El proceso electoral que recién ha terminado será recordado como uno de los más vacuos en la historia democrática reciente del país. Y no es que en los procesos previos se hayan discutido con la seriedad y profundidad requerida los grandes problemas nacionales; pero al reduccionismo político de las dos últimas décadas, esta vez se le sumó la polarización en torno al proyecto del Ejecutivo Federal.
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Así las cosas, lo que ha sido evidente es que ninguno de los partidos que hoy son oposición articuló una agenda alternativa y pertinente para dar cumplimiento pleno al amplio catálogo de derechos y disposiciones que, en materia de funcionalidad y estructura orgánica del Estado, están contenidos en la Constitución.
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Si se piensa sólo en los artículos 3º y 4º Constitucionales, la agenda electoral debió articularse de manera conceptualmente sólida; y convertir al debate en torno a la pobreza, la desigualdad, la marginación y la exclusión de inmensas mayorías, así como sobre las posibilidades y oportunidades para fortalecer al Estado, garantizar el crecimiento económico con equidad, entre otros temas no menos relevantes.
Y es que, si bien es cierto que hay un amplio debate en torno a la visión del actual gobierno de la República, lo es igualmente el hecho de que en ninguno de los partidos opositores se encuentra una visión articulada, coherente y pertinente respecto de las enormes urgencias que aquejan al país en medio de la mayor emergencia sanitaria y económica de los últimos cien años.
Al respecto es importante decir que es falso que en la oposición no haya figuras populares relevantes; si no las hubiera, las elecciones no hubiesen sido lo competidas que fueron, más aún en lo local. El problema es que el mayor error que han cometido los partidos políticos, en ésta y en previas elecciones, es su apuesta casi exclusiva por liderazgos carismáticos, antes que por liderazgos sustentados -como lo diría Max Weber-, en una lógica de dominación racional-legal, que apueste por la institucionalización y por una profunda democratización del país.
En esa dinámica partidista, ha privado también una lógica antidemocrática que ha derivado en un férreo monopolio en la definición de las candidaturas; el resultado ha debilitado la democracia interna de los partidos, pues los beneficiarios han sido predominantemente sus “nomenclaturas”.
Así, en el diagnóstico que han presentado varias voces, se ha insistido en que México carece de liderazgos capaces de competir con el enorme carisma del Ejecutivo Federal; pero pensarlo así constituye un error garrafal, porque implicaría reproducir la lógica que se ha mantenido en nuestra política desde el siglo XX y hasta ahora: la búsqueda de figuras providenciales capaces de atender y resolver todo.
Pero eso no existe. En la complejidad política, constitucional-legal e institucional que tiene hoy México, una opción auténticamente viable sería aquella capaz de reconciliar visiones, de generar consensos amplios no sólo sobre las prioridades, sino también sobre los métodos y procesos para materializarlas.
Desde esta perspectiva, el electorado mexicano no puede seguir teniendo como única opción a candidatas y candidatos que son capaces de formular buenas frases, pero que transportan muy malas ideas respecto de lo que es el Gobierno y cómo generar una nueva forma de gobierno por la oposición y sustentada en la democracia y la defensa irrestricta de los derechos humanos.
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En esa misma visión de las cosas, en lo que sí se puede coincidir con varias voces es que en los partidos están agotadas la opciones para garantizar la movilidad ascendente de sus militantes; para favorecer a la meritocracia, y para impulsar procesos de pedagogía democrática y formación política para el diálogo, la tolerancia y la preferencia por el consenso, antes que por el conflicto y la discordia.
En las condiciones en que hoy nos encontramos y por la ruta que vamos, México no será capaz de cumplir una sola de las metas relevantes de los Objetivos del Desarrollo Sostenible: no se erradicará la pobreza en el 2030; no se llegará a la meta de emisiones de gases de efecto invernadero; no se alcanzarán los objetivos comprometidos en igualdad de género; fallaremos en la reducción de la mortalidad materno-infantil; se incumplirá el compromiso de erradicar el trabajo infantil en el 2025; la desigualdad se mantendrá sumamente por arriba de lo comprometido; el cuidado del agua es más que deficiente; y suma y sigue…
Quizá lo más preocupante para el país es que, en el contexto en que estamos, de las estructuras partidistas que mantienen el registro como Partidos Políticos Nacionales, se antoja complicado que pueda impulsarse una reestructuración con la profundidad requerida para convertirse, no sólo en una oposición electoralmente competitiva, sino sobre todo, en una oferta político-programática capaz de convertir a la economía y los grandes problemas de la cuestión social, en los principales temas de debate público en el país.
Es importante señalar al respecto que, a pesar del enorme pluralismo democrático y de las numerosas alternancias partidistas en los gobiernos municipales y estatales, los partidos han desperdiciado la oportunidad de construir nuevas alternativas para un nuevo federalismo, así como perspectivas de desarrollo local y regional, capaces de aportar a la cimentación de un proceso ampliado de desarrollo social y humano en clave democrática para México.
Lo anterior se verifica al revisar los datos y las trayectorias de la pobreza en municipios y entidades; pues, desde que se tiene información comparable, no hay un solo estado de la República ni municipio o alcaldía, que pueda tomarse como un referente claro especto de cómo salir del estancamiento secular en que estamos atrapados, así como de las trampas de la desigualdad y la pobreza que persisten en todos lados con distintas profundidades e intensidades.
México debe reindustrializarse; insertarse en las principales rutas de la investigación para el desarrollo; promover un inquebrantable Estado de derecho; garantizar la seguridad de su población y reparar el daño causado a los cientos de miles de víctimas que hay en el país.
A México lo aqueja mucho dolor; mucha inquina; mucha desesperanza y frustración; nos separan brechas y desigualdades que parecen infranqueables; la pobreza y el hambre son realidades espantosas que se han incrementado en la pandemia; la enfermedad y la muerte evitables son realidades amenazantes para todas y todos en todo momento; y frente a ello, en el escenario nacional priva la descalificación, el insulto y el desprecio mutuo.
El país está urgido de espacios desde los que sea posible procesar las diferencias y reducir la fragmentación y polarización que hoy nos divide; donde no se busque la imposición de una o varias posturas, sino por el contrario, los puntos de encuentro y coincidencia sobre lo realmente prioritario y urgente.
Investigador del PUED-UNAM
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