Continúo sintetizando mi participación en el 9º Encuentro Nacional de Educación Cívica, que fue impulsado por la Red Nacional de Educación Cívica y el IEPC Tabasco. El tema que expuse fue el de identidades locales y globales para la construcción de una ciudadanía intercultural, destacando el vínculo entre la identidad y la cultura cívica.
Por Luis Miguel Rionda. Sïguelo en Twitter: @riondal
Desde una visión antropológica, la identidad es la percepción individual de compartir elementos simbólicos y materiales con una comunidad social determinada. Estos elementos constituyen referentes culturales que ayudan a interpretar una realidad en apariencia incoherente. Se construye a partir de códigos simbólicos y comunicativos, como la lengua, el vestido, la comida, la religión, los usos, las costumbres, la idiosincrasia, la artesanía, la música, la danza, la historia popular, etcétera. Esos códigos nos ayudan a imponer un orden artificial a un entorno que parece caótico, y que requerimos interpretar para darle coherencia.
La identidad es entonces la argamasa que une a la comunidad. Se basa en el sentido de solidaridad grupal: “soy como los demás, por tanto, soy parte de ellos”. Sobre esto se funda la solidaridad, ese sentimiento de unidad basado en metas o intereses comunes. Ya el fundador de la sociología, Émile Durkheim, distinguía la solidaridad mecánica —la de las sociedades simples— y la solidaridad orgánica —propia de sociedades complejas—. La primera es elemental e inmediata entre los individuos de conjuntos nucleares como la familia, la horda, el clan. La segunda es compleja e institucional, donde los individuos no necesitan conocerse o tratarse en persona, en conjuntos como la ciudad, la región, la nación. Ambas solidaridades se basan en la vinculación simbólica de “niveles de adscripción”, o círculos concéntricos de la identidad individual: soy parte de la familia alfa, pero también del barrio beta, de la ciudad gama, de la región delta, del país épsilon… al final me siento parte de la humanidad. Es la escalera simbólica de lo local hacia lo global.
Los conjuntos identitarios desarrollan lazos de solidaridad hacia su interior, pero también actitudes de rechazo o intolerancia hacia la otredad. La percepción de otredad la despierta el otro, el diferente, el contrario. Las reacciones naturales ante el otro son miedo, rechazo, discriminación, conflicto, incluso guerra. Los antídotos para este sentimiento de rechazo son el respeto a la diferencia, la curiosidad, la aceptación y la construcción de la interculturalidad. Los medios para lograrlo son la educación para la tolerancia, el conocimiento sobre la variedad, la convivencia con el otro, la inclusión como norma.
Las estrategias deseables para la interculturalidad son muchas. Puedo plantear el aprendizaje de idiomas y de códigos comunicativos —p. ej. el lenguaje de señas—; los viajes —siempre ilustran y abren la mente—; una actitud de cuestionamiento a la “normalidad” —vinculada a la artificialidad de la “corrección”—; el diálogo con el diferente, el opuesto, el heterodoxo; el reconocimiento y ejercicio de los derechos humanos de tercera generación, como los derechos culturales; el ejercicio de la etnicidad y las identidades locales. Una sociedad incluyente y consciente de sus prejuicios.
Aquí puedes leeer la primera parte de este artículo “Identidad y cultira cívica”
(*) Antropólogo social. Profesor investigador de la Universidad de Guanajuato. luis@rionda.net – www.luis.rionda.net – rionda.blogspot.com
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Frase clave: Identidad y cultura cívica
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