por Katheryn Hernández Olvera
Los brasileños están cansados de la izquierda y sus escándalos de corrupción; el Partido de los Trabajadores no ha podido superar la crisis política en la que está inmersa él y su líder, Luiz Inácio Lula da Silva. A un mes antes de las elecciones colocó a Fernando Haddad como su candidato a la presidencia y solamente obtuvo el 27% de los votos. Sin embargo, estos le bastaron para avanzar a la segunda vuelta.
Su principal contrincante es Jair Bolsonaro del Partido Social Liberal, y sus resultados en la primera ronda indican que será el próximo presidente de la República Brasileña. Con un discurso de extrema derecha, radical y con tendencias militares logró atraer el descontento que existe hacia el gobierno y obtuvo el 46.26% de sufragios.
En cambio, Fernando Haddad en gran parte de su campaña se ha dedicado a defender a su partido de los múltiples escándalos de corrupción en los que se le relaciona. Y sólo ganó el 28.96% de los votos, en tercer lugar, quedó Ciro Gomes del PDT con el 12.51%; los otros 10 candidatos a la presidencia no obtuvieron más del 5% de votos.
Jair Bolsonaro y Fernando Haddad se enfrentarán nuevamente el próximo 28 de octubre. Pero sus condiciones son muy distintas, el PT enfrenta una gran crisis política desde el 2014 cuando su coalición se desarmó y se le aprobó el juicio político a la ex presidenta Dilma Rousseff. El malestar social ha ido creciendo con las acusaciones constantes a importantes políticos de la izquierda por el caso Lava Jato.
En ese sentido, Fernando Haddad aparece como la única esperanza del PT en sustitución de Lula. En menos de un mes, pasó de un 4% de intención de voto a más de 20%, e intentó identificarse al máximo con Lula, quien aún cuenta con un alto apoyo en los sectores más pobres del país.
En cambio, el PSL ha lanzado a un capitán retirado del Ejército como candidato, quien tiene un discurso agresivo y radical, ha expresado ataques a gays y mujeres y defiende la dictadura militar. Su popularidad ha crecido gracias a su discurso antipetista y de combate a la corrupción.
Las propuestas de los candidatos son muy contrarias, Fernando Haddad promete no admitir idelogía de género en las aulas y mejor incluir disciplinas de educación moral y cívica –que se enseñaban durante la dictadura militar–, propone la disminución del porcentaje de vacantes para cuotas raciales, aumentar el número de escuelas militares, defiende el derecho a la posesión de armas de fuego por todos, apoya penas duras para crímenes de violación –se posicionó a favor de la castración química voluntaria a cambio de la reducción de la pena–, defiende que los policías no sean castigados si matan en confrontación, propone dejar atrás el comunismo y el socialismo y practicar el libre mercado, y considera que se puede reducir en un 20% la deuda pública a través de privatizaciones, concesiones, y venta de propiedades inmobiliarias de la Unión.
Por otro lado, Fernando Haddad se mantiene neutral y no se declara a favor de un cambio radical, propone hacer convenios con Estados para asumir escuelas situadas en regiones de alta vulnerabilidad y crear un programa de permanencia para jóvenes en situación de pobreza, sugiere transferir a la Policía Federal al combate contra el crimen organizado, promete mejorar la política de control de armas y municiones –reforzando su rastreo–, considera pertinente implementar medidas de emergencia que reduzca la crisis –como reducción de los intereses–, sugirió la creación de líneas de crédito con intereses y plazos accesibles con foco en las familias, apoya la anulación del Impuesto de Renta de Persona Física para quien gana hasta 5 salarios mínimos; afirmó que no va a dar indulto al expresidente Lula, planteó como acción primordial el combate a la desnutrición infantil, y ha planteado la creación de políticas que refuercen los derechos humanos, políticas para mujeres y para la promoción de la igualdad racial, además apoya criminalizar la LGBTIfobia.
Fernando Haddad tiene el reto de desprenderse de los escándalos de corrupción de su partido y tendrá que expresar medidas más duras que combatan a dicho problema, mientras que Jair Bolsonaro seguramente continuará con su imagen de misógino, racista y homofóbico que le ha dado gran ventaja en la primera vuelta.
Sin embargo, los brasileños están enojados y su cohesión social está rota, y solamente un candidato ofrece un cambio radical, aunque ese cambio signifique retroceder en derechos humanos que ya se habían conquistado.
Katheryn Hernández Olvera es licenciada en Ciencias de la Comunicación y Especialista en Opinión Pública por la UNAM