Desde la década de los 80, en el siglo XX, un panel internacional de científicos, entre quienes se encontraba nuestro gran Mario Molina descubrió que los gases de larga duración provocaban un severo daño en la Capa de Ozono, la cual es responsable de protegernos en contra de varias formas de radiación cósmica, como la de los rayos ultravioleta.
A partir de estos descubrimientos, la comunidad internacional firmó el Protocolo de Montreal, con el objetivo de reducir las emisiones, y disminuir su presencia en la atmósfera. Se ha logrado desde entonces reducir de manera relevante sus niveles de concentración y se ha conseguido la recuperación de partes importantes del ozono que se había dañado.
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De acuerdo con la NASA: “Desde entonces, ciento noventa y ocho naciones han firmado el acuerdo. Después de que cesó la producción, los científicos aún esperaban que el CFC-11 continuara goteando a lo largo de los años de los productos existentes, pero a un ritmo que disminuía gradualmente. Debido a esto, el gas se encuentra entre los monitoreados a escala global por la División de Monitoreo Global de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) y el Experimento Avanzado de Gases Atmosféricos Globales (AGAGE), una red de estaciones de monitoreo financiada por la NASA y varias agencias ambientales, y dirigido por el Centro para la Ciencia del Cambio Global en el Instituto de Tecnología de Massachusetts y el Instituto de Oceanografía Scripps.
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En 2018, la NOAA informó por primera vez una disminución menor de lo esperado en la disminución del CFC-11 atmosférico. Los números no se alinearon con las trayectorias basadas en la prohibición de producción de CFC-11, lo que sugiere que algo había cambiado. “La desaceleración en la tasa de disminución indicó que alguien estaba emitiendo nuevamente, o en cantidades mayores de las que esperábamos, simplemente no sabíamos dónde”, dice Matt Rigby, científico de la Universidad de Bristol (Reino Unido) y uno de los autores principales del nuevo estudio. Fue la red AGAGE la que ayudó a rastrear los orígenes de gran parte de las nuevas emisiones de CFC-11 gracias a su distribución geográfica.
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Dos de sus estaciones, la estación Gosan AGAGE de Corea del Sur, administrada por la Universidad Nacional Kyungpook en Corea del Sur, y la estación afiliada a AGAGE en la isla Hateruma en Japón, dirigida por el Instituto Nacional de Estudios Ambientales de Japón, estaban ubicadas lo suficientemente cerca de la fuente. para que los investigadores rastreen gran parte de las nuevas emisiones hasta su fuente: el este de China”. (Fuente: https://www.nasa.gov/feature/goddard/2021/nasa-funded-network-tracks-the-recent-rise-and-fall-of-ozone-depleting-pollutants)
Ante ello, los modelos informáticos de la NASA ayudan a los científicos a identificar un aumento en las emisiones de CFC-11, un gas que agota la capa de ozono, en la atmósfera. La NASA y NOAA, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, trabajan juntas, como parte de una asociación de investigación de larga duración, monitoreando los esfuerzos sobre el ozono estratosférico. Esta investigación continúa su asociación, uniéndose a científicos del MIT y la Universidad de Bristol.
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