Jekyll y Hyde frente al espejo de Fausto

¿Acaso todos tenemos un lado oscuro y malvado? ¿En verdad somos una dualidad? La filosofía oriental representa a través del yin-yang la dualidad de todas las cosas: luz / oscuridad, sonido / silencio, calor / frío, bien / mal. Si aplicamos esto al ser humano, nos topamos con un misterio que afecta a lo más profundo de nuestra personalidad.


 La fórmula de la dualidad en la literatura

¿Acaso todos tenemos un lado oscuro y malvado? ¿En verdad somos una dualidad? La filosofía oriental representa a través del yin-yang la dualidad de todas las cosas: luz / oscuridad, sonido / silencio, calor / frío, bien / mal. Si aplicamos esto al ser humano, nos topamos con un misterio que afecta a lo más profundo de nuestra personalidad.

En la literatura los elementos siniestros y místicos se aprecian en la obra Fausto de Goethe, que, como recuerda Eduardo Gómez en Dualismo y Ética en el Primer Fausto, es un episodio inspirado en la leyenda bíblica de Job. Recordemos que el romanticismo estuvo influido por fuentes irracionales, y en el arte se aprecia el predominio de una atmósfera lúgubre y siniestra en conexión con la magia y el mundo de los espíritus.

Más aún, en el Fausto podríamos hablar de la mezcla de tradiciones paganas con el cristianismo en cuanto a que, como dice Rafael Cansinos Assens, semejante a la Biblia, tiene su punto de partida en los cielos y abarca la amplitud de la tierra y la profundidad de la subtierra. El elemento siniestro se presenta desde el inicio con la presencia de Mefistófeles, quien pide permiso al Señor para tentar a su siervo. Fausto, al igual que Job, es tentado por un ángel caído con autorización de Dios. En este sentido, al igual que en ese mito, en Fausto hay un enfrentamiento del bien contra el mal. 

Desde este punto de vista se podría pensar que el elemento siniestro central en Fausto radica en la idea de lo que significa hacer un pacto con el Diablo y de lo que está en juego: el alma. Pero no debemos dejar de lado que lo siniestro parte ya de la idea misma de un trato previo entre Dios y Mefistófeles para poder tentar al hombre.

Luego entonces, hay una apuesta en juego entre Dios y el diablo, que representan a las dos grandes fuerzas opuestas y superiores ante las cuales el hombre es susceptible. Se trata, dijimos antes, de la lucha entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás, entre la creación y la destrucción; entre la dualidad misma. Se trata de un proceso en el que dos tendencias se contraponen y enriquecen mutuamente sin que podamos condenar a una en nombre de la otra.

Podemos pensar también en la dualidad luz / oscuridad a partir del tenebroso ambiente del estudio del doctor Fausto que se describe en el libro, en comparación con el mundo exterior: “una estancia gótica, estrecha y de elevada bóveda”, que puede ser interpretada como la expresión de su aislamiento defensivo y orgulloso respecto a las luchas abiertas del mundo de afuera.

Wagner, su discípulo y asistente, describe el estudio de Fausto como “una estancia sombría” desde la que no se puede dirigir el mundo, metáfora de su cerrazón académica que pretende abarcar todo el conocimiento y llegar al verdadero saber sin salir de su encierro. 

En Fausto hay un constante dualismo entre el abandono a la imaginación y a las fuerzas ocultas y superiores. Dentro del mismo delirio hay momentos de lucidez en los que se percata de que aún se encuentra lejos del verdadero camino del conocimiento, y que en realidad se mueve en un ámbito demasiado imaginativo y subjetivo.

Su concentración visionaria se ve interrumpida por elementos que lo hacen volver a la realidad, como el realismo de Wagner, quien, con irónico sentido común, según Gómez, “le permite a Fausto distanciarse súbitamente de sus delirios y lo ayuda a encontrar un criterio más objetivo y vivencial, que le permita tomar un rumbo verdadero en su empeño de comprender el Espíritu vital”.

Y en este sentido será el mismo Wagner quien le hará notar a Fausto que no podrá conmover y dirigir el mundo desde una estancia sombría (refiriéndose a su estudio y, a la vez, a su mente científica y académica), pues el verdadero conocimiento no se limita a un “angosto agujero” entre libros, sino que para alcanzar el verdadero saber es necesario “padecer ese saber” a través de la propia experiencia y para ello es necesario salir al mundo, lo que podría considerarse como un rencuentro del hombre con la naturaleza.

La singularidad creadora radica fundamentalmente en la sensibilidad, y la razón y la inteligencia adquieren su auténtica expresión mediante ella. Por tanto, el verdadero saber surge de la superación de la dualidad entre inteligencia y sensibilidad, y no podrá ser un saber conceptual, sino poético y vital.

Entre sus múltiples implicaciones podríamos mencionar el hecho de que a través de la superación de la dualidad inteligencia-sensibilidad en busca de un saber más vital que conceptual, el arte emerge como una forma de conocimiento de primer rango que opera mediante la sensibilidad cultivada y la intuición, saber que se inspira directamente en la experiencia.

Luego de las reflexiones de Wagner, Fausto toma nueva consciencia de las “dificultades casi insalvables para aprehender la verdad de la vida”, pues comprende la presunción de querer abarcar el conocimiento infinito para dominar el universo desde su limitado espacio. En este sentido, su nueva consciencia refleja otro de los preceptos del romanticismo, es decir, el rechazo a la manipulación y el dominio de la naturaleza en manos del hombre.

Gracias a las intervenciones de Wagner quedan al descubierto los delirios de grandeza de Fausto y en evidencia las limitaciones del hombre frente a las fuerzas de la naturaleza, al tomar consciencia de su realidad cotidiana: “las pretensiones a una sublime espiritualidad se ven burladas por una cotidianidad odiosa. Más que parecerse a Dios, el hombre es semejante al gusano que se abriga en el polvo”.

Como agrega irónicamente Gómez, en el estudio de Fausto “el polvo también recubre los cachivaches y los libros”; llenos de polvo están los cien estantes que lo oprimen.

La finitud del hombre, sus limitaciones humanas, su mortalidad, quedan ridículamente al descubierto ante la grandeza infinita del universo. La calavera en el estudio de Fausto lo hace pensar en lo absurdo de la soberbia del saber ante la inevitable muerte del hombre: “Y tú, vacía calavera, ¿por qué me miras riendo con sorna, cual si me dijeras que tu cerebro, desconcertado en otro tiempo como el mío, busca la serena luz del día, y, sediento de verdad, erró lastimosamente en el triste crepúsculo?”.

La muerte es parte del ciclo de la vida, he ahí otra dualidad, y es en este sentido que se dice que la naturaleza guarda celosamente sus secretos, de los que no se le puede despojar con instrumentos mecánicos o de laboratorio: “misteriosa en pleno día, la naturaleza no se deja despojar de su velo, y lo que ella se niega a revelar a tu espíritu, no se lo arrancarás a fuerza de palancas y tornillos”.

La dualidad de Fausto se manifiesta también al sentirse dividido, debatido entre dos yo, “por dos almas”, refiriéndose a su vida como “docto idealista, aislado en su gabinete, y a las ansias que siente de una vida íntegra”, mismas que lo llevan, luego de cobrar consciencia de sus limitaciones para abarcar el saber universal, a invocar a los espíritus en su ayuda a través de las “fuerzas prohibidas de la naturaleza”, lo que implica una trasgresión a los preceptos de la racionalidad y la ciencia.

La dualidad Mefisto-Fausto se manifiesta en su punto máximo cuando correlativamente Fausto se desboca en su ambición y Mefisto manifiesta reservas ante lo que considera excesivas esperanzas de cambio por parte de Fausto.

En este punto su recíproca influencia aumenta a tal grado que, siguiendo a Gómez, “Mefistófeles se tornará fáustico, como cuando se disfraza de profesor para despachar a un estudiante inoportuno, mientras Fausto se esconde, y éste se mefistofelizará en varias oportunidades, actuando de modo artero e incluso criminal, como se verá en algunos episodios de la conquista de Margarita y en la muerte, durante el duelo con Fausto, de su hermano Valentín”.

Luego de todos los elementos mencionados que conforman el dualismo de Fausto, pensamos en su figura como una especie de doctor Jekyll y señor Hyde, pues en él hay una lucha interna entre el espíritu sabio y docto que se guía por los principios de la ciencia y la razón contra el espíritu que tiende a ceder al ansia de desinhibición y rebeldía.

De la exhaustiva explicación de la figura del perro negro como encarnación del mal, se percibe muy interesante la interpretación de Mefistófeles como “encarnación de las pulsiones instintivas y las ansias de conocimiento experimental y social reprimidas por el modo de vida aislado, abstracto y academicista del doctor”. Esto significa que el diablo encarna elementos constitutivos de Fausto, “inseparables de su individualidad”, pulsiones que lo llevan a rebelarse y buscar la libertad despojándose de sus limitaciones mentales y espaciales para alcanzar la totalidad del absoluto.

En este preciso punto nos conectamos nuevamente a la confesión que Fausto hace a Wagner de que en él hay “dos almas”, dos tendencias, “una hacia la superación y otra hacia lo animal”. Tendencias que existen en la naturaleza del hombre como una dualidad, “sólo que en Fausto han hecho crisis de manera excepcional y profunda debido a su gran inteligencia y a su categoría humana”. La razón como lo opuesto al instinto, al deseo. La dualidad del bien y del mal que habitan en el hombre. Nuevamente el doctor Jekyll y el señor Hyde.

¿De verdad la maldad es una cualidad innata en las personas? Esto es lo que nos planteamos también en el caso de la novela de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que nos traslada a una oscura Londres donde los experimentos de cierto científico buscan desentrañar las claves del enigma. Es, al mismo tiempo, una oportunidad de plantear el rompecabezas que atañe a la moralidad y la psicología humana y responder a las preguntas sobre la dualidad. ¿El señor Hyde es una creación de Jekyll?, ¿su alter ego? Se trata de las dos fronteras del bien y del mal que componen la doble naturaleza del hombre.

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde alberga en sí el dualismo de la existencia: “esa especie de familiar mío, que había sacado de mi alma y mandaba por ahí para su placer, era un ser intrínsecamente malo y perverso; en el centro de cada pensamiento suyo, de cada acto, estaba siempre y sólo él mismo. Bebía el propio placer, con avidez bestial, de los atroces sufrimientos de los demás”.

Stevenson narra con perfecta y real magnitud lo que es capaz de hacer el ser humano, en grado de desdoblarse en dos personalidades y vivir contemporáneamente dos vidas.

Mientras los escritores románticos denunciaban la patología de la esquizofrenia con el tema de la dualidad, Stevenson quería demostrar que la dialéctica de las pulsaciones individuales, positivas y negativas, constituye una condición irrenunciable del individuo. El monstruo es visto por el autor como una parte de sí, como un componente del propio mundo interior y como parte de la dualidad.

Con su relato, Stevenson se adelantó a teorías freudianas sobre el desdoblamiento de la personalidad y tocó temas tan controvertidos para la moral victoriana como el comportamiento lujurioso y despreciable que hacía gala en la mitad de Jekyll: “Si pudiera verle, aunque sólo fuera una vez –pensó–, el misterio se iría disipando y hasta puede que se desvaneciera totalmente como suele suceder con todo acontecimiento misterioso cuando se le examina con detalle”.

La fisonomía de Hyde es horripilante y capaz de quedar marcada en la mente. Este desagradable aspecto físico refleja esa moral: Hyde es incapaz de sentir compasión, empatía o cualquier sentimiento humano. Él desea sólo vivir, no experimentar las emociones, sino que saciarse de sus apetitos, buscando siempre nuevos.

La dualidad del doctor Jekyll está finalmente libre en Hyde, quien es capaz de vivir la vida que siempre quiso separado de su otra mitad, siempre frenado por la sociedad, la educación y la moral que reprime los instintos. Libre de Jekyll, Hyde es su propio dueño y señor, libre de tomar lo que desea.

El conflicto interior entre el bien y el mal se ha convertido en concepto clave de la cultura humana. El hombre siempre ha estado interesado en analizar los diferentes aspectos de su propia conducta, ya sea desde el punto de vista antropológico o artístico. Sin embargo, cuando el tema es un personaje dentro de dos, o dos personajes en uno, encontramos que ahí radica otra cara de la dualidad, emerge en el imaginario colectivo El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

La historia de estos dobles inquietantes, condenados a convivir sin aceptarse, porque uno desea el control sobre el otro, encuentra el perfecto escenario en Londres, tan dividida socialmente y con callejuelas laberínticas. En este entorno se escurre el señor Hyde, secundado por la pálida luz de las farolas y la protección fantasmagórica de la niebla.

Mientras, el buen doctor Henry Jekyll grita desde el interior de su psique, maldiciendo el día que creó la misteriosa fórmula de la dualidad: “Debo seguir una senda tenebrosa. Pesa sobre mí un castigo que no me es dado describir, y corro un peligro del que no debo hablar. Reconozco que soy el más encenagado de los pecadores, pero soy también el más desdichado entre todos los que sufren. Jamás imaginé que esta tierra fuese morada de dolor y espanto como los que me han tocado en suerte”.

Gabriel John Utterson es una figura importante en el libro, que se ilustra muy bien desde el punto de vista social, moral y físico, y con la cual a veces estamos obligados a movernos: a sentir calosfríos cuando Utterson se congela de miedo, a investigar con el lazo oscuro que une a un ser tan repugnante como Hyde con el ilustre doctor Jekyll.

Utterson tiene una cualidad indispensable para hacer el trámite entre la narración y el lector, como mentalidad representativa de la burguesía conformista y tradicionalista:

–”¡Jekyll, pido verte!, gritó Utterson.

Y después de haber esperado una respuesta que no llegó, continuó:

–Te advierto que ya sospechamos lo peor, por lo que tengo que verte,

y te veré o por las buenas o por las malas. ¡Abre!

–¡Utterson, por el amor de Dios, ten piedad!, dijo la voz.

–¡Ah, éste no es Jekyll –gritó el notario–, ésta es la voz de Hyde!

¡Abajo la puerta, Poole!”.

Utterson, quien representa el moralismo, la curiosidad desmedida, la falta de flexibilidad psicológica y humana, es ejemplo de una sociedad que no respeta la invocación de piedad solicitada en nombre del dios que la comunidad venera. Es una sociedad que odia a Hyde por su aspecto, antes de conocer de lo que él es capaz; una sociedad empujada por su propio interés, una malsana curiosidad y el deseo de indiscreción, abriéndose paso con la desgracia ajena.

Stevenson, por lo tanto, nos transmite una moral: no debemos evadir ser Jekyll o Hyde, lo importante es no transformarnos nunca en Utterson, el enemigo de lo diferente, baluarte de la hipocresía social; el curioso de lo ajeno, el destructor de la diversidad que genera la dualidad.

Gómez, Eduardo. Dualismo y ética en el primer Fausto.

Johan Wolfgang, Goethe. Fausto.

R.L. Stevenson. El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Rosa María Fajardo Escritora y periodista. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM con equivalencia de grado por la Università degli Studi di Trieste en Italia y Máster en Escritura Creativa en la Università degli Studi Suor Orsola Benincasa de Nápoles. Cursa la Maestría en Literatura y Creación Literaria en la Casa Lamm. Fue catedrática en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y correctora de estilo del suplemento sábado de unomásuno. Ha colaborado en medios mexicanos como los suplementos sábado y Acento X, de unomásuno y en la revista Generación, y en Italia en la revista literaria Lìnfera y el suplemento cultural INK del periódico universitario Inchiostro. Es coautora de la revista Los Sembradores de Historias y los libros de cuento Aún espero algo mejor e Impaciente Espera, publicados en Italia con el grupo literario Trattolibero. @RosaMFajardoG

¿Acaso todos tenemos un lado oscuro y malvado? ¿En verdad somos una dualidad? 

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