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La guerra, el sufrimiento y el retroceso

Conocemos a Vasili Grossman por sus grandes novelas, sobre todo por Vida y destino, pero sus crónicas de guerra son, si cabe, todavía más intensas y vívidas. En una de ellas, relata la recuperación de Ucrania por el ejército soviético en octubre de1943, y escribe sobre su encuentro, en las afueras de Kiev, con un muchacho flaco y maltratado, sucio y con la cabeza golpeada, de ojos seniles, que no reflejaba pena ni alegría, que no mostraba vida en sus ojos: había perdido a sus familiares.

Escrito por:  Enrique Provencio D.

En este, como en la mayoría de sus textos, Grossman da cuenta de la destrucción material de la guerra, pero sobre todo del sufrimiento humano. Siempre hay que guardar las proporciones, las distancias entre los conflictos armados, pero volví a este pasaje no solo porque el autor era de origen ucraniano, sino también porque a fin de cuentas el daño mayor que termina imponiéndose es, justamente, el sufrimiento. Sobre todos los demás resultados, los geopolíticos y militares, los económicos y los estratégicos, son las personas atrapadas entre los ejércitos las que padecen los mayores estragos.

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Además de las muertes que ya provocó y que seguramente seguirá generando esta nueva guerra, que inició sus operaciones militares por parte de la Federación Rusa el pasado 24 de febrero con su ocupación de Ucrania, en una semana (al 2 de marzo) ya había más de un millón de refugiados (1´045,459, según https://data2.unhcr.org/en/situations/ukraine ), sobre todo a Polonia, a donde habían llegado más de la mitad, a Hungría, Moldavia y Eslovaquia.

La estimación de ACNUR es que si la guerra se mantiene, en seis meses más de cuatro millones de personas podrían huir de Ucrania y buscar protección en países vecinos. La ONU no dispone de los fondos para apoyar a quienes ya buscaron refugio, y lo más probable es que en los próximos meses se repita la situación que el mundo observó con las olas de personas que huyeron del conflicto interno en Siria.

Los derechos humanos son la primera y gran víctima de la guerra en curso, por lo que es de reconocerse la postura mexicana en la ONU, tanto en el Consejo de Seguridad como en la Asamblea General, llamando a documentar mejor las violaciones a los derechos y a tomar medidas para proteger a las personas afectadas.

La guerra es en sí misma un retroceso, en el sentido de interrupción y negación del progreso humano. Habrá excepciones, sin duda, pero en la actualidad las ocupaciones, las invasiones y el uso de las fuerzas armadas como instrumentos de dominación, de expansión territorial y de imposición a otros países y naciones.

Hace poco más de 10 años Steven Pinker, en su libro Los ángeles que llevamos dentro, sostuvo que los conflictos armados venían disminuyendo según diversas mediciones, que la guerra no es ya el estado natural de las relaciones internacionales ni de los países vecinos, que no solo hay un cambio de mentalidad en contra de los conflictos armados sino también un avance de las fuerzas pacificadoras, que la disuasión había dado resultados por el temor a la aniquilación mutua, que ahora las guerras son ilegales por definición y que hay un cambio de valores a favor de la paz. El declive de la guerra es, según esta idea, “un magnífico ejemplo de progreso”.

El libro de Pinker fue muy cuestionado, no solo por los indicadores utilizados sino por la presencia de nuevos riesgos de conflictos subyacentes entre países, pero da cuenta de una aspiración no solo legítima sino deseable de que el estado normal de las relaciones humanas sea la paz, entre personas y comunidades, entre países y regiones.

La nueva guerra que estamos viendo puede verse, ni más ni menos que un signo de retroceso en esa que quizá no sea más que una aspiración, pero que también es un empeño institucional que lleva ya más de 70 años, a través del sistema de las Naciones Unidas. No parece haber otra alternativa de construcción de paz, aunque en momentos como este aparezcan más sus debilidades que sus capacidades de pacificar.

Hay otras perspectivas, que aún siendo pacifistas, hicieron ver los riesgos del desorden global, incluyendo sus guerras. En el capítulo final de su Historia del siglo XX, el historiador Eric Hobsbawm hizo ver que había una violencia creciente dentro de los países y una falta de mecanismos efectivos para mantener bajo control los conflictos internacionales. Hobsbawm no arriesgaba predicciones, pero sostenía que era muy probable que la interrupción de la guerra fría solo fuera temporal. Ahora sabemos que tenía razón, y que una nueva guerra está crispando al mundo y, sobre todo, causando sufrimiento entre sus víctimas.

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