Los colores de los partidos políticos en México no son casualidad. El rojo del PRI, el
azul del PAN, el amarillo del PRD o el guinda de Morena han sido elegidos
estratégicamente para evocar emociones específicas. Sus logotipos, como el águila
de Movimiento Ciudadano o el sol del PRD, refuerzan identidades ideológicas. Pero,
¿hasta qué punto estas elecciones visuales influyen en nuestra percepción política?
¿Cómo el diseño gráfico moldea la opinión pública y hasta el voto?
Escrito por: Mauxi Sánchez Fernández
Desde los carteles de la Revolución Mexicana hasta las campañas digitales de hoy,
la imagen ha sido un recurso clave del poder. Los regímenes totalitarios del siglo XX
perfeccionaron el arte de la propaganda visual, creando íconos que transmitían
fuerza y unidad. En México, las imágenes presidenciales han cambiado con cada
sexenio: Luis Echeverría rodeado de campesinos, Salinas de Gortari con una
estética modernizadora, López Obrador con ilustraciones que lo vinculan al pueblo y
a la historia del cardenismo. Cada imagen ha sido cuidadosamente diseñada para
transmitir un mensaje específico.
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El diseño gráfico en la política no solo se trata de estética. Cada color, símbolo y
tipografía refuerza valores e ideologías. El azul inspira confianza y estabilidad, el
rojo representa energía y acción, el guinda apela a la identidad nacionalista, el
naranja simboliza dinamismo y juventud. Los símbolos también tienen una función
clave: el águila en el logo de Movimiento Ciudadano remite al nacionalismo, la
estrella en Morena evoca la iconografía de la izquierda internacional, el sol del PRD
alude a un renacer político. Estas elecciones no son aleatorias; buscan generar
vínculos emocionales con la ciudadanía, apelando a la memoria colectiva y a la
percepción subconsciente.
Con el auge de las redes sociales, esta lógica se ha trasladado a los formatos
digitales. Los partidos invierten en memes, infografías y videos breves que refuercen
su mensaje en plataformas como Facebook, TikTok y WhatsApp. En un entorno
donde la atención es efímera, la imagen se convierte en la herramienta más
poderosa para posicionar candidatos y narrativas. Un diseño atractivo y coherente
puede reforzar la percepción de seriedad y liderazgo, mientras que un error visual
puede debilitar la credibilidad de una campaña.
Pero este poder también tiene riesgos. La manipulación visual en la política ha
evolucionado con las nuevas tecnologías. Los deepfakes, la alteración de imágenes
y el uso de inteligencia artificial para crear discursos falsos son parte de una
estrategia que busca moldear la percepción de la realidad. Fake news visuales,
montajes que muestran a políticos en situaciones comprometedoras o la apropiación
de símbolos históricos para fines electorales son ejemplos de cómo el diseño gráfico
puede usarse para desinformar.
Ante este escenario, la ciudadanía debe desarrollar una mirada crítica. No basta con
identificar colores y símbolos; es necesario cuestionar el contexto en el que se
utilizan. ¿Se busca informar o manipular? ¿Refuerzan una identidad política legítima
o solo apelan a la emoción sin contenido real? En una era donde la imagen es
poder, aprender a descifrar los códigos del diseño gráfico en la política se vuelve
imprescindible para tomar decisiones informadas y no dejarse llevar por la superficie
de lo que vemos.
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