¿Por qué tomamos fotografías? Las imágenes están siempre con nosotros, forman parte de esa necesidad de querer dejar registro; también son un lenguaje universal que cualquiera puede entender, emocionarse o conmoverse. Nos sirve además como historia, para dejar evidencia de algún evento, o algo interesante que nos ocurra en la vida cotidiana; esa vida o momentos que hasta quizá pueden verse más aún más bellos a través de la fotografía que en la realidad. Porque también a través de la fotografía se puede buscar la belleza…lugares, calles, personas, pueden formar parte de algo que llame nuestra atención.
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Vivian Maier (1926- 2009)
En la fotografía siempre se plasman historias. Tal fue el caso de todo lo que registró Vivian Maier. Ella fue una fotógrafa estadounidense que nació en Nueva York en 1926. Su obra, se enfocó en la vida cotidiana, en todo aquello que se daba en la calle, obteniendo una gran repercusión gracias a coleccionistas que valoraron su trabajo cuando ella falleció. Recientemente se descubrieron más de 150,000 imágenes de las ciudades de Nueva York y Chicago de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX.
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Vivian pasó parte de su juventud entre Francia y Estados Unidos. En 1951 se traslada a vivir a Nueva York y allí empezaría a trabajar de niñera; una labor que hizo a lo largo de su vida. El hecho de que Maier fuera una mujer fotógrafa no era una novedad en los años cincuenta, ni tampoco que fuera independiente desde los veintitantos años. Tan solo hay que recordar como durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos había incorporado a las mujeres en diversos trabajos porque los hombres estaban en la guerra. ¿Pero cómo fue que se dedicó a ser niñera y no apostar por una profesión como fotógrafa para algún periódico?… Quizá lo que influyó mucho en ella y la hizo optar por el oficio de ser niñera, sería la situación que vivían las mujeres de clase media en su época, pero que supuso en cierta forma, esa libertad de poder pasear por las calles.
Maier exploró el mundo cotidiano, en donde encontró todo tipo de personajes, escaparates y escenarios citadinos. Su primera cámara fue una Rolleiflex, posteriormente, utilizaría carretes Kodak (ya con fotos a color) y distintos tipos de cámaras réflex. Sin embargo, un hecho interesante es que ella también se autorretrataría y algunas veces su rostro sería visto a través del reflejo de aparadores en los que también quedaba la imagen de la ciudad; espejos y reflejos como deseando pertenecer a ese mundo. Ver al mundo y verse a sí misma causa en el espectador la misma sensación de extrañeza y de distancia.
El problema que tuvo Vivian con su trabajo de niñera, es que los niños crecían y ella tenía que estar buscando nuevas familias, por lo que esa inestabilidad le impidió revelar muchas de sus fotos y los carretes se fueron acumulando. Lamentablemente no tuvo un final feliz, los últimos años de su vida los pasó sobreviviendo, motivo por el cual guardó su cámara, fotos y negativos. Fallece en una residencia de ancianos Oak Park a los 83 años.
Diane Arbus (1923-1971)
Diane Nemerov, venía de una familia judía adinerada de Nueva York. Gertrude su mamá padeció depresión. Quizá desde allí, Diane creció con una gran necesidad de afecto. A los 18 años se casó con el fotógrafo Allan Arbus, adoptando así su apellido. Tuvieron dos hijas, Doon (1945) y Amy (1954) Arbus. Fue una famosa fotógrafa estadounidense, conocida principalmente por mostrar fotografías de freaks y fenómenos de feria, mostrando esa belleza rara, donde mucha gente podría decir que no la hay. No obstante, aunque comúnmente el término belleza está asociado con estética, cabe aclarar que la fealdad también forma parte de esta, pues no se podría dejar por fuera algo que se considera feo cuando para algunos resulta bello. En la fealdad también se encuentra expresión estética.
Alrededor de 1940, el matrimonio se dedicó a la fotografía de modas en revistas como Esquire, Vogue y Harper’s Bazaar, y posteriormente ambos abrieron su propio estudio fotográfico Diane & Allan Arbus. De hecho, Allan le regaló a Diane su cámara de fotos Graflex, y con el tiempo logró llamar la atención con su trabajo y consiguió que la Fundación Guggenheim le concediera una beca, para que continuara desarrollando su carrera. Después, estudiaría con la fotógrafa austríaca Lisette Model, quien ejerció gran influencia en su trabajo. Diane vio la película Freaks de Tod Browning y a partir de allí su enfoque fotográfico dio un gran giro. Sin embargo, en 1959 se separa de Allan (el divorcio como tal se da hasta 1969) ejerciendo en ella un periodo devastador.
Una pasión que nunca la abandonó, fue de observar y analizar todo lo que la rodeaba, particularmente si se trataba de algo extraño, repudiado por la sociedad, o diferente. Diane los miraba con más atención y desarrolló una profunda simpatía por toda rareza humana. Justamente, la década de los años 60 fue la más productiva. Enanos, gigantes, freaks, tatuados, retrasados, prostitutas, transexuales, gemelos… fueron parte de su interés. Su estilo de fotografía en blanco y negro parecía retratar el alma de los fotografiados desafiando los conceptos de belleza y anormalidad. Diane decía: “Ellos me hacían sentir una mezcla de vergüenza y veneración. Hay una cualidad legendaria acerca de los freaks. Es como una persona en un cuento de hadas que te detiene para demandarte que resuelvas un acertijo.”
Susan Sontag una de las más destacadas intelectuales de la época criticó el trabajo de Diane, en su libro “Sobre la fotografía”. Llegó a decir que las fotografías de Arbus hacen parecer que Estados Unidos es una “aldea de idiotas”, añadiendo además que el interés de Arbus en los monstruos expresaba un deseo de violar su propia inocencia, de socavar su sensación de privilegio, de aliviar su frustración por sentirse segura. Bueno, desde luego, la fotografía de Arbus no es tan dócil, implica apreciar lo que no estamos acostumbrados a ver; hay complejidad, sus imágenes son profundas, con un complejo trasfondo social y un desafío intelectual. De hecho, se cree que sus fotografías eran como un reflejo en cierto modo, un síntoma de su estado anímico psicológico y de su aislamiento social. A los 48 años, tras una larga depresión, se quitó la vida con una sobredosis de pastillas y cortándose las venas.
Reflexiones finales
La fotografía ha servido de voz para contar las historias humanas. Sirvió en el caso de Diane Arbus como una herramienta para registrar personajes extraños, para hacernos voltear a donde no queremos ver, para apreciar la sutileza entre lo feo y bello. La fotografía nos ayuda a conocer ese mundo del cual estamos distante. Es el arte de la mirada, así como Vivian Maier plasmó en silencio -y bajo una vida sin pretensión de sobresalir- algunos maravillosos escenarios cotidianos de las ciudades por décadas. Las dos tuvieron la misma pasión por la fotografía, y al igual, un final triste. Sólo nos legaron sus obras… y en ellas trocitos de su vida, sus instantes contenidos, memorables, sorprendentes.
En el caso de Diane Arbus podemos reflexionar sobre ese sentimiento de vacío originado desde su infancia, y posteriormente se intensificaría con esa relación de la que no pudo soportar el divorcio; heridas no resueltas del pasado. No podemos aferrarnos a relaciones, sin antes estar bien con uno mismo, hasta para cultivar relaciones más saludables. Desde la psicología se aborda la sensación de vacío como un síntoma de dolor no resuelto. ¿Qué lleva a una persona a quitarse la vida? Es la pregunta que nos hace indagar y reflexionar, quizá es la tristeza y el dolor exacerbado lo que impera. La depresión es una enfermedad, y una de las principales causas de discapacidad a nivel mundial. Sin embargo, más de la mitad de las personas con problemas de depresión no reciben tratamiento alguno, y si no se atiende, puede llevar a las personas al suicidio. Por otra parte, hoy, ante la crisis económica que vivimos, o quizá la pérdida de trabajo, y en pleno escenario de la pandemia con el aislamiento que conlleva, no resulta un panorama muy favorable.
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