Los estragos de la epidemia son cada vez más estrujantes, y la muerte, conforme avanzan los días, se aproxima cada vez a más hogares.


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En las próximas semanas, se nos ha advertido, vienen los momentos más dramáticos y duros que vivirá nuestro país a causa de la pandemia provocada por la COVID-19. En las estimaciones de la Secretaría de Salud, habrá entre siete mil y nueve mil personas fallecidas totales; hasta el momento de escribir estas líneas, el registro oficial era de 2,061 defunciones por esta enfermedad.

El miedo crece y se intensifica luego de ver los dramáticos videos de lo que ocurre en los hospitales públicos y en ciudades donde el destino para quien muera de esta enfermedad es la fosa sin nombre. Los casos más recientes se cifran en Ecatepec y Tijuana, pero hay que estar preparados, porque esto podría ocurrir en otras grandes zonas metropolitanas.

La irrupción de personas buscando a sus familiares muertos revela, por otra parte, la insuficiencia de los protocolos hospitalarios para garantizar el derecho a saber de las familias de los deudos y de las propias personas enfermas. Y aunque es cierto que el personal de salud ya está abrumado y, en muchos casos, rebasado, es indispensable que las áreas de sicología y trabajo social desarrollen nuestras estrategias de tanatología para acompañar a las familias de las personas fallecidas, por COVID-19, pero de todos los otros padecimientos que todos los días cobran la vida de miles de personas.

No podemos ser un país donde no sólo “nos acostumbramos” a convivir cotidianamente con la muerte innecesaria y evitable; mucho menos, a caer en la riesgosa banalización de la pérdida de la vida de nuestros semejantes.

La terrible realidad de la muerte sin despedida

Somos, lo sabemos, seres para la muerte, sabemos que la vida es finita y que es el desenlace que nos espera a todas y todos. Pero la partida, sin un adiós, sin el consuelo y la compañía de las y los cercanos, es antihumana; va en contra de lo que somos y hemos pensado como proyecto de comunidad cívica. Y por ello debe revisarse y modificarse de inmediato la terrible realidad de la muerte sin despedida a que están siendo sometidas cientos de personas.

Si algo nos enseña la historia sobre otras pandemias, es que la muerte que provocan los brotes epidémicos puede llegar a consecuencias políticas y sociales mayúsculas. Recuérdese, por ejemplo, el mito de Edipo, a quien se le responsabilizó de la peste de Tebas; o el de Jonás y la catástrofe de Nínive. Lo que nos muestran éstos y otros mitos es que, ante el miedo y la incertidumbre que genera la posibilidad de la muerte azarosa y siempre despiadada de las epidemias, la población reacciona en masa y de maneras impredecibles e irracionales que pueden salirse rápidamente de control.

Si algo puede frenar una crisis social de este tipo es la oportuna intervención de las autoridades, para garantizar la dignidad de trato en el momento de la muerte para las y los enfermos; y lo mismo para sus deudos. Pocas cosas peores hay —y eso ya lo sabemos con claridad en nuestro país— que un duelo sin despedida y, en ocasiones, hasta sin el cuerpo del familiar fallecido.

La realidad de la muerte es siempre espantosa

Más aún si se piensa, como Unamuno, que somos, sobre todo, la única especie de este mundo que guarda y honra a sus muertos. Hoy el Estado tiene ese doble deber: evitar al máximo las muertes por la epidemia y, en los casos inevitables, garantizar a las familias su derecho a saber y un trato cálido y en dignidad. Es lo menos que se puede exigir en estos momentos.

La epidemia debe enseñarnos que un componente sustantivo de la atención de la salud es el acompañamiento emocional y afectivo. Que todos los días hay seres humanos que mueren y que si algo buscan sus familiares y seres queridos es consuelo. La bioética tiene mucho que aportar en esta materia; pero también la sicología y el trabajo social; y es hora de contar en todo el sector salud con las políticas y acciones necesarias para que, en el momento decisivo de la muerte, sea lo humano lo que esté siempre presente.

Artículo publicado originalmente en el periódico Excélsior: https://www.excelsior.com.mx/opinion/mario-luis-fuentes/la-dignidad-y-la-muerte/1379799

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