por Felix Acosta / Marlene Solís
En el contexto económico y social reciente de nuestro país, marcado por las recurrentes crisis económicas y los derivados programas gubernamentales de ajuste, algunas transformaciones sociales y demográficas han provocado el incremento en la prevalencia de los hogares con jefatura femenina. Detrás de este aumento se encuentran procesos que son parte de la realidad económica y demográfica del país
Las cifras de los sucesivos censos de población y la información estadística obtenida de diferentes encuestas muestran la magnitud del incremento y las características sociales de estos hogares y de las mujeres que viven esta situación familiar y social. El porcentaje de hogares con jefatura femenina ha aumentado en nuestro país de 17.3% en 1990 a 20.6% en 2000 y a 24.6% en 2010. La cifra de 2010 equivale a 6.9 millones de hogares de un total de 28.1 millones. Los datos del censo de 2010 indican que el tamaño medio de los hogares con jefatura femenina es menor (3.4 miembros) que el de los hogares con jefatura masculina (4.1 miembros) y que los procesos de extensión de los hogares son más comunes en los hogares con jefatura femenina.
Las cifras del censo de 2010 muestran también que, comparadas con los jefes, un mayor porcentaje (47.3%) de las jefas se concentra en el grupo de edad de 25 a 44 años; que el porcentaje de jefas sin escolaridad (13.9%) es mayor que el de los jefes; que el porcentaje de jefas divorciadas o separadas es mayor (27.4%) que el de los jefes; que un 17.1% del total de jefas son solteras; y que casi la mitad (48.5%) de las jefas de hogar son económicamente activas
Por un lado, el deterioro de los niveles de vida de los hogares mexicanos de menores ingresos –producto de la caída durante varios años en los ingresos reales y de la escasez de empleo masculino–, además de la creciente incorporación de las mujeres a las actividades generadoras de ingresos, han provocado que se aumente de manera significativa la participación femenina en el mercado de trabajo y la responsabilidad económica de la mujer en estos hogares. Por otro lado, el aumento en la prevalencia de la jefatura de hogar femenina está asociada también a procesos demográficos tales como el incremento en las rupturas matrimoniales por divorcio o separación; la creciente aceptación social de las uniones consensuales; el recrudecimiento de la migración temporal de varones; el incremento en la fecundidad adolescente y en madres solteras; y el debilitamiento paulatino del sistema patriarcal de familia.
La probabilidad de que una mujer sin cónyuge y en los distintos estados civiles se convierta en jefa económica de su hogar está mediada además por la interacción que ocurre entre el reconocimiento que la familia y la sociedad asignan a cada uno de los estados civiles de las mujeres y las posibilidades reales de que el sistema de parentesco, las redes sociales y el gobierno asuman una parte de la responsabilidad económica de esos hogares. Con excepción de las jefas viudas en etapas avanzadas de su ciclo vital familiar, la ausencia de estos mecanismos familiares, sociales e institucionales de apoyo obliga a esas mujeres a asumir la mayor parte de la responsabilidad económica de sus hogares. En algunos casos, las jefas se apoyan en el trabajo familiar y remunerado de sus hijos e hijas, viendo sacrificadas sus posibilidades de desarrollo social y provocando que la vulnerabilidad social y la pobreza se trasmitan de una generación a otra.
En nuestro contexto social, en el que la pobreza permea la experiencia de vida de una gran parte de los hogares y de la población mexicana, la situación familiar y las posibilidades de desarrollo social de los hogares con jefatura femenina –especialmente las de sectores de bajos ingresos– pueden resultar bastante difíciles, pues al interior de estos arreglos familiares las mujeres se ven obligadas a asumir una gran parte del costo social de la reproducción de la fuerza de trabajo, haciéndose cargo no sólo de la manutención económica del hogar, sino también de las tareas del trabajo doméstico y del cuidado de sus hijas e hijos.
Para estas mujeres, la experiencia de la jefatura significa un proceso para el que no están preparadas socialmente. Las jefas de hogares de menores ingresos están expuestas a vivir una situación social doblemente desventajosa debido a su posición dentro de la estructura social y al potencial efecto negativo de los factores condicionantes del bienestar de sus hogares.
Enfrentadas a los efectos negativos de la discriminación de género en el mercado de trabajo, de las características demográficas de sus hogares, y de las restricciones sociales que les impone su doble condición de mujeres y jefas de sus hogares, las jefas de hogares de menores ingresos enfrentan durante una etapa importante de su vida familiar situaciones extremas de vulnerabilidad social por tener que resolver de manera inmediata y con recursos personales e institucionales particularmente escasos la sobrevivencia cotidiana de sus hogares. Por esta razón, para ellas la internalización de la jefatura de hogar y la solución cotidiana de su estrategia familiar de vida ocurre en una situación de extrema vulnerabilidad social, lo que explica a su vez la presencia constante de conflictos y ambivalencias en sus percepciones y el cuestionamiento constante de sus capacidades para resolver las responsabilidades que se les han asignado tradicionalmente como mujeres y al mismo tiempo procurar el sostenimiento económico de sus familias.
La reflexión que sigue en las siguientes páginas tiene el propósito de mostrar algunos matices por estado civil y por etapa del ciclo vital en la experiencia vivida –la maternidad y el trabajo– y en la situación familiar y social de jefas de hogares de sectores de menores ingresos. Controlando el efecto de los ingresos familiares, la distinción adicional de los hogares por estado civil de las jefas y por etapa del ciclo vital resulta extremadamente útil para el análisis de los apoyos sociales e institucionales específicos que requieren los hogares con jefatura femenina en nuestro país.
En la experiencia de vida de las jefas de hogar que son divorciadas y separadas, la internalización de la jefatura tiene varias etapas no necesariamente secuenciales:
a) La ruptura de la unión por diferentes razones, algunas veces mezcladas en una combinación bastante conflictiva y en algunos casos violenta.
b) La internalización de la jefatura de hogar a partir, primero, de la negación de la pareja que se tuvo, y segundo, de la necesidad de asumir la responsabilidad económica de su hogar, con más o menos necesidades y más o menos recursos, dependiendo de la etapa de la trayectoria vital familiar de la jefa e hogar y de la disponibilidad de apoyos familiares y de amistades, pues los apoyos institucionales son prácticamente inexistentes durante este proceso.
c) El fortalecimiento de la maternidad y del trabajo como ejes alrededor de los cuales descansa su reconstrucción como mujeres y su construcción como jefas de hogar –este proceso de reconstrucción de su identidad fortalece aún más la negación, ya no de su pareja anterior, sino de la relación de pareja tradicional como eje constructor de su identidad–.
d) El abandono posterior de su papel como proveedoras, cuando los hijos, las hijas o las parejas ausentes asumen parcial o totalmente esa responsabilidad.
e) El establecimiento de nuevas relaciones de pareja no tradicionales.
Los elementos que forman parte de los procesos anteriores tienen matices diferentes en los casos de las jefas de hogar que se quedan viudas en etapas avanzadas del ciclo vital familiar, para quienes las ambivalencias y los conflictos propios de la internalización de la jefatura no generan procesos de socialización secundaria tan radicales.
Las jefas viudas viven la ausencia de la pareja masculina de manera distinta: el hecho de no haber tenido la experiencia de un proceso de deterioro de la vida en pareja y su consecuente negación les hace afrontar la ausencia del cónyuge de una manera bastante idealizada, pues es como si su propia vida en pareja hubiera cumplido un ciclo natural de vida y muerte, aunque los costos emocionales y afectivos pueden ser muy profundos cuando no cuentas con apoyos familiares y sociales.
Debido a que las jefas viudas en una etapa avanzada de su ciclo vital no tienen que negar por ellas mismas su experiencia de ser esposas ni fueron negadas como tales por su pareja masculina, su condición de mujeres “solas” tiene también significados sociales distintos: si bien son percibidas en una situación de vulnerabilidad social asociada a su condición de viudas, no viven el rechazo social que puede acompañar al estigma de ser divorciada, separada o madre soltera.
La etapa del ciclo vital familiar en la que se asume la jefatura de hogar condiciona en gran medida la situación social de los hogares con jefatura femenina, pues el enfrentar la ruptura de la unión y la necesaria responsabilidad económica asociada a la ausencia del cónyuge o de la pareja en el caso de las jefas divorciadas y separadas, o la experiencia de la maternidad no prevista en el caso de las jefas solteras en una etapa en la que hay que hacerse cargo de hijos e hijas de tempranas edades, coloca a estas mujeres y a sus hogares en una situación familiar y social muy desventajosa, porque las necesidades económicas de la familia son siempre mayores que los recursos que se pueden generar en esa situación.
En la experiencia de vida de las jefas en etapas iniciales de su ciclo vital, las redes familiares y sociales de apoyo pueden constituir un elemento que hace posible su sobrevivencia inmediata y la de sus hijos e hijas, a pesar de que las responsabilidades de la jefatura les imponen serias restricciones para su construcción y mantenimiento.
En algunos casos, el regreso temporal de la jefa de hogar a la casa paterno-materna puede ser decisivo para enfrentar inicialmente la nueva situación ante la ausencia de la pareja masculina; en otros casos, el apoyo familiar puede facilitar a las jefas de hogar el establecimiento de un nuevo domicilio, de una nueva casa. En otros casos, el apoyo de una vecina puede hacer posible que la jefa descargue parte del tiempo requerido para el cuidado de los hijos y de esa manera poder salir a trabajar.
Las jefas de hogar son madres ante todo. Esta condición determina su comportamiento frente a la ruptura de su unión; frente a su ingreso al mercado de trabajo; frente al tipo de empleo que se desempeña; y frente a la posibilidad de volver a ser esposas o compañeras. En la forma de vivir e internalizar las otras dimensiones de su identidad, los hijos e hijas tienen para las jefas de hogar una presencia muy importante, sobre todo si son menores de edad.
La participación en el mercado de trabajo constituye la otra actividad fundamental en las estrategias familiares de vida y en los procesos de reconstrucción de la identidad social de las mujeres-jefas de hogar; el ser trabajadoras facilita a las jefas de hogar su transición de madres-esposas a madres-trabajadoras; el trabajo remunerado es también determinante de su mayor capacidad para internalizar la nueva realidad que les impone la pérdida o la ausencia de la pareja.
La experiencia laboral previa al matrimonio y un buen nivel de escolaridad alcanzado constituyen antecedentes positivos en las posibilidades sociales de las jefas de hogar, sobre todo si se trata de un trabajo que les ofrece cierto nivel salarial y el acceso a servicios públicos y apoyos institucionales para hacer frente a las necesidades familiares, como guarderías, créditos para vivienda y servicios de salud. En cambio, las mujeres que no tienen la experiencia de haber trabajado antes de asumir la jefatura de hogar se ven sometidas a un proceso de socialización desconocido para ellas, debido a su condición de mujeres solas, por su bajo nivel de escolaridad y por el peso que les impone la responsabilidad de mantener a sus hijas e hijos pequeños.
El hecho de que las mujeres que son jefas de hogar se hagan responsables de la manutención de sus hogares y enfrenten los significados de la ausencia de la pareja genera cambios importantes en sus percepciones sobre la vida en matrimonio. Algunas jefas de hogar pueden establecer nuevas relaciones de pareja pero sin plantearse una relación tradicional, mientras que otras pueden desear establecer nuevas relaciones de pareja basadas en el compañerismo. Para las mujeres que vivieron experiencias conflictivas en su relación de pareja previa a la jefatura debido a situaciones de extrema violencia e irresponsabilidad masculina, a pesar de que la separación o el divorcio significaron un deterioro en las posibilidades económicas de su familia, la ausencia del marido o de la pareja masculina es percibida como positiva en términos del ambiente familiar y de la mayor independencia de estas mujeres para tomar sus propias decisiones.
Sin embargo, un elemento recurrente en las estrategias familiares de vida de los hogares con jefatura femenina de menores ingresos es el uso del trabajo de las hijas y de los hijos, tanto doméstico como remunerado. En lo que se refiere al trabajo doméstico, puede suceder que los hijos mayores se conviertan en sustitutos de la madre en el cuidado de los hermanos menores, salvo en casos afortunados en los que se cuenta con la ayuda de las abuelas o de otros parientes. En otros casos, los hijos de estas jefas se incorporan al mercado de trabajo en empleos precarios, sacrificándose con ello su acceso a la educación y sus posibilidades futuras de movilidad social, generándose de esta manera un proceso de reproducción generacional de la pobreza en los contextos familiares de las jefas de hogar.
La precariedad de los empleos a los que pueden acceder las jefas de hogares de menores ingresos puede constituir un obstáculo para que puedan transitar hacia una concepción del trabajo remunerado en la que el trabajo signifique no solo un mecanismo de subsistencia para la familia, sino también un elemento de posibles transformaciones de las relaciones de género que pudieran fortalecer su posición relativa en la sociedad con respecto a los hombres.
La situaciones extremas de vulnerabilidad social que pueden llegar a enfrentar estas jefas de hogar de menores ingresos en su experiencia previa a la jefatura se traducen en una gran incapacidad para tomar decisiones, lo que las lleva a permanecer y tolerar durante una buena parte de su vida relaciones de pareja muy deterioradas que pueden entrañar niveles extremos de violencia masculina, antes de tomar una decisión que termine con esa situación. Ante estas experiencias desfavorables en su relación de pareja, y a pesar de que en algunos casos las jefas pueden llegar a convertirse en proveedoras económicas de facto durante una parte importante de su vida familiar, les puede resultar muy difícil asumir plenamente su papel de jefas en su imaginario y terminar con su relación de pareja.
Para las jefas de hogares de menores ingresos, los efectos negativos de los condicionamientos de género aparecen entrelazados con su condición de jefas de hogar y de tener la casi total responsabilidad económica de su familia durante una parte importante de sus vidas. El peso que le otorgan estas mujeres a la maternidad como la dimensión fundamental de sus procesos de reconstrucción de su identidad social y de su construcción como jefas de hogar se manifiesta en la imposibilidad de acceder a oportunidades de empleo formal y bien remunerado.
Ante la ausencia de una política social que tome en cuenta la situación de extrema vulnerabilidad social a las que pueden verse enfrentados los hogares con jefatura femenina de menores ingresos y que establezca apoyos institucionales específicos para las jefas de hogar y sus hijos e hijas en las diferentes etapas de su ciclo vital familiar, y en los diferentes estados civiles de las jefas, es muy difícil que la pobreza, la escasez de oportunidades y la falta de desarrollo social dejen de constituir un escenario inevitable en el futuro de las hijas e hijos de estas mujeres.
Hay que recordar que la Ley General de Desarrollo Social establece que es responsabilidad del gobierno de los diferentes niveles asumir de manera coordinada la tarea de garantizar para toda la población el pleno ejercicio de los derechos sociales consagrados en la Constitución Política y que toda persona o grupo social en situación de vulnerabilidad tiene derecho a recibir apoyos institucionales para disminuir su desventaja social frente al resto de la población.•
Félix Acosta Investigador titular en El Colegio de la Frontera Norte. Es Doctor en ciencias sociales con especialidad en estudios de población por El Colegio de México, con licenciatura en estadística social y licenciatura en economía por la Universidad Autónoma de Nuevo León, y con maestría en economía por la Universidad de Missouri-Columbia. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus líneas de investigación son la demografía de la familia, la pobreza y la política social. Fue Consejero Académico del CONEVAL en el periodo 2006-2010. Marlene Solís Investigadora titular de El Colegio de la Frontera Norte y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Es Doctora en ciencias sociales con especialidad en estudios regionales por El Colegio de la Frontera Norte con maestría en desarrollo urbano por El Colegio de México. Ha realizado investigación sobre las identidades laborales en las empresas maquiladoras de Tijuana, y las desigualdades de género en el trabajo. |