Hubo un tiempo en que Napoleón, durante sus conquistas, quedó absolutamente fascinado por la magia y el misterio de las pirámides y en general, por la cultura del antiguo Egipto; y gracias a los estudiosos que lo acompañaron, la egiptología vislumbró lo que por mucho tiempo nadie supo descifrar. De este modo lugares como Abu Simbel, Sakara, Deir el-Bahari y Luxor se convirtieron en el lugar de investigación que estos lugares aportaron a lo largo de tres milenios. Así pudimos saber, desde el que se considera uno de los primeros soberanos Narmer, hasta el gran Ramsés II, sin olvidarnos de Tutankhamón. Aún falta mucho por descubrir de ese fascinante mundo, pero lo que sabemos al respecto nos da una idea del lugar que ocuparon las mujeres en su cosmogonía, en los hogares y junto al trono del faraón.
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Durante el siglo XIX se da un fuerte auge por querer saber más sobre Egipto: egiptólogos, investigadores y amantes de las aventuras se trasladaron a las tierras del Nilo para descubrir y explorar. Por lo tanto, las momias y una infinidad de yacimientos despertaron para narrarnos su historia. No obstante, debemos tener en consideración que los egiptólogos del siglo XIX eran hombres que habían nacido en la Inglaterra victoriana, o en Francia durante la época de la Ilustración. Hombres educados en la creencia de que las mujeres eran inferiores a los hombres, y en el que las mujeres eran ciudadanas sin derechos civiles (en el mismo nivel que los niños). Y obviamente estas creencias influenciaron las conclusiones que esos investigadores formularon sobre los restos arqueológicos: muchos nombres de grandes faraones y los nombres de las mujeres con una connotación de adorno o de esposa ensalzando el trabajo masculino.
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En la religión antigua de Egipto había una cierta igualdad entre ambos géneros. La mitología egipcia, como nos señala Gay Robins, explica el inicio de todo a partir de un dios único y creador llamado Atum en cuya esencia mantenía un potencial tanto femenino como masculino, y ninguna de las dos naturalezas se consideraba superior a la otra (Robins, 1996). Atum daría vida a muchas deidades, entre ellas la dualidad divina de Shu y Tefnut, que fue una pareja divina; Gueb la tierra y Nut, el cielo. Gueb y Nut serían los padres de la tetrarquía divina formada por Osiris, Seth, Isis y Neftis.
Ahora bien, de Osiris e Isis nacería Horus; su madre Isis siempre lo estaría protegiendo ante las conjuras de su terrible tío Seth. Así, el dios Horus se erigiría como rey de Egipto y establecería el panteón divino-real de la realeza egipcia, mientras que su madre la poderosa Isis se convertiría en el símbolo de la mujer-madre respetada y adorada por una sociedad que basará sus estructuras jurídicas en la igualdad de sexos. Isis representa el modelo de la esposa fiel, y también es símbolo de la maternidad.
De toda la historia mítica de los dioses de Egipto se desprenden dos conclusiones: en primer lugar, la creación según la tradición egipcia no implicaba la supremacía del hombre por encima de la mujer; las parejas primigenias daban igual importancia a la naturaleza femenina y masculina. En segundo lugar, el relato de Isis y su lucha por mantener con vida a su hijo Horus marca el carácter legitimador de las mujeres en la realeza egipcia (Valero, 2017).
También tenemos a la diosa Hator quien encarnaba la sexualidad femenina y también simbolizaba la fertilidad, y como Isis, fue protectora de las mujeres. Recordemos que la civilización egipcia era profundamente religiosa, y que el faraón era considerado con un dios engendrado a partir de una mujer de estirpe real relacionada a su vez con la divinidad.
La presencia de la mujer en los ritos de los templos se relegaba a un papel secundario, pues antes estaban los sacerdotes masculinos. Las mujeres sacerdotisas fueron esposas de escribas y administradores y se les denominaba hemet netyer (responsables del culto a la diosa Neftis), más adelante como duat netyer, y weret jener.
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Las reinas de Egipto fueron, según nos dice la egiptóloga Teresa Bedman: “verdaderas depositarias del poder, pues ellas daban por vía del nacimiento la legitimidad necesaria al príncipe -futuro rey- para poder sentarse en el trono” (Bedman, 2007). Hay que tener en cuenta que la realeza egipcia era polígama, por lo que alrededor del faraón vivían esposas, hermanas e hijas que llevaban sangre real en la dinastía. Las reinas llegaron a influir en las decisiones políticas, inclusive urdir complots ante adversarios. Destaco el personaje de la soberana Hatshepsut de la dinastía XVIII, que fungió como reina-faraón (rompiendo paradigmas) hija de Tutmosis I; ella se presentó ante el mundo con los símbolos de la realeza masculina y reinó por más de 20 años; pero en algún momento se pretendió borrar su imagen de la historia. Otras reinas importantes fueron Nefertiti, Meritaton, Arsínoe II, y por supuesto, Cleopatra.
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Sin embargo, podemos preguntarnos ¿Qué hacían las mujeres en el antiguo Egipto? ¿Tenían derechos? ¿Disfrutaban de cierta autonomía o emancipación? Lo más probable es que la estructura nuclear formada por hombre, mujer e hijos fuera lo común. Hay evidencias de que es a partir del siglo VII a.C. en el que empiezan a aparecer contratos de matrimonio, pero estos no eran de naturaleza del todo legal, pero sí procuraba proteger en caso de divorcio y abandono. Legal o no, la sociedad si consideraba importante el matrimonio.
Tampoco era mal visto que una mujer volviera a casarse después de haberse divorciado. Lo que al parecer la sociedad no permitía por nada era el adulterio femenino. Mientras que el hombre podía tener relaciones extraconyugales, la mujer debía garantizar la legitimidad de los hijos. Cuando una mujer casada quedaba embarazada como fruto de una relación extraconyugal, el niño, aunque era considerado ilegítimo, sí podía beneficiarse de los bienes de su madre.
La mujer tenía varios roles principales en el hogar: la hemet era la señora de la casa (nebet per) título atribuido a las mujeres de las élites y algunas de clases media. Las actividades del hogar dependían del estatus social. Si la familia tenía sirvientes, éstos eran responsabilidad de la neber pet. Las ricas dirían las tareas del hogar, las de clases más bajas, las realizaban ellas mismas. Y por supuesto, la principal función de la mujer era la de engendrar hijos. Las diosas Isis, Hathor, Taueret eran las protectoras del embarazo; la diosa Bes daba protección a las mujeres durante el parto. Todas estas diosas eran portadas como pequeños amuletos o figurillas votivas. Las mujeres egipcias amamantaban a sus bebés, y las ricas podían darse el lujo de tener nodrizas.
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Lo curioso es que las mujeres en el antiguo Egipto podían recibir herencias y tener riquezas propias. Como contraparte, los niños de clase alta tenían una educación más completa para que en un futuro llegaran a ser escribas o administradores. A las niñas no se le enseñaba a leer y escribir. También hay casos excepcionales de mujeres médicas, peluqueras, selladoras, y cantantes y músicas. Por lo tanto, en los muchos años de historia de Egipto, se percibe que tanto hombre como mujer eran complementarios, y cada uno aceptaba su rol social.
Sin embargo, a pesar de que las mujeres gozaron de ciertas libertades jurídicas y sociales, en la práctica vivieron casi siempre a la sombra del hombre. Tuvieron un relativo papel en la realeza a pesar de ser respetadas como elemento de legitimización. En el ámbito administrativo y la burocracia del sistema egipcio las mujeres fueron prácticamente inexistentes. Las mujeres de las clases populares, aunque tuvieron derechos legales, no fueron suficientes para asegurar su independencia pues en esa sociedad egipcia siempre ese reclamó la protección masculina. Pese a todo esos privilegios que lograron tener las mujeres en Egipto fueron borrados cuando Grecia y Roma invadieron estableciendo una visión legal, social y mítica muy diferente a la que allí se tenía.
¡Sigue siendo fascinante el conocer la historia de muchas reinas-faraonas! Y por supuesto… ¡Sigue asombrándonos el misterio de la civilización egipcia!
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