Instante de vida, padecer eterno, es una narración de la Dra. Escribe: Fabiola García Hernández
Nuestra sociedad juzga siempre a las mujeres y las sentencia; las envía a la hoguera, las crucifica, incluso se cree que solamente las mujeres deben padecer la “justicia divina”. Hoy en día, a través de las redes sociales, también se ejerce la violencia de la sociedad en contra de las mujeres.
Instante de Vida, padecer eterno
Eso ocurrió con una joven, Andrea, quien apenas había cumplido la mayoría de edad, vivía en un poblado rural en México y, debido a una serie de infortunados acontecimientos, decidió quitarse la vida.
Había tenido una vida difícil, siendo madre a los 14 años, separada, vuelta a vivir con otro hombre, quien la dejó en casa de la madre de él para ir a trabajar al país vecino del norte; acusada y señalada por empezar una relación con un familiar de su nueva pareja, acosada mediante mensajes en redes como FaceBook y WhatsApp, enviados por sus contactos o personas desconocidas, incluso, presuntamente por los mismos familiares de su pareja.
Llegó a recibir propuestas de hombres para tener sexo; publicaron en repetidas ocasiones su fotografía con mensajes denigrantes hacia su persona en donde ofrecían los servicios sexuales de Andrea, proporcionando su número personal de teléfono móvil. Escribieron mensajes públicos en la red social del Facebook sobre la calidad de persona que era Andrea, al relacionarse con un hombre casado y con hijos, sin que jamás se mencionara el nombre y la participación o culpabilidad de ese hombre.
Cuando Andrea decidió quitarse la vida, en febrero del 2021, en Facebook se atrevieron a escribir que su muerte era resultado de la “justicia divina”, que solamente se ensañó con la mujer. De muchas maneras existen los corresponsables, en principio, el hombre con quien sostenía una relación, probablemente consensuada, pero también quienes se encargaron de juzgar, exhibir, sentenciar, enviar o reproducir mensajes de odio y, al final, ser espectadores silenciosos de su muerte.
Vid difícil
Andrea provino de un entorno familiar de violencia, de casa de los abuelos. El abuelo solía ser mujeriego, bebedor y golpeador, de modo que las dos hijas de la abuela lo padecieron. La madre de Andrea quedó embarazada de ella cuando tenía apenas 15 años; el hombre que le dio trabajo en una panadería abusó de ella y cuando la abuela denunció y determinaron que debería hacerse cargo de la niña, nada hizo posible que el hombre cumpliera. Él era mayor y casado, jamás se entendió de la niña. Andrea quedó bajo la protección de la abuela y su madre, que estaba confundida y enojada con la vida porque no estaba preparada para ser responsable de una niña.
Estaba la abuela sola, con la responsabilidad de cuidar de sus dos hijas y después de su nieta, Andrea, que acababa de nacer. Viviendo con un hombre violento. Algunas ocasiones, cuando él llegaba a casa golpeaba a la abuela, quien muchas veces escondía a las niñas debajo de la cama para que no fuera a golpearlas a ellas.
Por eso, después de transcurridos unos años, la abuela tomó la decisión de ir a Estados Unidos, a trabajar y alejarse de su agresor. La joven mamá de Andrea decidió ir también, así que se fueron ambas. Dos niñas pequeñas quedaron al amparo de la hermana de la abuela. La segunda hija de la abuela y Andrea. Las pequeñas lloraban diariamente por el abandono, tenían ocho y cinco años, las dejaron para poder escapar de la violencia y para salir adelante.
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La puerta de escape
Pasaron los años, en algún momento de su vida, Andrea se enteró que su mamá había renegado de tenerla, que incluso había querido regalarla. Sin ser culpable de su existencia, Andrea experimentó el rechazo y desprecio de su propia madre, quien también había sido violentada. Siendo adolescente, Andrea se mostraba rebelde y expresaba rencor hacia su propia madre.
Transcurridos los años, la abuela y la mamá de Andrea volvieron de Estados Unidos, pero poco tiempo después la mamá de Andrea decidió volver al país del norte y dejó a Andrea nuevamente, ahora al amparo de la abuela, quien desde ese momento se hizo cargo de ella. La madre de la niña estuvo durante cinco años y cuando volvió de Estados Unidos, Andrea ya era una adolescente que no quiso relacionarse con su madre, se había acostumbrado a estar sin ella.
Al regreso de Estados Unidos, la madre de Andrea intentó rehacer su vida y quedó embarazada nuevamente, entonces nació otra pequeñita, hermana de Andrea. Antes de quitarse la vida, Andrea habló con su pequeña hermana y le contó que se iba a matar porque nadie la quería.
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Rechazo y abandono
Sin duda, el sentimiento de abandono y rechazo se expresó en contra de la madre, quien también había vivido violencia en casa con un padre alcohólico, desprecio del hombre que la embarazó. La vida juzga a las mujeres, porque se pude decir que la abuela o la madre es la culpable, que Andrea estaba desquiciada y, en suma, la vida fue y ha sido difícil para estas mujeres. Solo queda intentar continuar esta historia, sin juzgar las actitudes, las decisiones difíciles y la tristeza que conlleva.
Andrea peleaba constantemente con su madre, le reclamaba el abandono, le decía que para qué la había traído a este mundo a sufrir, si no la quería. Poco tiempo después, Andrea tomó la decisión de escapar de casa, huyó con el novio y, siendo demasiado joven, decidió vivir con él. Andrea quedó embarazada a los 13 años y a los 14 tuvo a su hijo. La historia se repitió.
La pareja de Andrea tenía entonces 18 años y ella 13. Pero la abuela esta vez no hizo nada, aunque él era mayor de edad y ella menor, había experimentado que la justicia no podía hacer nada frente a estas circunstancias. Y todo porque cuando Andrea nació demandó al hombre responsable del embarazo, y a pesar de que la justicia falló en su favor, y requirieron manutención al responsable del embarazo, éste jamás cumplió. Esta vez dejó que Andrea hiciera su vida.
La joven madre empezó a hacer su vida, pero la gente decía que vivían en el desenfrene; iban a los bailes, tomaban. La gente dice que muy probablemente habían consumido drogas, que los vieron pelearse a golpes en algunas de sus salidas de fiesta. También se llegó a escuchar que él no le daba dinero y que ella se buscó a un hombre mayor y casado que le daba dinero para ella, tal vez para drogarse… Muchas situaciones falsas o ciertas alrededor de su corta edad.
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Una nueva ilusión de vida
Unos meses después, Andrea se alejó de esa pareja y tuvo una nueva ilusión; a los 16 años, se juntó con un joven con quien creyó que podría construir un futuro. En un pueblo vecino del suyo, se fue a vivir con él y estuvo vinculada con la familia de este joven hasta que decidió quitarse la vida.
Empezó a vivir con su nueva pareja, pero le duró poco el gusto. El joven se fue a Estados Unidos y la dejó en casa de la madre de él; con la ilusión de conseguir los recursos para ambos, se quedó sola, nuevamente. En un ambiente hostil, pues la familia del joven no la veía bien por haber sido madre previamente. Empeoró la situación cuando ella empezó a sostener una relación con el tío del joven que la había dejado para irse al país del norte. Probablemente se sintió sola, quizá la asedió ese hombre hasta que ella cedió; no importa cómo fue; al enterarse, los familiares reaccionaron violentamente en contra de ella.
La culpa y la sentencia
En las redes sociales publicaron que era una cualquiera, la llamaron “perra”, recibió mensajes como éste: “eres una piruja igual que tu madre”, que se enredaba con hombres casados, con familiares de su actual pareja, que daba servicios sexuales a cualquier persona, publicaron su foto y su número celular. Andrea recibió llamadas y mensajes preguntando por sus servicios sexuales. La acorralaron por su comportamiento inadecuado.
Acababa de cumplir 18 años, pensó que podría creer en un hombre; otra vez, se enamoró, llegó a creer que podría rehacer su vida, esta vez con otro hombre, un hombre casado que probablemente le prometió estar con ella, tal vez se lo dijo en serio, tal vez también la usó y la engaño, y también a ese hombre se le olvidó que esa mujer era ajena, que él tenía esposa e hijos que debería respetar. Ya no importa, lo que es importante es que todas esas circunstancias llevaron a Andrea a terminar con su corta vida.
Pasaba largo tiempo en el teléfono, después ella borraba mensajes y evidencias de esta relación. Él llegó a buscarla, a decir que la iba a cuidar, que no le faltaría nada y ella lo siguió. Unas semanas después, finalmente terminó ella misma con el peso de su vida y de sus acciones. Él… no importa; siguió con su vida, quizá ella solamente fue para él una piedrita en el camino, que ya no está.
Una niña triste
Andrea se puede definir como una persona rebelde; alegre no fue nunca. Es probable que en el fondo de su corazón no era feliz. A decir de quien la conoció, se mostraba como alguien a quien no le quedaba de otra que seguir con esta vida. A veces contó que se iba a matar, entre risas y como broma decía “Yo me voy a tomar veneno, como las dos hermanas que se mataron”. Se reía fuerte, quizá para acallar el dolor que llevaba dentro. Tenía en mente esas cosas. Si alguien, aunque sea de broma, dice que se va a matar, se debe tomar en serio. Andrea no tuvo una vida muy bonita que digamos. Y al final, cumplió su amenaza, se quitó la vida, tal como lo dijo.
Hizo falta más amor, amor sincero para esta niña, para las mujeres de su vida, su madre, su abuela, su tía, sus cuñadas, su suegra. Pero es difícil dar amor si has sido lastimada. Amor para no sentirse tan sola en el mundo. El papel que juegan los hombres en esta historia parece que solamente es de uso y deshecho de mujeres. Y las mujeres contribuyen a que esto ocurra, a sentirse no como un ser humano sino como un objeto.
Pastillas que curan y matan
Ella pidió pastillas porque dijo que se sentía enferma, quería curarse ella misma, curarse de la vida. El día que las tomó llegó muy temprano con su madre y le dijo que ya se iba a morir porque se había tomado pastillas tóxicas. No lo hubieras hecho hija, le dijeron: “pues ya lo hice y no me arrepiento, yo me quiero morir”, les contestó a su madre y a su abuela.
Como pudieron, la llevaron al hospital; le lavaron el estómago y estuvo en reposo, los médicos no dieron esperanzas, “esa pastilla es muy tóxica para el cuerpo humano”. Le daban tres horas de vida. Andrea nunca perdió el conocimiento, los doctores dijeron que le hizo falta mucho amor. Estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte el martes, el miércoles y, finalmente, el jueves murió a las seis de la mañana.
El final
Ese día, muy temprano, parecía muy tranquila, entonces su mamá le dijo que se iba a bañar y en un rato volvía: “vete má, estoy bien, le dijo”. Se quedó una tía con ella. En sus últimos momentos Andrea se arrepintió: “si Dios me da otra oportunidad, voy a cambiar, seré diferente”. A las ocho de la noche del día anterior se había puesto grave, cambió de color. La pastilla la fue matando lentamente, le dio un paro cardíaco; entró en coma y regresó después de unas tres horas.
Durmió. Después, una doctora dijo: “la muchacha está en sus últimas, cuando tenga frío estará terminando. Cuando le entre frío abrácela y dele mucho amor porque tendrá miedo”. Cuando a Andrea le entró ese frío, ella dijo: “ya no la libré, me voy para siempre, digan a todos que me perdonen por lo que hice. Venga y abráceme, póngame su suéter porque tengo mucho frío, dígame que me quiere mucho… Dígale a mi abuelita que me voy queriéndola mucho. Me voy para siempre”. Suspiró y hasta ahí quedó.
La culpa y el pecado
En esta sociedad solo la mujer es culpable; es la única que asume las responsabilidades. El hombre que persigue, convence, actúa, está libre de pecado. Es la mujer la culpable porque es la que atrae la mirada del hombre; él persigue, acosa, consigue sin importarle sus hijos, su esposa, la sociedad, al final, él será expiado de culpas y todo recaerá sobre ella, entonces solo basta con arrepentirse, si acaso.
De cualquier forma, la sociedad juzgará y crucificará a la mujer. Las mujeres, entre ellas, culparán a la otra, mientras el sujeto quedará libre para volver a caer en el pecado. Es el entorno de una sociedad machista, arraigado en las sociedades actuales.
Infierno en la sociedad
Todos asesinamos con la indiferencia, al presenciar y no dar importancia, quien señala y dice que la justicia divina está en contra de la mujer, la justicia debería caer también sobre las sociedades que juzgan, incriminan y llevan al suicidio a quien señalan. Culpables todos aquellos que formamos parte de esta sociedad negligente, acostumbrada a señalar a unos y librar a otros, que con el actuar también formamos parte de un jurado que no fue nombrado para ese hecho.
Quien no supo guiar, quien no supo escuchar, quien se hizo a un lado, quien se acercó con doble cara y en realidad rechazó con sus actitudes, quien habló a sus espaldas solo por diversión, todos somos parte de la culpa, aunque nos sintamos libres.
In memoriam, a un año de tu partida.
Sobre la autora
Fabiola García Hernández es Doctora en Educación Agrícola Superior, y Maestra en Humanidades y Estudios Literarios. Ha escrito dos obras sobre educación y estudios literarios; así como diversos artículos científicos sobre temas de educación, literatura y sociología. Ha colaborado en proyectos de dimensión nacional e internacional sobre educación y desarrollo de la carrera emprendedora; y fue profesora visitante en la Universidad de Sevilla, España.
Frases clave: Instante de vida; instante de vida y suicidio; instante de vida y depresión
Que historia tan fuerte, es cierto , socialmente tenemos mucho mas peso por cualquier acción o error que cometamos, como dice el texto ,somos nosotras mismas quienes nos condenamos unas a otras, ojalá no hubiera que escribir este tipo de notas,sin embargo ,si está ocurriendo hace falta visibilizaras e invitar a un pensamiento mas profundo de la problemática real y entonces cada uno actuar para lograr un cambio, cada uno desde su trinchera.
Es desde esa visión que trabajo en un proyecto personal por ahora, que intenta acercar la posibilidad de apoyo en el tema de salud mental, desde una perspectiva de solidaridad social y que pretende crecer para acercar información a mujeres de todas las edades , con esa misión nació Frigg Center, que está muy en pañales pero que poquito a poco espero crezca para ser un centro de cambio social importante.
Mis felicitaciones a todo el equipo y sigo al pendiente de su gran labor.