El Diccionario de la Lengua Española define a la voz inercia, en su segunda acepción, como “rutina, desidia”. Lo rutinario alude al hacer las cosas de manera repetitiva, como producto de la costumbre o la práctica, y que lleva a un hacer las cosas de manera relativamente automática.
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De manera preocupante, luego del mensaje de fin de año del presidente de la República, se percibe que la acción del gobierno será estrictamente inercial. Se continuará haciendo lo mismo: las conferencias matutinas seguirán; y todo el aparato del Sector Público mantendrá las actividades que desarrolla hasta ahora, dando seguimiento y tratando de fortalecer los llamados “programas prioritarios de la Presidencia”.
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El mensaje del presidente sorprende por su tono abiertamente optimista, y más allá de la llegada de la vacuna, persisten los problemas estructurales que frenan a la economía y han reducido el ingreso de la mayor parte de la población. Por eso el balance que hace el Ejecutivo de sus primeros dos años no da espacio para el reconocimiento de los desafíos persistentes y su solución pronta.
En el mes de noviembre, la Comisión Económica para América Latina estimó una tasa de crecimiento de la economía mexicana de alrededor del 3% para el año 2021; pero el dato debe ser explicado, porque no es lo mismo crecer a ese nivel en condiciones de relativa normalidad, que hacerlo luego de dos años de crecimiento negativo.
El pronóstico, además, debería ser tomado con reserva, porque nadie sabe bien a bien cuántos rebrotes más habrá de la pandemia en nuestro territorio; no se tiene claridad de si las regiones más productivas deberán cerrar parcialmente otra vez y por cuánto tiempo, y tampoco se tiene claridad de cuál es el costo que se continuará pagando en vidas humanas, hasta lograr niveles importantes de vacunación e inmunidad entre la población.
El 2020 cerró con más de 125 mil muertes confirmadas por COVI19, más del doble de lo que el gobierno consideró como el “escenario muy catastrófico” para toda la pandemia; esto hace un promedio de 438 defunciones por día, considerando la fecha de confirmación del primer deceso por la enfermedad generada por el virus del SARS-COV-2.
Si esto continúa relativamente similar hasta el mes de junio tendríamos aproximadamente 80 mil defunciones adicionales, sólo por COVID19; y esto en un escenario en el que los hospitales no colapsan y se logra mantener a la propagación del virus en niveles relativamente controlados.
Por otro lado, la violencia homicida sigue en niveles muy altos; de hecho, por arriba de los promedios de horror que presenciamos durante el llamado periodo neoliberal. En efecto, los datos preliminares de que se dispone al 31 de diciembre del 2020 indican que se perpetraron, al menos, 34,068 homicidios intencionales, cifra que habrá de corregirse el 20 de enero, cuando se den a conocer los estimados mensuales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, y cercad de septiembre de 2021, la cifra definitiva, cuando el INEGI dé a conocer la cifra oficial de muertes por homicidio intencional.
La administración del presidente López Obrador ha enfrentado varias catástrofes de enorme magnitud; de hecho, no es banal especular que cualquiera de ellas le hubiese costado muy altos niveles de popularidad o gobernabilidad a otros mandatarios: Tlalhuelilpan y la muerte de más de 130 personas en el estallido de la toma clandestina de gasolina; el llamado “culiacanazo”; o el descubrimiento de las fosas clandestinas en Salvatierra, Guanajuato, cuyo número de cadáveres rescatados supera al número de San Fernando, Tamaulipas, y que de alguna manera marcó al sexenio pasado; y que en éste, el manejo de la comunicación política presidencial y la enorme ausencia de liderazgos éticos desde la oposición,
ha logrado mantenerlas invisibilizadas y, de hecho, asignando mayoritariamente la responsabilidad al gobierno local.
En el recuento de esas tragedias, se encuentra también la obstinación en el manejo ortodoxo de la economía y la ausencia de una nueva estrategia de desarrollo, ha llevado a la pauperización de alrededor de 30 millones de personas, cifra que, si no mejoran significativamente las cosas en el corto plazo, elevaría a casi 80 millones el número oficial de personas en pobreza en nuestro país.
La violencia de género no disminuye; ya en 2019 se había llegado a cifras récord de feminicidios y denuncias por violencia intrafamiliar y delitos sexuales; condición que en el 2020 registró solo mínimas mejorías en los datos relativos al feminicidio, pero que en los otros ámbitos señalados tuvo crecimientos otra vez muy importantes y que establecen nuevos picos históricos de los datos.
Como puede verse, ya son muchos y muy dolorosos los eventos más significativos, y las condiciones estructurales que están marcando el curso de esta administración. Por eso sorprende que el presidente no tenga las dudas o la reflexión crítica que le permitan revisar sus postulados de inicio de gobierno.
Con base en estos datos, resulta preocupante también la posición del Ejecutivo, de exigir a sus colaboradoras y colaboradores que asuman solo los supuestos desde los que él piensa al gobierno, y que incluso hagan explícitamente pública su concordancia con su visión; cuando lo que se necesitaría, ante las circunstancias del país, es lo mejor del pensamiento crítico.
Ante lo que estamos, el Ejecutivo no debería descartar la flexibilización o incluso el abandono de varias de sus tesis principalísimas, como la de no endeudar al país, o como la de no cobrar más impuestos, sobre todo ante la pobreza y las desigualdades, que se han agudizado, y que justifican plenamente una reforma fiscal integral y progresiva.
Debe insistirse, el país no puede continuar por el mismo rumbo por inercia, pues las circunstancias se han hecho aún más críticas respecto de lo que teníamos en el 2018; y todo esto, en medio de un año electoral, en el que se juega en buena medida el proyecto presidencial, debe ser manejado con una capacidad política, ahora sí de calibre histórico, a fin de sortear de la mejor manera posible uno de los periodos más difíciles a los que nos hemos enfrentado, ya no como país, sino como humanidad.
Al principio del texto se dice que el Diccionario de la Lengua Española da como parte de la definición de la inercia, a la voz desidia; pero ésta significa negligencia o falta de cuidado. Por el bien de todos, lo deseable es que ese no sea el caso.
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Investigador del PUED-UNAM
Frase clave: La inercia del 2021
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