Una vez descubiertas las leyes de la historia por los filósofos Marx y Engels, el concepto de clase social funcionó como los pistones del discurso revolucionario y libertario. No se trataba solamente de identificar a los pobres por su precariedad misma, sino por la cantidad y calidad de su fuerza de trabajo, vendida al propietario de los medios de producción. Esto quiere decir que se trataba de priorizar, entre la masa de depauperados y expoliados en las ciudades y el campo, a los que participaban con sus músculos y mente en la producción industrial, principalmente.
Escrito por : Lorenzo León Diez
En este juego conceptual los proletarios tenían el lugar protagónico, y los campesinos quedaban en un escalón menor dado que participaban de la ideología pequeño-burguesa al procurar y cultivar su propiedad comunal o privada de la tierra; el movimiento campesino, dijo Marx, sin la participación dirigente del proletariado industrial era como un coro fúnebre, clase social que se convertirá progresivamente en enemiga del proletariado allí donde sucedió la revolución obrera de octubre. Por supuesto, estaba la clase burguesa o propietaria y afuera de todo quedaba un gran desecho: el lumpenproletariado, de donde surgían los elementos criminales.
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Este concepto de clase social se ha ido desvaneciendo a través de los años en los discursos combativos dado que el proletariado se fue convirtiendo en una clase privilegiada al mismo tiempo que ascendía el desempleo, la migración, los refugiados y los desposeídos hasta de nacionalidad cuya fuerza de trabajo ya no significaba lo que fue en la industrialización que la produjo. La mayoría de los individuos en edad de trabajar quedaba muy por debajo de la clase proletaria sindicalizada y que se benefició del Estado socialdemócrata que cumplía con las demandas económicas (salarios establecidos, horarios de trabajo, vacaciones, capacitación laboral, seguridad social y pensiones, entre otros beneficios).
¿Por qué clase social como concepto discursivo de las organizaciones anti capitalistas ya no significa lo mismo? Es Iván Illich, un siglo después de que Marx escribe, quien caracteriza la etapa más reciente del modo de producción industrial ecocida. Mientras que Marx se ocupa de la relación del trabajo con el capital y la incipiente transformación del valor de uso en un valor de cambio, Illich logra demostrar 100 años más tarde, cómo la mercancía se apropia de los ámbitos de la comunidad justamente donde se dan y reproducen los valores de uso, señalando de qué manera el modo de producción capitalista engulle los ámbitos vernáculos comunitarios y los transforma en trabajo fantasma.
El concepto de Illich que suplanta al de clase social es radical. Nace el “homo miserabilis”, mutación del “homo economicus”, protagonista de la escasez y que dio forma al concepto de proletariado. La generación posterior a la Segunda Guerra Mundial presenció este cambio de estado de la naturaleza humana, del hombre común al hombre necesitado. La mitad de los individuos nacidos sobre la tierra como “homo” son de esta nueva clase.
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Son los “débiles”, un desecho del capitalismo ecocida convertidos en la inmensa mayoría de la población en todo el mundo, los perdedores de la historia que vemos en las masas de migrantes calificados de ilegales que desde los países antaño colonizados marchan en caravanas a los países de la dominación globalizante: “Venimos acá porque ustedes estuvieron allá” es una frase que sintetiza bien lo que está pasando.
¿Quiénes son los débiles? Se preguntan los pensadores Gianni Vattimo y Santiago Zabala. Los débiles son el desecho del capitalismo, Estados subdesarrollados, partes inservibles y ciudades miseria que representan más de las tres cuartas partes de la población mundial. Provienen de esa historia olvidada, derrotada y diferente, precisamente la tradición de los oprimidos. El ser olvidado.
“Primero los pobres” es una política del régimen actual de México que vale para toda esta enorme población sobre la que se levanta 12 por ciento de la humanidad que poseen 85 por ciento de la riqueza del planeta.
¿Por qué causa tanto escozor esta política? Andrés Manuel López Obrador comparte la denostación que practican renombrados escritores y periodistas, tanto mexicanos como extranjeros, que participan en medios de comunicación nacionales e internacionales en una campaña constante de descalificación, como la padecen otros políticos democráticamente elegidos, a quienes se les endilgan los adjetivos de perversos, violentos y antidemocráticos.
Se trata de una infoguerra que está sustentada en esta lucha de clases sociales que vivimos todos los días y en la que México actualmente está en el primer frente a nivel mundial. Sí, somos una esperanza los mexicanos para decenas de pueblos que mediante movilizaciones electorales está dando una lucha contra ese puñado de magnates y familias que ostentan en su vida lujosa el desprecio por las personas de desesperados por la miseria y cuyo movimiento en masa es para sobrevivir a la violencia, al hambre y la enfermedad.
La conciencia de clase siempre ha sido un concepto polémico. El historiador Roberto Blatt habla de una “invención de los pobres” (que data de Constantino y Constantino II) cuando Roma permitió a los obispos del culto cristiano disfrutar de gran inmunidad impositiva, para de hecho “inventar a los pobres”, atraídos a hospicios y hospitales, convirtiendo a esas masas de feligreses, que mayoritariamente no eran ciudadanos romanos, en ciudadanos universales como preludio de la ciudadanía universal de los cielos.
Muchos siglos después de esta irrupción que marcó la cultura occidental, llegamos a la Europa de 1840, donde se había hecho un salto desde una economía rural, manual y local a otra de carácter urbano, mecanizado e internacional.
El historiador uruguayo formado en Berlín arguye: Y de la misma manera que los pobres habían salido a la palestra histórica alrededor del siglo IV, en que se ideó un paradigma de polarización clasista para adquirir, como decía san Pablo, los pobres volvieron a servir como material de relleno para los que, en su forma extrema, acabó siendo una utopía internacional socialista laica.
Ahora bien, considerando que los paladines de esta segunda gran transformación eran figuras eminentes (lo había sido en su momento san Agustín, obispo de Hipona) y nada marginales como el intelectual burgués Marx y el acaudalado Engels, sin olvidarnos de Kropotkin (todo un príncipe, eso si venido a menos) y a los millonarios promotores del comunismo utópico (Saint Simon, Owen), resulta curioso, si no perverso, cómo llegaron a sentirse legítimos portavoces de “los verdaderos intereses de clase” de unos pobres más miserables que natura, como los descritos por Dickens, a los que estos pensadores a menudo reprochaban tener poca conciencia de clase, retrasando así la liberación mesiánica prometida esta vez…por una revolución.
Esto no quiere decir, sin embargo, que una vez terminado el ciclo de la utopía marxista socialista, con la caída del muro de Berlín, la Perestroika y la disolución de la Unión Soviética, el comunismo como concepto aspiracional de los movimientos combativos de las sociedades occidentales, de las corrientes críticas al capitalismo ecocida no tenga vigencia. Las investigaciones teóricas y los análisis políticos de pensadores como los italianos Bifo Berardi y Gianni Vattimo, entre los más connotados, afirman en su tesis de “comunismo hermenéutico” que la política no puede estar basada en fundamentos científicos y racionales, sino únicamente en la interpretación, la historia y el acontecimiento.
En México estamos experimentando cómo esta lucha de clases se decanta en una irracionalidad que se condensa en los mensajes de odio, insultos, ofensas, a la figura presidencial. Eso lo constatamos los que abonamos con nuestros textos en favor de una democracia popular, directa o participativa, como a la que convoca López Obrador y nombra la revolución de las conciencias.
El científico y escritor Víctor M. Toledo considera que si el Instituto Nacional Electoral hubiera instalado la totalidad de las casillas en la pasada revocación de mandato AMLO debió haber recibido de 40 a 45 millones de votos. Y se dice que los votos que tuvo el Presidente provinieron en su mayoría de regiones donde priva estadísticamente el analfabetismo.
El discurso lopezobradorista es trascendente más allá de la posición actual de su emisor a la cabeza de la República, pues la voz de los débiles no podrá ya ser acallada. El mismo Toledo cita a dos investigaciones recientes que demuestran que hoy vivimos la cúspide de la desigualdad y de la concentración de la riqueza.
Sin embargo no estamos ante una confrontación de argumentos, como se pudo ver en los debates de la Cámara de Diputados sobre la ley eléctrica, pues la expresión irracional de la oposición y los detractores de AMLO en general, demuestran que no se trata de una confrontación crítica sino de una lucha clasista, racista donde el desprecio por los pobres es el fruto amargo de una ideología tejida segundo a segundo en la Red y en los medios masivos de comunicación, cuyos dueños son precisamente, entre ese 12 por ciento de la humanidad, solamente 3 por ciento de propietarios de los Silicón Valley.
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Referencias:
El rebelde Iván Illich. Braulio Hornedo. Taller editorial La casa del mago. Guadalajara, Jalisco. 2019.
Comunismo hermenéutico. De Heidegger a Marx. Gianni Vattimo. Santiago Zabala. Herder. 2012.
Biblia, Corán, Tanaj. Roberto Blatt. Turner Noema. 2016.
“AMLO, Rousseau, y el poder”. Víctor M. Toledo. La Jornada. 19/04/2022
Reproducido con autorización del autor Lorenzo León Diez
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