El suelo es uno de nuestros recursos no renovables, y es el medio primario que sostiene nuestra capacidad de producir alimentos y diversos servicios ecosistémicos. Los suelos está compuesto por diferentes tipos de minerales y materia orgánica y es la capa más superficial de la corteza. Entre sus diferentes funciones están el equilibrio de los ecosistemas y proteger de los procesos de erosión que ocurren en la superficie, por lo que es un recurso fundamental en el desarrollo de la vida.
Escrito por: Dra. Lizeth Caballero García
Pocas veces consideramos el suelo como uno de nuestros recursos no renovables. En México 76% del territorio es afectado por erosión hídrica, del cual aproximadamente 37% es en grado leve, 26% moderado, 6% fuerte y 7% extrema1. Los datos anteriores requieren especial atención por la implicación que tienen en la capacidad de estos en la producción de alimentos nutritivos y en el suministro de agua.
Debido a la geografía de nuestro país, una fuente importante de riqueza de los suelos que tenemos es la que ocurre en torno al gran número de volcanes que tenemos, que van desde el Pacífico hasta el Golfo de México. Las múltiples erupciones que han ocurrido por miles de años han dado lugar a suelos fértiles, debido a que los minerales, emitidos durante las erupciones, han provisto a los suelos con abundantes nutrientes. Muestra de esto son las zonas alrededor de los volcanes Popocatépetl, Nevado de Toluca y Pico de Orizaba, donde se siembra nuez, maíz o papa, sólo por mencionar algunos ejemplos de alimentos importantes para nuestro consumo.
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Sin embargo, la agricultura, junto con la urbanización, la explotación forestal y el pastoreo, que ocurren frecuentemente en varias de estas regiones, generan cambios en las propiedades físicas de los suelos, como son la pérdida de estructura y de materia orgánica, además de la compactación. De esta manera, los suelos se degradan, es decir, pierden su calidad, y reducen su habilidad de ser un recurso multipropósito debido a causas naturales y antrópicas[1].
Esto es un problema de sostenibilidad, porque los suelos degradados son más susceptibles a procesos de erosión que remueven las partículas que constituyen el suelo. Y eso aumenta nuestro riesgo como sociedad, ya que la erosión se relaciona estrechamente con inundaciones y deslizamientos, al ser el agua uno de los agentes de erosión del suelo más importantes. Las regiones de México que han experimentado cambios rápidos en el uso de suelo durante las últimas décadas han intensificado su tasa de erosión3.
Por ejemplo, en el año 2010, en la barranca de Nexpayantla, ubicada en el sector noroeste del volcán Popocatépetl, ocurrió un lahar (una avenida torrencial de una gran cantidad de sedimentos) que estuvo cerca de llegar a la población de San Pedro Nexapa en la que habitan más de 4,000 habitantes4. El mismo tipo de eventos ocurre año con año en el Nevado de Toluca, donde numerosas inundaciones con gran cantidad de sedimentos, afectan las zonas de cultivo localizadas al Este del volcán. Las poblaciones afectadas construyen gaviones para retener las inundaciones; sin embargo, debido a la velocidad con la que se generan y los grandes bloques que transportan, éstos se destruyen en lugar de retenerlos5.
Los ejemplos anteriores muestran que las zonas volcánicas son especialmente susceptibles a estos fenómenos que, debido a que sus efectos, constituyen una amenaza para los habitantes y afectan mucho sus actividades económicas. Por tanto, estos fenómenos, de ocurrencia natural, se intensifican y se vuelven más frecuentes por la actividad humana y se convierten en un riesgo de origen socio-natural.
Las Naciones Unidas, en 2019, declararon la Década para la Restauración de los Ecosistemas (2021-2030), con el objetivo de desarrollar la voluntad y la capacidad políticas para restaurar la relación de los seres humanos con la naturaleza. Dichas acciones se enmarcan dentro uno de los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), particularmente el enfocado en la vida de ecosistemas terrestres (ODS 15). Este ODS tiene como una de sus metas la rehabilitación de suelos degradados, incluidas las tierras afectadas por inundaciones.
Entre las medidas para mitigar el impacto de la erosión del suelo y algunas de sus manifestaciones de mayor riesgo, como las inundaciones y los deslizamientos, se encuentran medidas estructurales, como modificaciones en los canales y construcción de gaviones; y otras medidas no estructurales que se enfocan en la prevención, e incluyen la planeación del territorio, la generación de información pública y la educación. Ambos tipos de medidas resaltan el rol de las ciencias, y la cultura, en la prevención. Nuestros suelos son recursos no renovables, y no sólo son fundamentales para sostener nuestra producción agrícola y nuestros bosques. También son una vía para la gestión integral de riesgos de desastres. En consecuencia, deben ocupar un orden prioritario en la agenda de desarrollo social de todos los países y de sus habitantes.
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[1]Bolaños González, M. A., Paz Pellat, F., Cruz Gaistardo, C. O., Argumedo Espinoza, J. A., Romero Benítez, V. M., de la Cruz Cabrera, J. C., (2016). Mapa de erosión de los suelos de México y posibles implicaciones en el almacenamiento de carbono orgánico del suelo. Terra Latinoamericana, 34(3), 271-288.
2 Lal, R., Hall, G. F., y Miller, F. P., (1989). Soil degradation: I. Basic processes. Land Degradation and Development, 1(1), 51-69. https://doi.org/10.1002/ldr.3400010106
3Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), Colegio de Postgraduados (CP), (2003). Evaluación de la Degradación del Suelo Causada por el Hombre en la República Mexicana. Escala 1:250000. Memoria Nacional 2001–2002, Ciudad de México, México
4Zaragoza, G., Caballero, L., Capra, L., Nieto-Torres, A., (2020). Lahares secundarios en el volcán Popocatépetl: El lahar Nexpayantla del 4 de febrero, 2010. Revista Mexicana de Ciencias Geológicas, 37(2), 121-134.
5Moreno Roso, Sol de Jesús, (2020). Estudio de los procesos de erosión y de remoción en masa en relieves volcánicos y su relación con el uso de suelo. Tesis de Maestría. Posgrado en Ciencias de la Tierra. UNAM.
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