El gobierno de México emitió recientemente un documento, que quedará en los registros históricos como un documento de carácter oficial, en tanto que en su portada lleva impreso el logotipo de la actual administración, pero, sobre todo, el Escudo Nacional Mexicano.
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Se trata de un documento que debe ponerse en tensión, porque a pesar de que en su presentación se habló de laicismo, de respeto a la legalidad y a la Constitución, sus contenidos y su propia lógica de construcción obedece a los contenidos propuestos por las iglesias consideradas en las discusiones sobre el mismo; lo cual rompe con el Estado laico, el cual implica, no que en los mandatos éticos de un gobierno se consideren los principios de varias Iglesias, sino por el contrario, que el Estado no se comprometa en absoluto con ninguna visión religiosa.
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Desde esta perspectiva, la llamada “Guía ética para la transformación de México” tiene afirmaciones profundamente inconsistentes y cuestionables; y es un texto que toma postura a favor de una visión particular del mundo, lo cual constituye una contradicción esencial con los mandatos democráticos de la Constitución.
Si algo preocupa es que la mentada “guía”, está plagada de referencias religiosas, en una extraña mezcla con frases que parecen extraídas de textos de “superación personal”; y sobre todo que, en conjunto, se aparta de una narrativa democratizadora de la vida pública, relativa a los derechos humanos.
Desde el análisis del discurso, esta nueva “guía ética”, reproduce estereotipos y plantea actitudes ajenas a los mandatos del orden jurídico nacional. Es un documento que está redactado con un lenguaje prescriptivo y en no pocos casos, con una estructura imperativa.
Se argumenta en la introducción de la “guía ética” que su propósito responde, textualmente: “a un declive moral generalizado en el país”. Este tipo de afirmaciones son inaceptables como parte del juego democrático, porque llevan a la posición maniquea en la cual, cualquier desacuerdo, puede ser “desacreditado” como inmoral y conservador.
En la Francia del Siglo XVII se instauró el Comité de Salvación Pública; un directorio de gobierno encargado de la garantía del éxito moral de la Revolución; y en el cual, a partir de una guía de preceptos éticos, se llegó a la creación de una “Ley de sospechosos”; ese proceso mostró que, un “incorruptible” como se le conocía a Robespierre, puede devenir en un tirano autoritario, bajo el mandato de una ética intolerante.
Debe añadirse pues, que la “guía ética” tiene afirmaciones tan huecas como: “nadie puede humillarte si no te humillas”; otras tan cursis como: “El amor es el anhelo de integración de tu propia persona y de ésta con las demás; es la brújula y el ancla principal en tu vida”; y otras tan absurdas como: “No te aficiones al dolor; llora tus pérdidas y sigue adelante. Cuídate y quiérete pero no disfrutes sintiendo lástima de ti mismo (sic).
Deberíamos preguntarnos al respecto si, en un país con centenares de miles de asesinatos, cubierto de fosas clandestinas, y donde millones de víctimas claman por justicia, un gobierno puede, sin ser acusado de indolencia, sostener frases tan frívolas.
La responsabilidad del jefe del Estado es ampliar las libertades y robustecer los cimientos de la democracia; pero frente a un texto como el planteado, la cuestión a debatir es si éste contribuye a ese propósito, o, por el contrario, al ocultamiento de las causas estructurales detrás de la injusticia, el dolor y la pobreza.
Resulta paradójico que, en el corazón de la ideología neoliberal, se hacía una apología del individuo y la familia como la base de la articulación del tejido social; lo que hace a este texto en particular profundamente neoliberal en su concepción del mundo y de la vida.
Un texto en el que se afirma que está dirigido a la promoción de la libertad, en el sentido más amplio, y que se desarrolla con base en una estructura lingüística que reiteradamente dice: “No debes”, “actúa de tal o cual forma”, “evita”, “procura”, “limítate”, dirígete”, aléjate”, etc., es un texto contradictorio en sí mismo, y contrario al espíritu de un estado auténticamente laico, y defensor y garante de la libertad de creencias, pensamiento y expresión.
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