El Super Bowl 2025 y Kendrick Lamar: ¿Resistencia cultural o simulación mercantilizada? - Mexico Social

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El Super Bowl 2025 y Kendrick Lamar: ¿Resistencia cultural o simulación mercantilizada?

El Super Bowl 2025 será recordado no solo por la aplastante victoria de las Águilas de Filadelfia sobre Kansas City, sino por el show de medio tiempo de Kendrick Lamar. Entre luces y coreografías con temática de la bandera estadounidense, el rapero de Compton hizo lo que mejor sabe hacer, convertir un escenario patrocinado por multinacionales en un manifiesto. Pero ¿es posible subvertir un sistema desde su propio altar?. Este texto explora cómo el hip-hop, es una herramienta de resistencia que navega entre la apropiación cultural y la lucha anticolonial, no solo en Estados Unidos, sino también en México desafiando narrativas hegemónicas. El marco de la teoría de la resistencia nos permite hacer un análisis al respecto.

Escrito por:  Guillermo Ramírez-Rentería

Según la antropóloga Sherry Ortner de la UCLA, a la concepción tradicional de resistencia se le escapan otras formas que merecen la pena ser consideradas. Mientras que dominio es una forma de poder relativamente institucionalizada, la resistencia es una forma de oponerse a dicho poder en una manera igualmente organizada. Sin embargo para el filósofo Michel Foucault, esta definición deja fuera otras formas de resistencia de la vida diaria que son menos organizadas y más sutiles (Ortner, 1995). Para ilustrar este debate, basta un ejemplo, una persona pobre que le roba a una persona rica, ¿en verdad está realizando un acto de resistencia o es mera sobrevivencia?.

La máquina del entretenimiento

El Super Bowl no es solo un evento deportivo, es un símbolo del soft power estadounidense. Con audiencias globales y patrocinios millonarios, el espectáculo refuerza mitos nacionalistas como la meritocracia y el sueño americano, mientras borra historias de racismo y violencia. Kendrick Lamar, al aceptar este espacio, se enfrentó a una paradoja: ¿cómo usar un megáfono del sistema opresor en contra del mismo sistema?. Para empezar hay que hacer un repaso de los eventos que ocurrieron.

En la presentación de Lamar, el actor Samuel L. Jackson aparece vestido como el Tío Sam recordándole constantemente lo que se espera de su grupo étnico. Entre los elementos que salen a relucir a lo largo del acto se encuentran coreografías de banderas estadounidenses rotas, bailes considerados como de “gueto” incluso interpretados por la tenista Serena Williams. Probablemente lo más relevante aparece al final, cuando en la coreografía de la canción más esperada, los bailarines asemejando a la bandera, se dejan caer con la rodilla y el codo flexionados, aparentando una suerte de suástica. La canción del momento “not like us”, está dedicada al rapero canadiense Drake, a quien Lamar acusa de apropiación cultural del hip-hop entre otras situaciones polémicas.

Sin embargo, no hay que olvidar que el logo de la marca de “la manzanita”, es la patrocinadora oficial del evento y nos recuerda que, en el capitalismo, hasta la rebeldía está en venta. Aquí yace la tensión, pues el hip-hop, nacido en los barrios como voz de resistencia, hoy es un producto global y hasta de exportación. Mientras que el contenido busca ser contestario, la forma en que se expone va de la mano y según los canones impuestos. Aunque la historia del hip-hop y el rap no se limita al último Super Bowl, sino que hay que entender sus raíces para saber a qué aspira.

Hip-Hop: De las calles a la apropiación cultural 

El rap surgió en los años 70 en el Bronx como respuesta a la marginación de comunidades afrodescendientes y latinas. Artistas como Public Enemy o Tupac usaron sus letras para alzar la voz contra el racismo sistémico del que eran victimas día a día y que no podían denunciar ante las autoridades. Kendrick Lamar hace lo propio en álbumes como To Pimp a Butterfly (2015), donde mezcla jazz con letras que interrogan la identidad negra en Estados Unidos, sobre todo en canciones como Alright. Esta última se convirtió en un elemento del movimiento Black Lives Matter.

No obstante, en los 90 la industria musical blanqueó el género. Las letras se vaciaron de contenido político para vender gangsta rap caricaturizado. Este tipo de música reduce la complejidad del género al colocar los valores de consumo capitalistas como el eje en torno al que giran las canciones, algo muy similar al fenómeno de los corridos tumbados en México. El éxito de Lamar prueba que el hip-hop aún puede ser político, pero también revela un dilema, ¿su mensaje pierde potencia al ser engullido por el mainstream? ¿Produce algún cambio en la realidad o solo es un paliativo momentáneo?.

El rap indígena en México y la resistencia invisible 

Si en Estados Unidos el hip-hop lucha contra el legado de la esclavitud, en México el rap se entrelaza con la resistencia indígena y anticolonial. Artistas como Mare Advertencia Lirika (Oaxaca) o Akil Ammar (CDMX) usan el género para denunciar el despojo de tierras, el feminicidio y la represión estatal.  Estos artistas no solo desafían a la narrativa del sistema al rechazar la idea de que la cultura mexicana debe reducirse a mariachis, música banda o corridos tumbados. Su lucha es doble, contra el colonialismo interno (el desprecio a lo indígena y la oda al consumo) y contra la globalización que impone estándares culturales anglosajones. 

En este punto, regresamos al debate sobre las formas de resistencia y el impacto que puede o debe tener. La resistencia no tiene una sola forma y Lamar, al infiltrarse en el Super Bowl, logra que millones escuchen mensajes incómodos para la sociedad estadounidense. Pero, ¿es la intención lo que cuenta? o es necesario que verdaderos actos de transformación ocurran para que la resistencia se confirme. Ante el dilema, tenemos dos respuestas, una es que lo que hacen Mare Advertencia Lirika o Kendrick Lamar es completamente inútil ya que no cambia las estructuras de poder. La segunda opción es que es que la cultura es un terreno de lucha y es necesario ocupar cualquier espacio posible para evidenciar las problemáticas sociales.

Los ritmos apropiados y mercantilizados

La industria cultural global tiene un modus operandi: robar, diluir y vender. El reggaetón, por ejemplo, nació en Puerto Rico como música marginal, pero hoy es un producto despolitizado dominado por sellos estadounidenses. En México, el huapango y el son jarocho han sido fetichizados como “folclor” mientras algunas comunidades las usan como espacio de resistencia y zonas de refugio cultural. El hip-hop y el rap no escapan a esto, y puede ser que su fuerza radique en su capacidad para adaptarse, de no desaparecer y de seguir en la escena.

El show de Kendrick Lamar en el Super Bowl dejó una pregunta flotando, ¿Fue un acto contestatario o una concesión al poder?. La respuesta está en entender que la cultura no es un campo de batalla con ganadores y perdedores claros. Es un espacio de lucha constante, donde cada verso, cada ritmo, puede apoyar a un movimiento pero también ser un coadyuvante del sistema. En México y Estados Unidos, el rap sigue siendo un arma, no importa si suena en un estadio con luces de neón o en una plaza con grafiti, lo crucial es quién lo escucha, y lo que provoca en el público. Sin embargo hay que ser muy cuidadoso en cómo se envuelve y entrega este mensaje para que no pierda potencia.

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Bibliografía

Sherry B. Ortner. (1995). Resistance and the Problem of Ethnographic Refusal. Comparative Studies in Society and History, 37(1), 173–193.

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