, accedió a publicarlas bajo sus iniciales, con el título de “Viaje de una vienesa a Tierra Santa”; hasta la tercera edición reveló su identidad. Y siguieron muchas más.

Vivió grandes travesías, aventuras y odiseas. Visitó muchos lugares y le dio la vuelta al mundo en dos ocasiones. Muere en Viena en 1858, debido a los efectos tardíos de la malaria que contraída años antes en su último viaje.

La vida y los viajes

Jean Chevallier y Allain Gheerbrant, en su “Diccionario de los símbolos” (Gheerbrant, 2003), señalan que la riqueza del simbolismo del viaje se resume en una búsqueda dirigida hacia el descubrimiento de un centro espiritual. Nos dice que algunos logran sus objetivos mientras otros fracasan porque el centro del mundo se les ha vuelto inaccesible, esto es, que no se logran las metas si ellas no se revelan en el interior del ser. Pero si el viaje, por el contrario, se ha concebido como huida de sí mismo, no podrá llegar nunca su consumación. Chevallier continúa en esta línea con el viaje en cuanto búsqueda de un centro que trasciende lo material, centro que sólo se alcanza por una experiencia de interiorización en sí mismo, y que da acceso a dimensiones esenciales del conocimiento.

Ida Pfeiffer disfrutó planear sus viajes. Aprendía, sentía y vivía otros mundos; también sabía que la gente leía sus libros. La crónica de su visita a Indonesia se hizo famosa. Tenía como objetivo conocer tribus no contaminadas por el contacto colonial. Atravesó la selva de Borneo hasta el territorio de los dayaks, quienes cortaban las cabezas de sus enemigos y las clavaban en picas frente a los poblados. Las crónicas de Pfeiffer se traducían y agotaban sus ediciones. Su mirada había adquirido confianza y se acercaba en ocasiones a la etnografía y a las ciencias naturales. Hizo lo que Ulises el héroe de la Odisea, vivió a través del tiempo y del espacio, pasando adversidades, y un sinfín de experiencias, para luego retornar al origen, al punto de partida. Eso sí, Ida tuvo el poder adquisitivo para hacerlo; gozó de su libertad ante las limitaciones impuestas por la sociedad. Su libro más famoso es “Viaje de una mujer alrededor del mundo”, y fue publicado en 1848.

El viaje y su sentido

Viajar nos permite ser parte de otros universos, ser parte de otras historias. Viajar inspira a transitar otros destinos y construir el propio, así como lo vivió Ida Pfeiffer. Nos gusta viajar, pero también volver a casa, al lugar de arraigo. Nos gusta pensar, aunque sea soñando en voz alta, cuál será nuestro próximo destino, o a dónde iremos para compartir nuestras experiencias.

Hoy es fácil viajar por cielo mar y tierra, estudiar y ganarnos la vida de forma independiente. Podemos viajar solas o con quien lo deseemos, pero también hay muchos peligros e inseguridad. Traspasar la frontera en un viaje de placer a otros países sigue siendo privilegio para quienes puedan pagarlo. Por ejemplo, es importante tener en cuenta que las vacaciones en nuestro país están más cercanas a los niveles de Brunéi, Nigeria, China, Uganda, Filipinas, Malasia o Tailandia, que conforman el grupo de economías con menos de 9 días anuales de vacaciones. También hay otra parte, relacionada con la calidad del empleo, donde no todo el mundo tiene un contrato digno de trabajo, pese a que sabemos que diversos estudios realizados han demostrado que las vacaciones mejoran el desempeño de todos los que trabajamos, ayudándonos a reducir el estrés y mejorar el estado de ánimo y la calidad del sueño… y que la Ley Federal del Trabajo nos protege, en el papel.

Mejor disfrutemos de pensar cual será nuestro próximo destino, a dónde iremos, qué visitaremos, qué veremos…

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