Este texto fue escrito en 1995, por “Fray Betto”. Habla de la crudeza del sistema capitalista ante la situación infame en que se condena a vivir a millones de niñas y niños. A pesar de que van 25 años de su publicación, pareciera que describe el día a día de nuestros días en lo relativo a la explotación de la niñez.
Texto publicado originalmente en el sitio de Servicios Koinonia
En Italia, recientemente, el Tribunal Permanente de los Pueblos, en la sentencia sobre violación a la infancia, condenó al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial como responsables de la política de “ajustes estructurales”, que sacrifica, cada año, cerca de 13 millones de niños en todo el mundo, víctimas de la enfermedad y de carencias alimenticias. Según la Conferencia Episcopal Latinoamericana, en nuestro Continente mueren, cada año, aproximadamente, 852 mil niños con menos de 5 años de edad. O sea, 97 niños por hora. A cuenta de los elevados intereses pagados, en nuestras Bolsas, al capital especulativo extranjero.
La Organización Internacional del Trabajo calcula que hay actualmente de 100 a 200 millones de niños en el mercado mundial del trabajo. En los países pobres, el 18% de los trabajadores tienen entre 10 y 14 años de edad. Ellos se exponen a riesgos de accidentes frecuentes, sobre todo cuando trabajan en el sector no regulado de la economía informal.
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En Brasil, donde 32 millones de niños son de familias con renta mensual de hasta medio salario mínimo, se calcula en 3 millones el número de trabajadores menores de 14 años, de los cuales, 1,28 millones trabajan en la agricultura. Del total, 47,% trabajan sin recibir un salario. Apenas 600 mil concluyeron el primer grado, y casi un millón y medio frecuentaron la escuela menos de cuatro años. En fin, Brasil es una nación que, además de la desatención a los valores fundamentales, no invierte en sus recursos humanos. Aun así, sueña con ingresar en el selecto club del Primer Mundo.
Con una edad de 10 a 17 años, trabajan en Brasil cerca de 7 millones y medio de niños y adolescentes, según el IBGE’90. Representan cerca del 12% de la población económicamente activa de Brasil, sobre todo en la agricultura. La mayor parte no tiene papeles ni recibe salario; ayuda a los ingresos familiares o trabaja a cambio de casa y comida.
Las seis o diez horas diarias de trabajo son incompatibles con la escuela. Y cuando asisten a ella, los niños, vencidos por el cansancio, no consiguen aprender.
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En las plantaciones de caña de azúcar los niños llegan a cortar 2,4 toneladas de caña por día, según la Contag’94. A los 12 años un niño ha desarrollado apenas el 40% de su fuerza muscular. Está comprobado que, después de 12 años de trabajo en esa actividad, la persona queda inutilizada, con lesiones irreversibles en articulaciones y miembros, aparte de las dolencias cardíacas y respiratorias (Unicamp’92).
En la ciudad y en el campo, los niños precozmente condenados al trabajo comen sin lavarse las manos, ingieren venero de insecticidas y fertilizantes, andan por la basura, tocan desechos médicos y radioactivos de los hospitales , contaminando su sangre con metales pesados, sobre todo el plomo.
Por su parte el gobierno economiza gastos de educación y no tiene ningún programa nacional, estatal, público o privado -excepto los heroicos esfuerzos de Abrinq, de las Iglesias y del Movimiento Nacional de Niños y Niñas de la Calle- destinado a extirpar este vergonzoso y peligroso cáncer de la niñez desamparada y explotada, que corroe nuestro tejido social.
“El problema del menor es mayor”, dijo sabiamente Carlito Maia. No sirve de nada cerrar los vidrios de nuestros carros al niño del semáforo o poner mala cara a la niña que en la esquina nos pide alguna moneda que nos sobre. Es necesario detener esa hemorragia social que nos hace tan próximos a la Inglaterra de Carlos Dickens y tan distantes del sueño de llegar a ser Primer Mundo. ¿Cómo? Presionando al gobierno y a los políticos a adoptar políticas eficaces de combate a la marginación infantil. Ideas no faltan, como reducir los impuestos de empresas que mantienen escuelas profesionales y de escuelas que dan bolsas a menores pobres.
Como medida de urgencia, elevar el salario mínimo bastante por encima de los miserables 100 reales (aproximadamente 100 US$) para frenar el trabajo de niños, y castigar severamente a quienes explotan la prostitución infantil.
El gobierno federal necesita preocuparse menos de sus socios y empeñarse más en lo social. En vez de administrar intereses corporativos, debería cuidar de los intereses nacionales, comenzando por erradicar la miseria, clamorosa contradicción en un país tan rico como Brasil.
¿Por qué las promesas de las campañas electorales son en general como los productos de feria, que no ofrecen garantías?
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Frase clave: La explotación de la niñez
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