La mujer en la antigua Grecia solo tenía como papel fundamental el de ser esposa y madre, y vivir recluida en su espacio doméstico, protegida por sus muros, alejada de la sociedad. Grecia marcó el arte y la cultura occidental hasta nuestros días. Es también la cuna de la filosofía, y en ese escenario poético de versos y pensamientos, de grandes pensadores y filósofos, no sólo aparecen autores masculinos, también aparecen algunos nombres de poetisas y filósofas.
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En la apasionante mitología griega, ese gran relato de diosas y dioses, se marca la historia de la antigua Grecia. También, otra obra muy importante es “la Teogonía” obra mítica escrita por Hesíodo (poeta del s. VIII a.C.) allí nos menciona y habla de Gea, la primera diosa cuya descendencia fue terrible hasta la aparición de Zeus que puso orden estableciendo un sistema patriarcal.
En la cosmogonía griega encontramos a cinco diosas principales que eran arquetipos de diosas humanas tal y como las veían los hombres de esa época: Atenea una diosa que nace de su padre y no de su madre, y que niega su feminidad ensalzando su virginidad. Artemisa, virtuosa, virginal, heredera de una imagen primitiva de la madre tierra. Hestia, hermana de Zeus también virginal se le consideraba la protectora de la familia y el hogar. Hera, reina de los dioses y esposa de Zeus, diosa protectora del matrimonio, que trata de emular a su esposo.
Todas ellas connotan una sumisión a la figura masculina. Sin olvidar mencionar a Pandora, la primera mujer creada por Zeus, en la que Hesíodo en su obra “Los trabajos y los días” nos cuenta sobre el nefasto episodio en el que ella abre la caja esparciendo sobre el mundo todas las desgracias que la humanidad deberá sufrir a partir de ese instante; curioso que sea una mujer la causante de todos los males.
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En el caso de la Guerra de Troya, en la Ilíada y la Odisea de Homero, nos encontramos unas mujeres sorprendentes que recrean la imagen de la mujer de la Edad del Bronce. La hermosa Helena (la belleza sensible), fue la causante de la guerra entre Grecia y Troya al abandonar a su esposo, Menelao, el rey de Esparta por Paris, un príncipe troyano. Sin embargo, allí en ese contexto, la mujer es considerada como un trofeo, como una propiedad. Por cierto, la mujer en la Edad del Bronce tenía la tarea primordial de permanecer en el hogar hilando, tejiendo, criando a sus hijos. Mucho más adelante, Platón se indignará ante el hecho de que sean las mujeres, seres con una educación tan pobre, las que eduquen a los hijos, esos futuros ciudadanos.
Entre el 750 y el 500 a.C. en Grecia se da la época arcaica. De ese periodo sobre sale la figura de Safo de Lesbos, que vivió en el siglo VII a.C., a quien le tocó vivir la misoginia de la sociedad griega. El personaje de Safo nos da a entender como si hubo mujeres dispuestas a dejar un gran legado desafiando la idea de que solo podían ejercer el papel de madre. Escribió nueve libros de poemas llamados monodias, de los cuales sólo uno ha sobrevivido íntegramente. También escribió epigramas y elegías.
Safo estuvo casada, y tuvo una hija, cantó al amor no sólo hacia los hombres, las mujeres también fueron sus protagonistas. De allí proviene la connotación de lesbianismo. Lo que más interesa de este personaje es que vivió de su obra, escribió textos por encargo y fundó lo que se consideró la primera escuela para mujeres conocida como la “casa de las servidoras de las musas”, en la que se honraba a Afrodita.
Conocidas también como heteras, eran mujeres cultas e inteligentes que bien podían ejercer de ser damas de compañía, o prostitutas. Continuaron hasta la Grecia clásica. Platón, Epicuro, Sófocles, entre otros, buscaron su compañía. Fomaban parte en los simposios y sus opiniones y creencias eran además muy respetadas por los hombres. Obviamente que, a diferencia de la mujer tradicional griega, las hetairas tenían una gran educación, independencia económica y pagaban impuestos.
Aspasia de Mileto fue una gran maestra de retórica, estuvo vinculada a Pericles del cual fue su consejera. Friné, de origen humilde, fue la amante y modelo predilecta de Praxíteles, quien se inspiró en ella para la creación de varias estatuas de Afrodita. Pero en cierta forma las hetairas vivieron de manera muy libre en las polis accediendo a una sabiduría que las mujeres casadas no tenían. Ya lo decía Demóstenes, gran orador y político ateniense: “Tenemos las hetairas para el placer; las concubinas para el uso diario y las esposas de nuestra misma clase para criar a los hijos y cuidar la casa”.
En el mundo ateniense se connota la sexualidad y la socialización de la mujer de manera artística. Como señaló Francois Lissarague (Perrot, 2000), la cerámica ática de los siglos VI y V a.C. muestra representaciones de rituales e imágenes de las escenas cotidianas, ya sea de manera aislada, o en relación con los hombres: cortejos matrimoniales, rituales funerarios, ritos, coros y sacrificios, symposia (banquetes con motivo de las fiestas familiares), persecuciones eróticas, pero todo desde una mirada masculina.
No obstante, en esta cerámica podemos ver el papel que juega la mujer en el Oikos (espacio doméstico) así como su participación en la vida social y los roles entre hombres y mujeres. Se aprecia en los “lecitos”, vasos de cerámica utilizados para almacenar aceite o pomadas, o de carácter funerario; éstos evolucionaron artísticamente (en relación a técnica, forma y color) con el paso del tiempo. En ellos el dibujo se hace a trazos, primero con pintura negra brillante, después mate, rojo o negro; fueron testimonio de lo que debió ser un tipo de pintura mural clásica griega.
Sin embargo, en Atenas (hacia el 500 a.C.) la mujer estuvo privada de todo estatuto jurídico y falta de derecho de ciudadanía, supeditada a la tutela de un hombre, el kirios, ya sea su padre o su hermano. Su principal función fue la de formar una familia. Como si fuera una propiedad el hombre que se casara con una mujer ofrecía una donación al padre de la misma, o una dote la cual sería administrada por el futuro esposo. Ella no podía tener tierras ni propiedades. El dinero o los bienes que el padre de la novia entregaba a su hija eran una especie de depósito que garantizaría la futura herencia de los hijos que tuviera el matrimonio.
Dichos matrimonios eran concertados por las familias, elegidos quizás por razones económicas o políticas. Al contraer matrimonio la mujer pasaba de la tutela paternal-fraternal a la tutela de su esposo confiriendo su subordinación. Dentro del Oikos (espacio doméstico) la esposa legítima podía convivir con las concubinas. La mujer debía permanecer fiel a su esposo; el divorcio era algo imposible (Valero, 2017).
Pelike ática (h. 470 a.C.) Museo del Louvre, París. Mujeres lavando ropa en el gineceo. En la gran mayoría de estas imágenes aparecen recluidas en su espacio doméstico realizando labores típicas de la vida cotidiana.
Las mujeres aristócratas de este periodo disfrutaron en cierta forma de un cierto avance legal y de una participación activa en algunas actividades públicas. La base social seguía siendo el matrimonio, pero el avance sería que esa unión entre un hombre y una mujer, ya podía ser exclusiva de los cónyugues sin que se necesitara la negociación del tutor y del futuro esposo. También tuvo más libertad para realizar actividades económicas, testar o participar en actividades relacionadas con la justicia; llegaron a recibir una educación muy básica, pero al menos era algo. Poco a poco las palestras y gimnasios fueron siendo lugar de formación para las mujeres.
En la Alejandría helenística del primer siglo de nuestra era tenemos a María la Judía, conocida como Miriam la Profetisa considerada de las primeras mujeres alquimistas.
Ya nos diría Patricia Mayayo cuando enfatizó lo que estudiaron las críticas e historiadoras de los años 70 cuando se refiere a que el arte cumple un papel fundamental en la creación y difusión de algunos estereotipos femeninos (Mayayo, 2003), y en este tema de la antigua Grecia lo hemos visto. Esto nos indica que, el imaginario artístico a veces actúa como un mecanismo de regulación de las conductas mediante el cual se adoctrina a las mujeres sobre aquellos roles que deben representar (virgen, madre, amante, esposa) y aquellos que deben, a toda costa rechazar (prostituta, bruja, mujer fatal), fijando el límite entre la feminidad ideal y la feminidad desviada reforzando así los códigos patriarcales”.
También Linda Nochlin en uno de sus ensayos titulado “Mujeres, arte y poder” dice que las imágenes de la mujer en el arte reflejan y contribuyen a reproducir ciertos prejuicios compartidos por la sociedad en general, y por los artistas en particular, algunos artistas más que otros, sobre el poder y la superioridad de los hombres sobre las mujeres, unos prejuicios que quedan plasmados tanto en la estructura visual como en el contenido temático de la obra.
Se trata de un prejuicio acerca de la debilidad y pasividad de la mujer; de su disponibilidad sexual; su papel como esposa y madre; su íntima relación con la naturaleza; y su incapacidad para participar activamente en la vida política. Todas esas nociones compartidas, en mayor o en menor grado hasta nuestros días, constituyen una especie de subtexto (es decir de texto oculto) que se oculta detrás de casi todas las imágenes de las mujeres. (Mayayo, 2003). ¡Muy interesante!
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sin duda una valiosa aportación que invita a la reflaxión.
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