El Gobierno Federal se encuentra atrapado en una peligrosa posición de parálisis autoimpuesta, respecto de la cual es urgente salir y dinamizar las acciones y decisiones, de manera asertiva, si queremos enfrentar con éxito, pero sobre todo con dignidad, las dificultades que se avecinan ante la toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos de América.
Mientras Donald Trump avanza aceleradamente en la integración de un gabinete de ultraderecha, en nuestro país se están posponiendo decisiones bajo el argumento de que “hay que esperar a que asuma formalmente el gobierno” para comenzar a actuar.
En ese particular, si bien es cierto que el gobierno mexicano no puede sino mantener relaciones formales con la representación institucional formal, lo es también el hecho de que nunca había llegado a la presidencia de Estados Unidos un personaje que hubiese desplegado un lenguaje tan abiertamente hostil en contra de nuestro país.
Desde esta perspectiva, ante un escenario inédito, el gobierno de la República está obligado a asumir también posiciones inéditas; es decir, una posición vanguardista que, con base en la inteligencia, pueda generar los equilibrios necesarios tanto en los ámbitos políticos, diplomáticos y económicos necesarios para enfrentar el negro panorama que se está configurando.
Frente a los escenarios de complejidad e incertidumbre, cabe preguntarnos: ¿De verdad el Estado mexicano puede mantener la decisión de automutilarse en su capacidad de llevar a cabo una verdadera reforma fiscal, progresiva y redistributiva?; ¿De verdad frente a la nueva reducción de las expectativas de crecimiento económico no queda más que recurrir a una estrategia de futuros recortes al presupuesto? ¿De verdad no podemos generar una nueva etapa de crecimiento sostenido y de distribución equitativa de la riqueza?
Al contrario del discurso oficial, hay datos que muestran que el Estado mexicano sí cuenta con mecanismos para impulsar la inversión productiva e instrumentar medidas adicionales para promover el crecimiento. También tenemos la posibilidad de generar medidas extraordinarias para promover el empleo y, sobre todo, para elevar los ingresos salariales de la mayoría.
Adicionalmente, frenar y sancionar la corrupción en todos los órdenes y niveles del gobierno, y en general, reestablecer el Estado de derecho, nos daría márgenes para mejorar la infraestructura para el desarrollo; para garantizar mínimos de dignidad en la seguridad alimentaria, la seguridad social y la seguridad pública; y todavía más, para recuperar la confianza ciudadana en la democracia.
En ese sentido también el Congreso tiene cosas qué hacer, iniciando por construir una nueva y audaz estrategia de diálogo interparlamentario con el Congreso y Senado norteamericanos, y detonando nuevos procesos de diálogo y definición de agendas bilaterales y multilaterales.
Por otro lado, tanto a los gobiernos estatales y municipales, debe exigírseles auténtica austeridad republicana y, sobre todo, honestidad y eficacia en el ejercicio de los recursos que, a pesar de los recortes, son cuantiosos y suficientes para cumplir con sus responsabilidades.
Así, hoy más que nunca el Jefe del Estado y su Gabinete están obligados a generar una estrategia emergente de desarrollo y crecimiento de corto plazo, desde la cual, con responsabilidad y audacia republicanas, puedan convocar al país a sumarse en torno a metas, realistas pero promisorias, a ser alcanzadas en diciembre del 2018.
En términos reales, el Presidente cuenta con 100 semanas para rescatar su administración, entendiendo por ella reconducir sus decisiones hacia una nueva lógica de consenso y acuerdo en torno a tres grandes objetivos: 1) crecer más allá del 3% anual en 2017 y 2018; generar 2 millones de empleos en el mismo periodo; y recuperar al menos el 50% del poder adquisitivo de los salarios
Son metas que es posible alcanzar; pero lograrlas requiere “pensar por fuera del círculo”, y atreverse a romper con la lógica de intereses que se ha impuesto como criterio y norma.
Frente a todo lo anterior es un hecho innegable que continuar con una lógica de inacción, no es más una opción.
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