Hubo un tiempo en el que Roma fue un imperio. Desde su periodo arcaico, hasta su caída definitiva, Roma abarcó un extenso periodo histórico y un gran territorio. Un tiempo apasionante plagado de batallas, luchas por el poder y asimilación de muchas culturas y sociedades que fueron integrándose en el entramado político romano. Los griegos influyeron en el ámbito religioso de los romanos, de hecho, los dioses y diosas del Olimpo griego fueron adoptados por la civilización romana.
Escribe: Mónica Muñoz
Roma sentó las bases del sistema jurídico occidental. Como bien sintetiza la escritora Sandra Ferrer Valero: “En Roma se entremezclaron mundos muy distintos creando una identidad nueva que se diluiría poco a poco en la Edad media cristina en la vieja Europa y permanecería aún unos cuantos siglos en el Imperio bizantino” (Valero, 2017).
Hay antecedentes de que en la civilización romana en los relatos míticos alrededor del siglo VIII a.C. las mujeres tuvieron un papel más libre al de las mujeres en Grecia y Mesopotamia. Las matronas romanas disfrutaron de una libertad un tanto desconocida y particular hasta esa época. Las vestales, fueron sacerdotisas, y las mujeres de distintas dinastías imperiales también jugaron un papel dinámico.
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Según la historia mítica, la ciudad de Roma se crea en el año 754 a.C. por los hermanos Rómulo y Remo. En una llanura junto al río Tíber, fue donde estaba la cesta en la que se encontraban esos dos pequeños. Rómulo y Remo eran dos hermanos gemelos cuyos padres fueron Rea Silvia, quien era hija de Numitor el rey de Alba Longa, una ciudad de Lacio, y su padre era el dios Marte. Esta historia mítica sentará la base de tradiciones latinas, etruscas y sabinas.
Los latinos eran un pueblo indoeuropeo que había llegado a la península itálica hacia el II milenio a.C. y de ellos, la civilización romana asimilará la organización patriarcal y gentilicia de sus primeras tribus. Esas sociedades primitivas se organizaban a partir de una gens que era un conjunto de familias que tenían un antepasado común.
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En ese sistema, las mujeres estaban ligadas a su familia de origen, en la que no se distinguían entre sí como lo hacían los hermanos. Cuando una mujer contraía matrimonio, continuaba perteneciendo a su propia gens a la que volvía en caso de quedar viuda o separarse del marido (Valero, 2017). Los etruscos ejercerían una gran influencia a esa base latina alrededor del siglo VII a.C. y allí las mujeres etruscas tuvieron importancia dentro del clan, y gozaron de cierta igualdad entre hombres y mujeres, algo que no era común en tradiciones latinas.
Los sabinos eran un conjunto de tribus de procedencia indoeuropea que se dedicaba a la ganadería. De ellos viene esa famosa leyenda que fue muchas veces representada por diversos pintores como Rubens, el famoso “mito de las sabinas”, según el cual Rómulo rapta a las mujeres de un pueblo de pastores para llevarlas a su nueva ciudad de Roma y hacerlas esposas para sus soldados. Ese mito refleja el rito que se repetiría durante siglos en los matrimonios romanos escenificando el drama para las jóvenes abandonar su hogar para ser entregadas a su marido.
En ese escenario, sentará la base de la familia vista como el principal elemento de conformación de la sociedad romana durante la época arcaica, organizándose sobre una fuerte estructura patriarcal. El patres tenía la total autoridad conocida como manus. Y los miembros de la familia, mujer, hijos y esclavos eran vistos como bienes y objetos, o sea, posesiones del cabeza de familia que tenía derecho sobre todos ellos. Así continuó esa base hasta tiempos de la República en los que la esposa accedía a su nuevo hogar en una especie de calidad de “hija” en lo que a derechos y deberes legales se refiere.
Así que su marido debía protegerla; él tenía toda potestad legal y la podía repudiar. Esto es que la mujer pasaba del manus de su pater familias al manus del marido a partir de una serie de rituales basados en el mutuo consentimiento pues estaba esa connotación de ser vista, así como a los niños, verlos como menores de edad. El derecho romano las consideraba incapacitadas para realizar algunos de los principales roles sociales pues las veían como débiles de espíritu (imbecilitas mentis), e imperfectas con respecto a los hombres (infirmitas sexus). (Valero, 2017) Y si el padre de familia fallecía antes de que una mujer contrajera matrimonio su custodia pasaba al familiar varón más próximo, o al tutor asignado si había testamento. La patria potestad recaía siempre en el individuo masculino.
Las ceremonias de sus bodas no tenían base jurídica, eran muchas veces ritos heredados que escenificaban ese cambio de hogar. La novia se vestía con una túnica recta de color blanco, atada a la cintura con un nudo conocido como el “nudo de Hércules” que sólo podía ser desatado por el novio una vez convertida en esposa. En esa ceremonia había el sacrifico de un animal que era ofrecido a los dioses, y todo quedaba registrado en las tabulae nuptiales en presencia de varios testimonios. Había también plegarias a distintas divinidades para dar paso al banquete nupcial.
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Cuando la novia dejaba su hogar, se escenificaba el drama, ella debía aferrarse a su madre o alguien de su familia, para representar lo que significaba dejar su vida pasada. Dentro del matrimonio con manus había tres tipos: El matrimonio confarreatio que era considerado indisoluble; el coemptio el cual consideraba de manera simbólica a la novia como una adquisición, una propiedad. Y el usus, o matrimonio que se materializaba a partir de la convivencia de los cónyuges durante un año seguido.
Estos tipos de matrimonios aparecen reflejados en el compendio legal conocido como la Ley de las XII Tablas, escrito a mediados del siglo V a.C. y las Tabulae Iniquae (Tablas de los Injustos) prohibían la unión de plebeyos con patricios. Mientras que el matrimonio sin manus peritió a las mujeres no tener el peso del tutor legal, o sea, se casaba con un hombre que no tendría poder legal sobre ella; el poder quedaba quedaría entonces ligado al pater familias, otorgándole así más libertad. Este tipo de matrimonio terminó siendo el más habitual en tiempos de la República, así podían heredar bienes paternos en igualdad de condiciones que sus hermanos.
Después de la boda, la mujer se convertía en la dueña y señora de su hogar. Tenía poder para gestionar y administrar con responsabilidad los gastos del hogar y dirigir el trabajo de los esclavos y siervos. Obviamente desde pequeñas eran instruidas por sus madres para cuando llegara el momento de casarse y gestionar ese hogar. Desde luego su principal objetivo era ser esposa y tener hijos, quienes estaban, todos, bajo el dominio del pater familias.
En ese modelo de familia patricia estaban las “matronas romanas” que mantenían el control de la vida que discurría dentro de la domus (casa), en el que poco a poco se fueron abriendo paso a la emancipación y participación en la esfera pública. A diferencia de las mujeres griegas, recluidas en el gineceo, las matronas romanas disfrutaron de las mismas fiestas a las que asistían sus maridos, acudían a tiendas a comprar y supervisaban la educación de sus hijos.
En ese contexto y época sabemos de Sulpicia, así se les denomina a las mujeres poetisas y hay datos de una de ellas que vivió en el siglo I A.C de la cual se conservan seis poemas y la convierte en una de las primeras escritoras romanas. De Melino, fue otra poetisa del siglo II d.C. que dejó como legado su obra Oda a Roma, un poema que ensalzaba la grandeza del Imperio.
A partir del siglo II a.C. las mujeres matronas empezaron a tener protagonismo en la vida de la ciudad de Roma, figurando ya sus nombres y apellidos, como Cornelia la Menor, hija del héroe Escipión el Africano, quien había vencido a los cartagineses. Si la matrona a la muerte de su marido quería permanecer viuda podía hacerlo. Y se les consideraba como damas respetadas sin perder su prestigio. También participaron de manera indirecta en el Senado de la República. Está el caso de Fulvia una dama rica y ambiciosa que se casó tres veces, siendo su último marido Marco Antonio, el amante de Cleopatra. Otro ejemplo, Hortensia, en el siglo I a.C. hija de un cónsul romano que pasó a la historia por su talento como oradora.
La Legislación Augustea permitió una cierta libertad para las mujeres en relación con sus tutores. Según estas leyes, una mujer quedaba libre de cualquier tutela cuando engendraba a tres hijos. Las leyes Julias hechas en el 18 a.C. propiciaron que las viudas o divorciadas volvieran a contraer matrimonio.
En Roma no vivían nada más matronas patricias. A su servicio se encontraban otras mujeres con mayor o menos libertad. Había sirvientas que se especializaban en la educación de los niños y niñas de la familia, había también masajistas, lectoras o artistas. En los hogares ricos y acomodados había un rango de esclava conocido como “vílica”, una especie de ama de llaves que se encargaba de vigilar al resto de los esclavos. En esa Roma se empezaron a vislumbrar profesiones como peluqueras, costureras, e inclusive comerciantes y comadronas. El trabajo de lana en un principio se realzaba dentro del hogar, pero luego con el tiempo dio paso a la existencia de pequeños talleres en los que tanto hombres como mujeres trabajan en conjunto. En la construcción hay evidencia de la participación de mujeres cuyos nombres fueron grabados en ladrillos.
Hubo actrices, mimas y bailarinas cuando el teatro era un arte reservado a los actores. Hasta el siglo III a.C. se tiene el dato de la primera mujer actriz mímica, de origen heleno cuyo nombre fue Antiodemis. Al igual, la prostitución fue otro escenario en el que las mujeres trabajaron como meseras a parte de ofrecer sus servicios sexuales. Hay registro de dos mujeres gladiadoras (gladiatrix) cuyos nombres fueron: Achlia y Amazona. Las gladiadoras aparecen documentadas desde la época del emperador Nerón. Sin embargo, la figura pública de la mujer en la cúspide del poder no tuvo un rol oficial. No encontramos en la historia de Roma a ninguna emperatriz ( imperatrix) que ostentara el poder por méritos propios, en cambio si muchas esposas o hijas de la casa imperial que tuvieron el honor de ostentar el titulo de Augusta, pero siempre por voluntad específica de algún emperador, pues no todas las mujeres de las distintas dinastías imperiales tuvieron su importancia como legitimadoras del poder y culto imperiales. (Valero, 2017)
La religión también tenía su papel importante. El pater familias era considerado como una especie de sacerdote elegido por la divinidad para proteger a su familia, era el encargado dentro de los ritos dentro de la familia, unos ritos personalizados adaptados a cada realidad familiar. Sólo las vestales y las flaminias consagraron su vida a una divinidad y participaban en rituales dedicados a cultos extranjeros en lugares alejados del núcleo ciudadano. Una de las divinidades más veneradas fue la diosa Fortuna. También la diosa Vesta (herencia de la diosa Hera de los griegos). Las vestales tuvieron un nivel de emancipación elevado respecto a las mujeres casadas, y podían participar en los actos públicos.
Sería hasta el siglo III con el cristianismo se darían otras circunstancias, como el origen de la vida monacal con aquellas mujeres que se recluían en cuevas para vivir en una vida de renuncia y oración. Viudas, diaconisas y Madres del Desierto fueron el inicio de una vida monacal que daría fruto más adelante en la Edad Media. Cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial utilizó la misma violencia hacia las mujeres paganas que defendían la ortodoxia, allí encontramos el caso de la filósofa Hipatia de Alejandría. Y Helena será la primera mujer augusta de la casa imperial romana que se erigirá como cristiana, ella fue al madre del emperador Constantino.
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