por Rosa María Rubalcava
Este escrito está dedicado a dar relieve a los hogares con jefatura económica femenina con el fin de considerar sus necesidades específicas en las políticas públicas
Para cubrir este propósito comenzaré por referirme a la información disponible. En los censos y encuestas la “jefatura del hogar” es la que declara la persona a quien se entrevista con el propósito de registrar la información del grupo doméstico. Si bien la jefatura suele recaer en un hombre (tres de cada cuatro de los casi 30 millones de hogares en 2010) es necesario saber qué consideraciones se toman en cuenta para tal respuesta. Sin duda la principal es que socialmente se supone que un hombre encabeza a la familia y suele ocurrir (a pesar de la capacitación recibida) que el propio encuestador induce a quien responde a declarar como jefe a un hombre.
Para examinar a los hogares de mi interés tomaré en cuenta que en ellos tienen lugar procesos que abarcan diversas temporalidades con alcances espaciales diferenciados. En especial consideraré esos procesos desde tres ámbitos disciplinarios cuyos marcos conceptuales permiten enfocar rasgos particulares del colectivo para comprender situaciones específicas. En el hogar ocurren procesos demográficos básicos, natalidad, mortalidad y migración, y el grupo presenta una estructura definida a partir de sus miembros, por la edad, sexo y parentesco con la jefa o jefe (declarado).
Igualmente relevantes son los procesos económicos, en especial la oferta de trabajo (miembros del hogar) y los ingresos y gastos del hogar. Si de estos ámbitos pueden inferirse un conjunto de necesidades y recursos con que cuentan los grupos domésticos, su concreción depende de características socioculturales tales como prácticas de socialización y relaciones de poder.
El entorno del hogar potencia o limita las posibilidades que significan los procesos mencionados para los miembros del hogar. La demografía de la localidad, los flujos de inmigración o emigración y las particularidades del mercado de trabajo local abren oportunidades educativas y laborales para algunos y las cierran para otros. Asimismo las instituciones (educación, salud e iglesia) imponen condiciones sobre las relaciones sociales, la producción y el consumo.
Diversos estudios sociológicos han hecho esfuerzos por buscar una definición más clara de la jefatura, por ejemplo averiguar mediante entrevistas en profundidad quién toma las decisiones “importantes” en el hogar como comprar algún bien de costo relativamente elevado, cambiarse de domicilio o elegir las escuelas para los hijos, pero como los censos y encuestas de hogares no recaban estos datos se hace necesario utilizar otro indicador.
Mi propuesta es definir la “jefatura económica del hogar” a partir de la persona que percibe el mayor ingreso monetario. Si bien es un criterio que puede calificarse como “economicista” ayuda a mostrar de manera más nítida la contribución de las mujeres a sostener al hogar, por la imposibilidad de considerar el valor monetario del tiempo que dedican al trabajo doméstico; las tareas de cuidado de niños y enfermos; la producción de bienes para autoconsumo del grupo (por ejemplo alimentos, coser y tejer), trámites legales y administrativos, así como gestiones comunitarias para obtener servicios públicos e infraestructura.
De más está decir que la “jefatura económica femenina” expresa en un momento dado una situación que resulta del curso de vida que ha seguido el “colectivo hogar” integrado por personas que cambian en el tiempo, y que sería necesario conocer su evolución para entender mejor cómo se produce este fenómeno social. En la actualidad no se dispone de información estadística que permita el acercamiento diacrónico que exige el análisis en profundidad de estos hogares.
Mediante las bases de datos de diversos censos, encuestas de ingresos y gastos de los hogares y del programa de desarrollo humano Oportunidades he efectuado diversos estudios que permiten caracterizar a los hogares con jefatura económica femenina. A partir de los resultados obtenidos, a continuación describo sucintamente los principales rasgos de estos hogares, haciendo notar que incluyen tanto a un subconjunto de los hogares declarados en los censos con jefatura femenina, como algunos en los que la jefatura económica no significa que la mujer que percibe el mayor ingreso monetario en su hogar sea declarada como jefa. Finalmente, a partir de la caracterización efectuada propondré algunas sugerencias de acciones para los programas sociales.
Suele pensarse que las mujeres no contribuyen al ingreso monetario de sus hogares, por lo que llama la atención la elevada proporción de hogares en que hay mujeres perceptoras; más de la mitad de los hogares mexicanos cuenta con ingreso monetario femenino. El esfuerzo para generar ingreso en condiciones de discriminación hacia las mujeres no garantiza que el monto obtenido sea proporcionalmente igual a su participación. El CONEVAL reporta que en promedio un 35% del ingreso monetario del hogar lo generan mujeres, y esta proporción es la misma en los hogares pobres que en los que no lo son (CONEVAL, 2012: 63).
Un primer rasgo que cabe considerar para alcanzar a ver la importancia del ingreso femenino es saber quién percibe el mayor monto de ingreso monetario en el hogar ¿un hombre o una mujer? En análisis efectuados desde la década de los noventa la proporción de hogares con jefatura económica femenina ha ido en ascenso, de un 20% en 1996 a casi la tercera parte en 2010 (CONEVAL, 2012: 71).
Del total de hogares en 2010 (29,556,772), un 24.6% declaran como jefa a una mujer; de ellas no todas perciben ingresos monetarios, y, de percibirlos, no siempre es el mayor ingreso del hogar. Tres de cada cuatro jefas declaradas (75.3%) son también jefas económicas (CONEVAL, 2012: 35). En cambio, de las mujeres que perciben el mayor ingreso en su hogar (jefas económicas), 58.6% coinciden en ser la jefa declarada mientras las demás son esposa o hija del jefe (o guardan con él otro parentesco).
Para caracterizar a los 9,322,814 hogares con jefatura económica femenina que proponemos examinar conviene responder la siguiente pregunta: ¿cómo interactúan los tres tipos de procesos antes referidos en la generación del ingreso monetario en estos hogares?
En el ámbito demográfico hay que resaltar que son hogares “feminizados” (es frecuente que convivan tres generaciones de mujeres) en los que es notable la ausencia de hombres en edades activas, tanto por la falta generalizada del cónyuge de la jefa, como también porque los hijos varones adolescentes prefieren dejar el hogar materno ante la perspectiva de convertirse en “hijos parentales” que deben asumir el papel del padre ausente. No obstante, cabe hacer notar que la jefa económica no siempre tiene hijos; a veces ella misma es hija del jefe o jefa declarada, o bien es cónyuge del jefe declarado, que es un varón, o una abuela que sale a trabajar para que su hija, madre adolescente sin pareja, pueda criar a su hija o hijo.
Las jefas económicas que son madres, en general ya no tienen hijos pequeños (de menos de cinco años), y con frecuencia conviven con su madre, a quien también sostienen, y se encarga del cuidado de la casa y los hijos. En el ámbito económico, esos hogares, además de recibir ingresos por la actividad de la jefa económica, echan mano de niñas y niños, y a veces de personas mayores, como fuerza de trabajo y esto se aprecia por el mayor número de perceptores y a la vez el menor ingreso promedio que reciben por ser trabajadores con baja escolaridad, sin experiencia y en su mayoría mujeres.
El efecto de ser hogares con menos miembros y con más perceptores se traduce en un ingreso per cápita que oculta parcialmente su desventaja. A su vez, el ámbito cultural condiciona las decisiones, mediadas por relaciones de poder, sobre quiénes deben trabajar y en qué actividades; suele sacrificarse a los más pequeños para permitir que los de mayor edad culminen su educación secundaria, dando preferencia a los varones.
Las jefas económicas, especialmente si son pobres, enfrentan discriminaciones y abusos en los lugares de trabajo. Por ejemplo, las mujeres en pobreza que tienen jornada laboral completa ganan un 25% menos que los hombres (CONEVAL, 2012: 59). También son objeto de desprecios abiertos o velados de sus vecinos quienes las señalan como “dejadas, madres solteras o mujeres solas”, tres calificativos que, más que referirse a la conformación de su núcleo doméstico, o a su responsabilidad como sostén del hogar, aluden a la falta del cónyuge.
Los programas sociales como Oportunidades, sin proponérselo, también excluyen a estas mujeres. Dado que no tienen hijos pequeños y los de entre diez y doce años en general ya no asisten a la escuela, no reciben becas del Programa. Por otra parte, los que sí asisten a la escuela en muchos casos tampoco reciben becas porque su madre trabaja y no está en casa cuando la busca el empadronador de Oportunidades, o bien, no tiene condiciones para cumplir con las corresponsabilidades que le asigna el programa. Esto se advierte al analizar las bases de datos de los hogares inscritos; en un estudio con las bases de datos de los hogares pobres de Guanajuato, los de jefatura económica femenina tienen, en proporción con sus contrapartes de jefatura masculina, menos hijos en edad de recibir beca, y los que los tienen, reciben proporcionalmente menos becas.
En entrevistas a mujeres con hijos, que son jefas económicas de su hogar, se advierte que su preocupación principal es por sus hijos adolescentes, especialmente los hombres, quienes dejaron de estudiar y no consiguen trabajo. Suele ocurrir que sus hijas apenas cercanas a los diez años hayan sido colocadas como sirvientas sin paga, recibiendo la comida a cambio de su trabajo (con lo cual su madre se siente relevada de un gasto). La madre reconoce que esta situación será transitoria hasta que el hermano mayor trabaje y contribuya al ingreso del hogar, lo cual, como se dijo antes, no va a ocurrir.
Asimismo, cuando la mujer que percibe el ingreso más importante del hogar es “hija del jefe”, éste generalmente es un hombre mayor, desempleado o enfermo. La condición de ser sostén de su hogar limita las posibilidades de estas jóvenes para estudiar, buscar un mejor trabajo o incluso contraer matrimonio.
Las encuestas muestran que las jefas económicas que son “cónyuges del jefe” pueden corresponder a los casos de hogares más vulnerables. Suelen ser mujeres a quienes avergüenza reconocer que no tienen pareja conyugal porque la dejó o está en la cárcel, o bien que es un vividor que no solo no trabaja, sino la maltrata y vive de su ingreso.
Se mencionó al inicio que los hogares están arraigados en un entorno socioespacial que modula las interacciones de los tres ámbitos considerados. En diversos estudios hemos encontrado en la mayoría de los hogares con jefatura económica femenina lo que denominamos propensión a la pobreza. La idea central es que en las localidades pequeñas y aisladas del medio rural, y en las áreas segregadas de las grandes ciudades, las viviendas de estas mujeres son precarias; las oportunidades de trabajo escasas; los costos y tiempos de transporte elevados; sus redes de apoyo social son frágiles; y tanto ellas como sus familias están expuestas a múltiples tipos de violencias.
¿Qué políticas públicas hacen falta para estos hogares?
En primer lugar es sorprendente que muchas de las historias de hogares en esta situación se inician en la adolescencia, con un embarazo no deseado. La expresión habitual para referirse a este fenómeno es: “se embarazó”, que deja en la mujer la responsabilidad del evento. Dos programas debieran ser accesibles para estas jóvenes: los de salud reproductiva con educación sexual y anticoncepción, y los que exijan al hombre cubrir una pensión para la manutención de su hijo y su participación en el cuidado. La posibilidad de que estas jóvenes se acojan a programas sociales que les permitan completar su educación a la vez que cuidar a su hijo y desarrollar alguna tarea productiva que les genere ingresos monetarios abriría un camino seguro para que la joven madre haga frente a su situación actual y tenga una mejor perspectiva de futuro.
Las madres “solas” (expresión que incluye a las jefas económicas, sin pareja conyugal, que mantienen a sus hijos y a sus padres) necesitan trabajo para sus hijos adolescentes que han dejado la escuela. Ellas mismas se consideran atadas a su actividad económica y no piensan que algún programa social pudiera mejorar su condición; su única expectativa es no perder el empleo o tener la posibilidad de continuar generando ingresos para el sostén de su casa. Un programa de reinserción escolar para jóvenes, hombres y mujeres, que suspendieron sus estudios, tomando en cuenta su condición de rezago y los múltiples “distractores” que les ofrece el medio circundante tendría efectos sociales positivos de alcance insospechado.
Garantizar un entorno de seguridad, respeto y sin discriminación para las mujeres que trabajan sería sin duda un incentivo para incorporar a más mujeres a la actividad económica y mejorar las condiciones de vida de sus hogares.
Quizás lo más relevante para que los programas sociales tengan incidencia en la vida de las jefas económicas es asumir que deben incluir acciones que intervengan en los tres ámbitos aquí tratados. Esta exigencia rebasa las posibilidades de los diseños sectoriales con que se crean actualmente programas con la intención de “resolver” necesidades que debieran ser particularizadas (en especial en los hogares pobres) y no definidas estadísticamente, sin tener certeza sobre los efectos que van a inducir en las condiciones demográficas, económicas y socioculturales de los hogares, en entornos que en nada favorece una transformación profunda de su realidad.•
Rosa María Rubalcava Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social por el CIESAS. Fue profesora investigadora en El Colegio de México y Directora General de Estudios de Población del Consejo Nacional de Población. |
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