Con una agenda internacional dominada por temas migratorios y la relación con Estados Unidos, la VI Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) del pasado 18 de septiembre concluyó con la sensación, presente desde hace ya algunos meses, de que la política exterior mexicana del gobierno del presidente López Obrador ha dado un claro giro latinoamericano. Este aparente cambio de énfasis habría iniciado con el discurso del propio presidente el 24 de julio pasado, con motivo del aniversario luctuoso de Simón Bolívar y a propósito de la reunión de ministros de relaciones exteriores de la CELAC en ese momento.
Escribe el Dr. Roberto Castellanos. Síguelo en Twitter en: @robcastellanos
¿Estamos ante un giro latinoamericano en la política exterior? ¿Es viable una integración regional económica como lo ha planteado el gobierno federal? ¿De qué forma avanzó la VI Cumbre de la CELAC en esa dirección? Si como ha advertido el gobierno actual, “la mejor política exterior es la política interior”, ¿qué implica este capítulo reciente de activismo internacional gubernamental?
¿Una nueva visión de política exterior?
“La mejor política exterior es una buena política interior”, afirmó durante años Andrés Manuel López Obrador como punto de partida (y llegada) de su visión de política exterior. Sin dar demasiados detalles, el mantra sugería un orden de prioridad: la política exterior debía estar supeditada a la interior. La implicación se reafirmaba con la reiteración del propio presidente de los principios de la Doctrina Estrada (articulada por Genaro Estrada, en 1930 y después reflejada en nuestra Constitución): la libre autodeterminación, la no intervención en los asuntos internos de otros países y la resolución pacífica de las controversias.
El mantra se agitó cuando el pasado 24 de julio el presidente aprovechó la celebración del natalicio de Simón Bolívar para dar su visión sobre el futuro de América Latina y el Caribe, su relación con Estados Unidos y el papel de la región en el orden global. Ahí afirmó: “sostengo que ya es momento de una nueva convivencia entre todos los países de América (…) Hay que hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos a Estados Unidos o de oponernos en forma defensiva. Es tiempo de expresar y de explorar otra opción: la de dialogar con los gobernantes estadounidenses y convencerlos y persuadirlos de que una nueva relación entre los países de América es posible.”
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El realismo de la política exterior
En una muestra de claro realismo en materia internacional (posición que reconoce que la estabilidad de las relaciones internacionales parte de la construcción de balances políticos entre las potencias), inusitada en temas de política exterior, advirtió: “(…) poco a poco se ha ido aceptando una circunstancia favorable a nuestro país: el crecimiento desmesurado de China ha fortalecido en Estados Unidos la opinión de que debemos ser vistos como aliados y no como vecinos distantes (…) nos conviene que Estados Unidos sea fuerte en lo económico y no sólo en lo militar”.
“Pensamos”, continuó el presidente, “que lo mejor sería fortalecernos económica y comercialmente en América del Norte y en todo el continente (…) la propuesta es, ni más ni menos, que construir algo semejante a la Unión Europea”.
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La visión presidencial de la relación con América Latina
Para decirlo con claridad, tal como lo analizan Saltalamacchia y Silva, López Obrador estaba sugiriendo que “a cambio de conducirse con respecto irrestricto a la autonomía política de los países latinoamericanos y caribeños, Washington podría obtener una colaboración que dificultaría el avance de China en la región”. El planteamiento no solo es realista y pragmático, sino audaz.
En lo esencial, AMLO reiteró esta visión en su discurso inaugural del a VI Cumbre de la CELAC, el pasado 18 de septiembre: “La CELAC”, dijo, “puede convertirse en el principal instrumento para consolidar las relaciones entre nuestros países de América Latina y el Caribe, alcanzar el ideal de una integración económica con Estados Unidos y Canadá en un marco de respeto a nuestras soberanías; es decir, construir en el continente americano algo parecido a lo que fue la Comunidad Económica que dio origen a la actual Unión Europea”.
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Los resultados de la cumbre de la CELAC
Con este antecedente, parecería que la Cumbre habría de relanzar a la Comunidad para enfocarse en la construcción de las bases de esa visión pragmática de integración económica entre los países latinoamericanos, pero también con EEUU y Canadá. Sin embargo, la Declaración Política que resultó del encuentro es, lamentablemente, más bien anticlimática: un documento de 44 puntos que lo mismo se refiere a la integración económica, que a los compromisos del cambio climático, la seguridad alimentaria, la democracia y los derechos humanos, la pandemia, sus consecuencias y las respuestas a ella.
Pero también a la corrupción, los derechos especiales de giro del Fondo Monterio Internacional, la juventud, la igualdad de género, los afrodescendientes, las lenguas indígenas, el colonialismo, las armas nucleares, el combate a las drogas o el terrorismo. Es un auténtico potpurri temático que ahoga la fuerza del que parecía ser un objetivo claro: articular esfuerzos para avanzar, más allá de lo discursivo, hacia una integración regional.
Lo rescatable de la reunión de la CELAC
Lo más recatable de los resultados específicos de la Cumbre fue la recepción y aprobación del Plan de Autosuficiencia Santinaria que elaboró la Comisión Económica para América Latina (Cepal) a petición de la CELAC. Articulado en seis grandes líneas de acción, algunas de implementación inmediata y otras de mediano y largo plazo, el Plan ofrece una ruta específica y clara para establecer políticas y decisiones en toda América Latina orientadas a fortalecer el sector salud, con énfasis en la atención primaria y en particular, en la generación de capacidades para acceder a vacunas y ampliar capacidades para desarrollar las propias en beneficio de toda la región.
En buena medida, el Plan es un aterrizaje ingenioso e interesante de la visión integradora planteada por AMLO llevada al tema de vacunas, controles sanitarios y atención a la salud. El reto será, por supuesto, su aplicación y materialización concreta en una región que aunque habla casi el mismo idioma y posee raíces culturales e históricas muy similares, tiene una diversidad política y administrativa nada menor.
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El desafío democrático de la región
Integrar económica y comercialmente una región, como la de América Latina, en donde solo el 13% de su comercio es intraregional (a diferencia de la Unión Europea, donde el comercio intraregional es del 60%) es un reto mayúsculo. Pero además, tenemos el desafío político, que fue el que afloró más claramente en los posicionamientos de jefes de Estado y que dejó ver el tamaño del diferendo que hay en la región sobre un tema esencial: la estabilidad de nuestro orden democrático y constitucional.
Los casos más claros y evidentes (fuente de confrontación política en la región), sobre la vigencia de la democracia en América Latina y el Caribe, son Venezuela, Nicaragua, Cuba, y más recientemente El Salvador. Pero hay desafíos al funcionamiento de la institucionalidad democrática en varios de los países latinoamericanos y caribeños: el estado de Derecho, los pesos y contrapesos, la libertad de prensa, el respeto a la autonomía de las autoridades electorales y otras dimensiones propias de una democracia plena.
Justo por ello conviene recordar que el 11 de septiembre pasado, 7 días antes de la Cumbre de la CELAC, se cumplieron 20 años de la aprobación de la Carta Democrática Interamericana, que comprometió a todos los estados miembros de la OEA a promover y defender colectivamente la democracia y los derechos humanos, partiendo de la idea de que hacerlo colectivamente no es intervencionsimo sino un paso necesario para una integración regional más auténtica. Visto así, atender una agenda democrática regional compartida es quizá la forma más clara de mostrar que “la mejor políltica exterior es la política interior”.
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