por Mario Luis Fuentes
De acuerdo con el CONAPO, en 2012 habría 6.81 millones de jóvenes entre 18 y 20 años; entre ellos, el INEGI estima que 2.56 millones han concluido estudios de educación media-superior. De esa cifra, únicamente el 50% ha encontrado empleo, y entre ellos, el 70% tuvo como primer sueldo una suma máxima de 3 mil pesos mensuales. En medio de la desigualdad y la pobreza del país, su futuro es, sin duda, incierto.
México sigue siendo un país con una población predominantemente joven. Las estadísticas del INEGI indican que en 2010, de acuerdo con los resultados del Censo, la edad mediana de la población nacional se ubicó en 26 años; lo que nos ubica como un país con un enorme potencial productivo, dado que la mayoría de la población se encuentra en edad de trabajar.
A pesar de lo anterior, nuestro país enfrenta inmensos retos que están vinculados a situaciones estructurales, tales como la desigualdad, la fractura del mundo del empleo, el llamado “estancamiento secular de la economía”, así como rezagos históricos en educación, salud y vivienda.
Paradójicamente, también carecemos de una política de inclusión para la población joven, pues seguimos siendo un país en el que no se generan los empleos suficientes, y en el que el acceso a la educación media superior es únicamente para 65 de cada 100 personas en la edad para cursar ese nivel, mientras que el acceso a la educación superior es de únicamente 3 lugares para cada 10 jóvenes entre los 18 y los 24 años de edad.
Convertirnos en un país de inclusión implica que en el corto plazo tengamos la capacidad de superar al menos los siguientes retos estructurales:
El mayor factor de exclusión: la desigualdad
De acuerdo con los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), a través de su Índice para una vida mejor, el ingreso neto, ajustado per capita en el país asciende a 12,850 dólares por año, que, con el tipo de cambio actual, equivaldría a una suma de alrededor de 192,750 pesos.
Esta cifra es mucho menor al registrado para el promedio del ingreso familiar per capita de los países que forman parte de la OCDE, el cual se ubica en 23,938 dólares anuales, es decir, una cifra aproximada a 359 mil pesos por persona al año, una cifra que equivale a prácticamente el doble de lo que se gana en nuestro país.
Asimismo, la OCDE documenta que en México el 20% de la población con menores ingresos percibe 13 veces menos recursos que el 20% que más gana; y esto sin contar a los súper ricos, respecto de quienes las diferencias son algorítmicas.
La mala calidad del empleo
De acuerdo con la propia OCDE, en México las personas tienen que trabajar una cantidad de horas sumamente superior a lo que se tiene como promedio en la OCDE, lo cual permite dimensionar los diferenciales de ingreso, no sólo en montos salariales, sino en lo que puede denominarse como la “calidad de los empleos”.
En efecto, de acuerdo con el organismo citado, el promedio de tiempo trabajado al año por las personas que tienen entre 15 y 64 años de edad es de 1,765 horas anuales; en contraste, en México la cifra es de 2,226; es decir, en México se tiene que trabajar casi 30% más de tiempo para percibir alrededor del 50% de los salarios que se obtienen en países como Holanda o Noruega.
Los rezagos en educación
De acuerdo con los datos del INEA, en México hay casi 32 millones de personas mayores de 15 años que no han concluido la educación secundaria. Con base en estos datos, la OCDE estima que únicamente el 36% de quienes tienen entre 15 y 64 años de edad cuentan con estudios completos de secundaria. Este indicador es altamente contrastante con el promedio de los países que integran a la OCDE, en donde se ubica en un 75% en ese segmento de edades.
Asimismo, el contraste no se encuentra sólo en lo relativo al acceso, sino a la calidad de la enseñanza. Por ejemplo, en el puntaje general de la prueba PISA, el estudiantado en México obtuvo un promedio de 417 puntos en matemáticas y ciencias, las dos ramas consideradas como clave para la innovación y el incremento de la productividad-país.
Frente a este dato, en la OCDE se obtuvo un promedio de 497 puntos, lo cual, en sentido estricto, representaría, de acuerdo con varios expertos, una ventaja de al menos dos décadas de generación, acumulación y transmisión de saberes.
La trampa de la pobreza
Los jóvenes en México enfrentan enormes y severos retos; uno de los más graves se encuentra en el ámbito de la reproducción estructural de la pobreza. En ese sentido es de destacarse que la cuestión inicia de suyo mal. En efecto, de acuerdo con el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social, casi el 53% de las niñas, niños y adolescentes son pobres, dato que contrasta con el 44% de población adulta identificada en condiciones de pobreza.
En esa lógica, los estudios que existen en el país sobre movilidad social muestran que en el contexto global México es ubicado como un país de baja movilidad; es decir, en nuestro país existen más probabilidades de que un joven quien actualmente forma parte de la clase media se convierta en algún momento en pobre, de que un joven pobre logre “ascender” en sus condiciones socioeconómicas y culturales a la clase media.
La Fundación Espinosa Yglesias sostiene al respecto: “Por ejemplo, en países con una larga tradición de estados (sic) de bienestar como Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca, la proporción de individuos que provienen del quintil más bajo y que ahí permanecen resulta prácticamente la mitad que la mexicana. Por otro lado, si se observa la proporción de hijos que partieron del quintil más bajo y que alcanzaron el más alto, la proporción en los países escandinavos prácticamente triplica la mexicana”.
Un panorama incierto
Estas condiciones se han mantenido de manera estructural y han construido un panorama complejo e incierto para la juventud. Por ejemplo, si se piensa en quienes han logrado contar con estudios de bachillerato, la realidad de su inclusión laboral es sumamente baja.
En efecto, los datos del INEGI, a través de la Encuesta Nacional de Inserción Laboral de los Egresados de la Educación Media Superior, muestran que hay una muy baja capacidad del mercado de trabajo para “absorber” a las y los jóvenes que egresan del bachillerato.
De acuerdo con la encuesta citada, había en 2012 un total de 2.56 millones de jóvenes entre 18 y 20 años que contaban con estudios de educación media-superior. De ellos, únicamente 704 mil participaron durante sus estudios o recién egresados en programas de vinculación laboral.
De la totalidad de estos jóvenes, menos del 10% se considera “muy hábil” para hablar, escribir o comprender la lectura del idioma inglés; alrededor del 50% se considera también “muy hábil” en el manejo de herramientas computacionales básicas como envío de correos electrónicos, buscar información en internet o crear o editar documentos; pero únicamente alrededor del 25% se dice “muy hábil” en el manejo de hojas de cálculo.
Entre la población considerada, únicamente el 50% logró acceder a estudios de nivel superior, mientras que sólo 1.056 millones cuentan con alguna experiencia laboral luego de haber egresado del bachillerato. De ese total, alrededor del 70% declara percibir 3 mil pesos o menos al mes, y únicamente el 30% ha logrado ingresos superiores a la cifra señalada.
Como puede verse, con este panorama enfrente, el futuro para nuestros jóvenes es poco menos que incierto.
*Columna publicada con el mismo nombre en el periódico Excélsior, 21- Abril- 2015, p.26
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