A la administración del presidente López Obrador le quedan, para fines prácticos, 30 semanas. La campaña electoral comenzará de manera formal en marzo y veremos por primera vez a las candidatas y al candidato, actuando como tales. En este escenario, en contra de todo lo que había dicho en el pasado, el titular del Ejecutivo Federal decidió intervenir de manera directa y abierta en el proceso electoral, y en términos de opinión pública, puede resultar decisivo en el resultado que se tenga en las elecciones presidenciales del mes de junio.
Escrito por: Saúl Arellano
En distintas ocasiones, el Ejecutivo ha planteado que lo que viene es una “elección plebiscitaria”, y pone enfrente sólo dos alternativas: continuidad de su proyecto personalísimo, o bien, en sus palabras, un regreso al pasado corrupto, neoliberal y perverso que existía antes de su llegada al poder.
A lo largo de su mandato, el presidente ha cambiado drásticamente su posición respecto de temas prioritarios de la agenda nacional. Sólo en uno de ellos admitió abiertamente que cambió de opinión, y es respecto del papel que le ha asignado a las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública, pero también en espacios de naturaleza totalmente civil. Aún con ello, jamás explicó las razones del drástico cambio de parecer, y menos aún dio a conocer los diagnósticos que fundamentaron su decisión.
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Los frentes en los que la actuación presidencial han resultado, por decir lo menos, desconcertantes son numerosos. Por ejemplo, la agenda de la igualdad y de los derechos de las mujeres; la urgente política de justicia transicional y de solidaridad con las víctimas de la violencia; el abandono de los grupos más vulnerables de la población; la transformación del sistema nacional de salud y del sistema educativo nacional. Son todos temas que involucran complejas agendas y en las cuales las modificaciones estructurales significaron profundos retrocesos sociales, que en los casos más extremos se cifraron en cientos de miles de enfermedades y muertes en exceso evitables.
Como nunca hemos visto a un jefe del Estado mexicano con una muy visible vocación injerencista en la política de otros países, pero con una política exterior que, en su conjunto, es poco comprensible pues como en todo lo que se ha hecho en esta administración, priva no solo la opacidad, sino, ante todo, el diálogo público y el consenso requerido para tomar decisiones clave para nuestro país.
Más allá de la compleja personalidad del presidente de la República, hace falta un ejercicio explicativo y comprensivo de lo que significa y ha significado lo que ya se ha dado en llamar como “obradorismo” en el imaginario político de los últimos 25 años.
Tiene sentido plantear lo anterior, porque si se juzga por los resultados cuantificables de esta administración, sus resultados son tan malos como los de administraciones previas, con algunos aciertos y cambios positivos, pero que no constituyen un diferenciador épico respecto del pasado, como son presentados por las y los propagandistas del nuevo régimen.
En muy pocos años, López Obrador logró generar la base de una nueva élite gobernante, con pactos, quizá inconfesables con las personas más ricas del país; y que ha hecho crecer en imagen y capacidad de manejo y movilización de los recursos del Estado para el beneficio de su base político-electoral. A ello le ha acompañado una estrategia de “reciclaje” de políticos locales que, al haber sido desplazados en sus intereses locales, decidieron dar la estructura y base electoral nacional que le permitió a Morena ser la “aplanadora” que se fue en 2018; pero que no tuvo ya tanta eficacia en el 2021.
A la salida del poder de López Obrador, aunque mantendrá una gran cantidad de los “hilos del poder”, la pregunta es cuáles son los grupos que, al interior de Morena, lograrán quedarse con los principales espacios de decisión, y a partir de ello, queda cuál será la lógica de relación con el líder social que no dejará de ser.
¿Cuáles son las alianzas internas de los grupos o bloques cercanos al presidente? ¿Cuáles son las fisuras y fracturas que probablemente ya existen en la configuración de la dinámica de la campaña? ¿Cuáles son los grupos regionales que lograrán mantener los estados donde gobiernan y cuáles serán los que representen tal nivel de densidad de intereses que les abra o cierre puertas con quien sea la nueva presidenta del país?
Dada la poderosa figura del presidente López Obrador, en realidad es difícil saber cuál es realmente la visión de país que tienen las principales figuras que han destacado en el obradorato. Sería ingenuo creer que realmente la doctora Sheinbaum no tiene una idea propia de lo que es el Estado, el gobierno y cómo habrá de manejar sus decisiones de poder.
El problema es que, ante un mandato y un liderazgo tan fuerte como el actual, es difícil siquiera imaginar lo que se denomina coloquialmente como “el estilo personal de gobernar” que tendría la doctora Sheinbaum, en caso de ser elegida; y cuál será el estilo y formas de relacionarse con las y los actuales gobernadores; pero también con quienes lleguen a los cargos estatales y municipales de mayor relevancia a partir del mes de junio.
Las explicaciones que nos hacen falta son esas y muchas otras. Y para bien del país, en el contexto de amenaza del crimen organizado, de la violencia política y de todos los dilemas que arrastramos, es mejor comenzar a plantearlas y a acometer la tarea de responderlas.
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