Con todo y sus insuficiencias y contradicciones, a pesar de la lentitud de estos procesos, en la COP28 de cambio climático, que terminó en Dubái el pasado 13 de diciembre, se aprobaron resoluciones que permitirán poner fin a la producción de petróleo, gas y carbón en las próximas tres o cuatro décadas. También se acordó triplicar la producción de energías renovables de ahora al 2030, y duplicar la eficiencia energética, lo que supondrá un gran esfuerzo adicional en la mitigación de emisiones. Las autoridades mexicanas eludieron los temas centrales y anunciaron que el país tiene una política humanista de cambio climático.
Escrito por: Enrique Provencio D.
La fórmula del acuerdo clave es alambicada, pero como lo dijo el Secretario General de la ONU el 13 de diciembre, “A quienes se opusieron a una referencia clara a una eliminación gradual de los combustibles fósiles en el texto de la COP28, quiero decirles que la eliminación gradual de los combustibles fósiles es inevitable, les guste o no. Esperemos que no llegue demasiado tarde” https://news.un.org/en/story/2023/12/1144742
No hay indicaciones sobre los plazos y mecanismos, pero quedó abierto un proceso que pronto se dedicará a fijar el fin de la producción de combustibles fósiles, de acuerdo a las necesidades de eliminación de las emisiones, dejando la parte que corresponda a las áreas de consumo que saldarán el “neto cero” al que se están dirigiendo la mayoría de los países. Es un tema mayor, pues se trata de poner ya límites, o por lo menos umbrales, a la matriz energética que ha dominado en el mundo desde fines del siglo XVIII. En otras palabras, quizá sea el cambio más significativo en la transformación de los patrones de producción que hayamos conocido.
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Puede ser sorprendente que hasta ahora se haya acordado esa fórmula, cierto, pues el objetivo ha sido reducir las emisiones hasta llegar al cero neto, y los acuerdos no se fraseaban en términos de acabar o reducir o eliminar la producción de petróleo, gas y carbón. Estaba contemplado en la mitigación y descarbonización, por supuesto, pero es la primera ocasión que el punto aparece en un decisión de la Convención.
La definición surgió ante el desacuerdo por establecer la reducción o eliminación gradual de los combustibles fósiles, y se terminó optando por “transición para alejarse (transitioning away) de los combustibles fósiles en los sistemas de energía, de una manera justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica para lograr emisiones netas cero hacia 2050 de acuerdo con la ciencia” (punto 28, inciso d, de la decisión First Global Stocktake, 13 de diciembre de 2023).
La COP28 dejó un sabor agridulce, ciertamente, a pesar de los acuerdos en el Fondo de Daños y Compensaciones y en los pasos positivos en cuanto a las estrategias de adaptación. Si se repasa lo ocurrido en las otras 27 COP, se verá que siempre se hacen recuentos mixtos, a veces con más luces, otras con más sombras. Siempre hay elementos para alimentar el escepticismo de algunas corrientes sobre la utilidad o hasta sobre la pertinencia de estos mecanismos multilaterales, y sobre el peso con el que en ellos gravitan los principales países emisores de gases de efecto invernadero.
Aunque a veces se coincida en general con los acuerdos, se tiende a destacar la insuficiencia de los medios de ejecución, sobre todo del financiamiento, el bajo alcance y avance de los compromisos, la poca atención prestada a las evidencias científicas documentadas, la desigualdad histórica y actual que cruza a las partes en su responsabilidad como emisores, entre otras líneas argumentales con las que se cuestionan los órganos y procedimientos de la Convención.
No hay, sin embargo, ningún otro espacio de encuentro global que tenga viabilidad para discutir el problema más complejo de nuestro tiempo y, a la vez, la mayor amenaza para la estabilidad planetaria de las próximas décadas y siglos. Las posturas críticas a las negociaciones han surtido efecto al paso del tiempo, y han tenido el gran mérito de poner en evidencia la urgencia de intensificar y acelerar la transición energética, y hacerla de forma justa y equitativa, protegiendo a las regiones más vulnerables al impacto del cambio climático por el lado de la adaptación y con más dificultades para mitigar las emisiones. De hecho, las voces más críticas vienen desde la ciencia, a través, principalmente, de los grupos de trabajo del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), que aportan las bases duras sobre las que se fijan las grandes metas y rutas de acción.
En 2015 el avance fue incuestionable, pues no solo se determinó un horizonte (que el calentamiento no rebase 2oC a fines del siglo XXI en relación a las temperaturas preindustriales, y que, preferentemente, no se pase de 1.5oC), sino que se adoptaron nuevos enfoques para que cada país haga el aporte que le corresponde en ese objetivo global. De ahí surgieron los compromisos nacionales determinados, con muchas variantes en alcance, años base, metodologías y otros aspectos, que dan la base informativa para saber cómo va el mundo en relación a la gran meta del 1.5oC, y de ahí partió también el propósito de que hacia 2050 las emisiones netas lleguen a cero.
No vamos bien cuando se comparan los resultados con las urgencias que desde décadas atrás ha señalado el IPCC. Si todos los compromisos nacionales se cumplieran, los condicionados y los no condicionados, la temperatura media global podría subir 2.8OC a fines de este siglo, aunque nuevas evaluaciones muestran que eso puede ocurrir con bastante anticipación. También es cierto, sin embargo, que hasta 2014 las previsiones más confiables sostenían que con las tendencias hasta entonces, el calentamiento se aproximaba más a 4oC.
No sería ningún consuelo decir que vamos mal pero íbamos peor, aunque no deja de ser un logro contundente que las medidas tomadas ya estén teniendo resultados positivos y comprobados, y este es el argumento más sólido para fortalecer los mecanismos multilaterales, como las COP, aunque tengan muchas áreas de mejora en eficacia, gobernanza y otros aspectos.
Por nuestras propias necesidades estratégicas, en México debemos iniciar ya una revisión a fondo de nuestra política climática. Seguimos apareciendo como un país con desempeño críticamente insuficiente, junto con Rusia, Arabia Saudita, Irán, Turquía, Indonesia, Tailandia y otros cuantos. Para los primeros meses de 2025 debemos presentar nuevos compromisos para llegar a 2030 con una reducción de emisiones compatible con el Acuerdo de París, para lo que requerimos multiplicar por tres o por cuatro las energías renovables y al menos duplicar la eficiencia energética, entre muchas otras acciones que implican reorientar los recursos que ahora estamos gastando ineficientemente en el petróleo, que está condenado a salir de la escena. También debemos contar, pronto, con una estrategia para lograr un nivel de emisiones netas cero dentro de unos 30 años.
En ese marco, es inaplazable iniciar una transformación de nuestras empresas públicas de energía, alineada con el fin de la era fósil, que llevará varias décadas, pero que ocurrirá sin lugar a dudas. Está muy bien fortalecer las estrategias de adaptación, no cabe duda, pero referirse a ellas y al humanismo climático sin hacer explícito el compromiso con la mitigación, es eludir el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero y seguir desatendiendo las urgencias de la transición climática.
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