En prácticamente todos los ámbitos de gobierno se está planteando cómo será el retorno a o que se llama “una nueva normalidad”. Sin embargo, es importante preguntarse, en primer lugar, si lo que teníamos en la etapa previa a la aparición del nuevo coronavirus SRARS-COV-2 puede considerarse como una forma de “normalidad” o, en todo caso, si se trataba de una normalidad aceptable.
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En una de sus dimensiones, la normalidad que nos precedía puede ser calificada de feroz y frenética. Lo primero, porque estaba inundada por marejadas de violencias que lastiman fundamentalmente a las y los más débiles; y lo segundo, porque el ritmo y estilo de consumo, el desorden urbano y la caótica y desorganizada vida urbana nos había colocado en un delirio furioso de vida.
En este contexto debe reconocerse que, en este momento, la fase 4 ya inició; y que de hecho ésta inició simultáneamente con la Fase 3, cuando comenzó la Jornada Nacional de Sana Distancia. El problema aquí es que no se tuvo la inteligencia para plantearlo y para tomar conciencia de que las capacidades de adaptación, resiliencia y recuperación de las personas ante la epidemia es heterogénea y compleja.
Se da por sentado que todas las personas estamos enfrentando en las mismas condiciones el distanciamiento social; pero no debe olvidarse, por ejemplo, que hay al menos 4.2 millones de viviendas, donde no hay refrigerador; es decir, no pueden almacenar alimentos o bebidas como la leche; mientras que, en tercio de las viviendas del país, es decir, 10.61 millones, no se dispone de lavadora.
Es en esos contextos donde ya había millones de personas quienes enfrentaban profundos procesos de adicciones, abandono, violencia; viviendas que son mundos de víctimas y victimarios y para quienes el confinamiento puede conducirles a la agudización de sus dilemas. Para ellos los servicios de salud son prácticamente inexistentes; y lo son mucho más cuando se trata de servicios de asistencia, de atención a la salud mental y de protección cuando se trata de víctimas de la violencia.
Hay otras personas que cuentan con mayores recursos y capacidades de resiliencia, tanto individuales como en sus redes de capital social; pero ello no debe excluirlas del posible apoyo y servicios del Estado a fin de acompañarlas en la redefinición de sus condiciones de vida, en todos los ámbitos posibles.
Se encuentran también quienes, sin enfrentar condiciones negativas extremas, viven en tales condiciones de vulnerabilidad y fragilidad, que, sin los apoyos pertinentes, es probable que comiencen a enfrentarlas en el corto plazo. ¿Cómo procesar la pérdida del empleo, cómo superar la pérdida de patrimonio y reducción de los ingresos? ¿Cómo construir el duelo ante la pérdida inexplicable y en ocasiones evitable, de sus familiares?
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), ha documentado a través de la Encuesta Nacional de los Hogares (ENH) que en nuestro país, al menos 33.38 millones de personas de 7 años y más se han sentido alguna vez deprimidas; y recientemente, en una conferencia impartida en el Colegio Nacional, María elena Medina Mora alertó sobre los riesgos asociados a la epidemia del COVID19 y los efectos que está teniendo, y que tendrá en las siguientes semanas y meses, la realidad del confinamiento y el encierro, sobre todo para los grupos de población en mayores condiciones de vulnerabilidad.
Desde esta perspectiva, la acción del Estado no puede ni debe limitarse a la emisión de campañas mediáticas; tampoco se puede mantener la lógica de la “atención a la demanda” de personas que acuden a centros de salud; por el contrario, la solución ante esta crisis requiere una acción decidida de las instituciones para liderar una transformación social que permita construir un nuevo estadio de bienestar para todas y todos.
Construir la llamada “Fase 4” exige considerar la enorme heterogeneidad y complejidad de nuestro país; y esto implica no solo las condiciones socioeconómicas, culturales y ambientales, sino las directamente relacionadas con la estructura mental de las personas y sus familias. Y eso demanda un nuevo modelo de gobierno, del que no se ha construido aún siquiera su estructura más básica.
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