Se pasa de la sorpresa a la risa. Después llegan la curiosidad y la vergüenza. Así es: al escuchar la palabra «idiotismos» suele sorprender que una figura retórica del idioma español tenga ese nombre, e incluso puede causar un poco de gracia su apariencia de grosería.
Por Laura Ilarraza
Luego viene el interés por saber qué son, mismo que suele devenir en vergüenza ante el descubrimiento, con innegable culpa, de la comisión de alguno, varios o tal vez demasiados.
Finalmente, llega para algunos la indignación, la cual, sensible como cualquier tema relacionado con la inclusión, nos lleva a observar detenidamente una de sus características: el talante peyorativo.
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua, «idiotismo» tiene las siguientes tres acepciones:
En su tercera acepción, el «idiotismo» puede consistir en dos cosas: 1) una construcción gramatical incorrecta y 2) la creación y uso de palabras que no existen; aquí algunos ejemplos:
Sin embargo, con base en su primera y segunda acepciones, resulta innegable el matiz insultante de la palabra «idiotismo», ya que nos remite inevitablemente al vocablo «idiota»:
No obstante, si se observa con detenimiento el origen etimológico de ambas palabras, descubriremos que «idiotismo» proviene de una palabra relacionada totalmente con el lenguaje, es decir, del latín idiotismus, el cual significa «expresión propia de una lengua». En cambio, idiota proviene del latín idiōta, la cual tiene a su vez su origen en el griego idiṓtēs.
En este origen griego, la palabra «idiota» hacía referencia a alguien que se la pasa en su propio mundo; es decir, que no se interesaba en los asuntos públicos, los cuales eran fundamentales para la cultura helénica, por lo que a estas personas se les consideraba como tontas e ignorantes.
De esta manera, resulta que la relación despectiva de «idiota» con una enfermedad mental fue posterior a su origen, cuando Philippe Pinel, un médico francés, clasificó las enfermedades mentales en su “Tratado médico-filosófico sobre la alienación mental” (1801), utilizando el término «idiotisme» en su cuarta clasificación de alienaciones:
«Idiotismo u obliteración de las facultades intelectuales y afectivas».
Así se llegaría en el siglo XIX a acuñar el término «idiocia» (que aparece en las acepciones 2 y 4 de la RAE para «idiotismo» e «idiota»), con el significado específico de una enfermedad mental.
A partir de esta reflexión sobre la semejanza entre «idiotismo» e «idiota», y sus respectivos orígenes, llegamos finalmente a la contemporaneidad de nuestra lengua desde la que se promueve evitar el uso de términos como «idiota» (y, por lo tanto, el «idiotismo» relacionado con una enfermedad mental), «retrasado mental», «imbécil», «tarado», entre otros, para referirse a aquellas personas que padezcan una discapacidad intelectual.
A esto se le llama lenguaje incluyente, y a través de este se pretende promover expresiones que respeten la dignidad humana y sus derechos, con base en el principio de no discriminación y dando una visibilidad digna a las diversidades y los grupos vulnerables.
¿Por qué? El doctor Gilberto Rincón Gallardo, en el prólogo del libro «Lenguaje y discriminación», de Héctor Islas, publicado en 2005 por Conapred, profundiza en la importancia de un uso del lenguaje con conciencia social:
«Aprendemos a nombrar a las cosas y a las personas a partir de nuestro entorno; al mismo tiempo, integramos prejuicios, matices despectivos, atribuciones arbitrarias. Productos y productores del hecho lingüístico pasamos la vida lidiando con las palabras, produciéndolas y reproduciéndolas, la mayor parte de las veces sin conciencia del oscuro poder que esconden».
De igual manera, el autor, Héctor Islas, describe a la discriminación en el lenguaje como «la elección de términos tiene como consecuencia subrayar aspectos que se consideran reprobables o vergonzosos y que justifican (y a veces hasta exigen) la marginación del individuo con esas características. Así, este tipo de lenguaje puede optar por destacar características físicas o ideológicas para clasificar y convertir en blanco de la discriminación a las personas».
Con base en lo anterior, y en aras del lenguaje incluyente y no discriminatorio, la sugerencia es evitar las palabras «idiota» e «idiotismo», siempre que estén relacionadas con una enfermedad mental.
Ejemplos:
Incorrecto: Rodrigo es «idiota».
Correcto: Rodrigo tiene discapacidad intelectual.
Incorrecto: El «idiotismo» de Rodrigo es evidente.
Correcto: La discapacidad intelectual de Rodrigo es evidente.
Desde esta perspectiva, es importante señalar que resulta válido el uso de «idiota» cuando se trata de un insulto a la ignorancia o torpeza de una persona (y definitivamente no va dirigida a alguien con discapacidad intelectual) y que la palabra «idiotismo», como figura retórica del lenguaje, por su origen y significado, no puede ser sujeta a la controversia de la inclusión o la exclusión, ya que está estrictamente relacionada con las reglas gramaticales:
¡No seas «idiota»! Fíjate en lo que dice el reglamento.
Lorena incurrió en un «idiotismo» al decir que ya se encontraba «más mejor».
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