Quiero aprovechar la ocasión para expresar una vez más mi reconocimiento a la gran tarea realizada por la Rectoría de nuestra Universidad, en la gestión de la pandemia, y, sobre todo, en su etapa más crítica.
Sin duda, la responsabilidad con la que se tomaron las decisiones, contribuyó a que nuestra Máxima casa de estudios fuese una vez más uno de los principales referentes durante los más aciagos momentos de la emergencia.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Señor Rector, estoy convencido de que somos muchos quienes, en la comunidad universitaria, y también fuera de ella, estamos agradecidos por la valentía y por el liderazgo de nuestra Universidad, en la toma de decisiones para proteger a nuestra comunidad en todo momento.
De eso es justamente de lo que se trata esta colección que hoy se presenta, en su volumen número 15, sobre el conjunto de lecciones que destacados académicos e investigadores de nuestra Universidad han sintetizado.
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Es un amplio conjunto de textos con ideas y propuestas de acción para evitar, en la medida de lo posible, que la espantosa situación por la que tuvimos que transitar -y que se resume en la cifra de más de 600 mil personas fallecidas por COVID19-, se repita una vez más, cuando llegue la nueva pandemia que, según todas y todos los expertos, coinciden que en algún momento hemos de enfrentar.
Las reflexiones y recomendaciones contenidas en esta colección, constituyen un mapa de ruta de enorme pertinencia para la que, con todo tino, se decidió definir como “la década COVID”; pues los 10 años que están por venir serán cruciales para consolidar un país de oportunidades para todos, y encaminarlo por el sendero de la más amplia garantía posible de todos los derechos humanos.
Pero también es importante decir que muchas de esas recomendaciones resultan igualmente pertinentes para nuestra Universidad; pienso, a partir de los textos que hoy presentamos, en cuatro grandes ejes de trabajo que pueden articularse de cara a la Universidad que queremos, y que podemos ser en los años por venir.
En primer lugar, reconocer que las profundas desigualdades que caracterizan a nuestro país se expresan de distintas maneras al interior de nuestra comunidad. Y si bien es cierto que estas desigualdades obedecen a fenómenos estructurales de la economía, y del propio orden social vigente, lo es igualmente que el poder del pensamiento, y la vocación humanista y de indeclinable compromiso social de nuestra UNAM, puede permitir atemperarlas o incluso tratar de erradicarlas en su interior.
Creo que las enseñanzas que nos deja la pandemia -con todos los efectos que tuvo en la vida de la mayoría-, y la interpelación que nos hace rumbo al futuro, se encuentran en cerrar las cicatrices que nos dejan la muerte y la enfermedad evitables.
Pero también aquellas heridas y cicatrices que no terminan de cerrar y sanar, porque regresamos a una “normalidad” indeseada; en la que se reproducen las mismas condiciones adversas -incluso algunas de ellas profundizadas-, que existían antes del confinamiento obligado que enfrentamos en el 2020; y cuyos efectos se han prolongado hasta alcanzarnos tres años después.
Estamos ante el reto y ante la oportunidad de ampliar y consolidar una cultura universitaria de absoluta intolerancia a las desigualdades: las económicas, las culturales, las de género, y por supuesto, las que continúan acrecentando las brechas y disparidades en la posibilidad de aprovechar y potenciar las oportunidades educativas que se brindan en todos nuestros espacios.
Si la vocación esencial de nuestra Universidad es la del despliegue permanente de la Pedagogía, para crear y más que transmitir, compartir saberes; a ella debemos sumarle una implícita pedagogía de la fraternidad, la solidaridad y la igualdad.
El segundo eje, consiste en volcar a la Universidad hacia la generación de un mayor y más potente conjunto de acciones para la promoción de una economía centrada en la generación de empleo y oportunidades universales de vida digna.
Nuestras y nuestros universitarios deben tener en el horizonte, la posibilidad de ingresar a trabajos que les den la oportunidad de plena realización de sus proyectos de vida; así como las capacidades para luchar y exigir que todas y todos en nuestro país también las tengan.
Por ello, pensar en la estructura del mundo del trabajo, nos pone ante el reto de formar a las y los profesionistas y expertos, que podrán responder a los retos que impone una economía cada vez más compleja, pero también cada vez más excluyente y cada vez más concentradora de la riqueza.
Por esto, desde las áreas del saber en las que se reflexiona, y desde las cuales se crean nuevos saberes sobre estos temas, debemos plantearnos como meta, incidir mucho más en la realidad político-económica del país; promoviendo una nueva ética de consumo; una nueva ética del trabajo y una nueva ética de responsabilidad y construcción de un nuevo curso de desarrollo sostenible en todos los sentidos.
Es cierto que la Universidad puede hacer aun más en materia de vinculación con el mundo laboral, y adecuar algunos de sus contenidos curriculares a las nuevas tendencias de generación de riqueza en el mundo; pero lo es en la misma medida, que la UNAM podría, por su magnitud y dimensiones, por su fuerza intelectual y espiritual, incidir en la orientación en torno hacia dónde debe ir la generación de los saberes, teniendo como faro mayor construir conocimiento que resulte útil para el bienestar y la libertad humanas; y para una economía solidaria, incluyente y que dé la espalda a la lógica de depredación del medio ambiente.
El tercer eje en el que podemos pensar, es el relativo al reto permanente que tenemos como universitarias y universitarios para elevar la calidad de la enseñanza; pero también la calidad de los saberes que generamos.
Nadie puede negar que, en la potente historia de nuestra UNAM, si algo se ha arraigado, dicho de manera quizá licenciosa, en nuestro ADN, es una profunda vocación de FILOSOFÍA; escrita con mayúscula, porque no hay nada que defina mejor a las y los universitarios, que el profundo amor que sentimos y desplegamos para alcanzar la sabiduría.
Y que conste aquí, que el planteamiento es utópico; porque la sabiduría no es un estado mental; no es un conjunto de conocimientos acumulados y sintetizados; es sobre todo: una vocación que se despliega en cada palabra que se hace poesía y literatura; en cada nota que se ejecuta en nuestras salas de música; en cada movimiento que se desarrolla en nuestros escenarios; en cada fórmula y en cada ecuación que se construyen desde el ámbito de la ciencia; en cada palabra que siembra la semilla y el hambre por el saber en las mentes que todos los días escuchan y dialogan en nuestros salones.
Hacia allá deben profundizarse, aún más, los enormes esfuerzos y logros que se han alcanzado; y por ello debemos ser cada vez más audaces y pensar en una Universidad en la que, por sus logros, tengamos tres nuevos Premios Nobel en los próximos 30 años; que tengamos 10 nuevos Premios Cervantes y 10 nuevos Premios Princesa de Asturias; y no como meras metas numéricas; sino como signo de la profunda huella que nuestra UNAM puede dejar y cimentar para nuestro país.
Un cuarto eje de trabajo que se vislumbra para la UNAM, a partir de los contenidos de esta colección, es el de la generación de más capacidades éticas en nuestras y nuestros estudiantes, y en nuestros egresados.
La década COVID ante la que estamos, nos ha puesto frente el rostro y ante el espejo de la historia; y nos ha recordado la irrenunciable e indispensable vocación ética que, todas y todos, estamos obligados a desplegar en nuestra presencia cotidiana en la UNAM; y también a proyectarla con fuerza hacia nuestra sociedad.
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Es cierto que fueron nuestras capacidades, conocimientos, infraestructura y recursos, los que nos permitieron sortear la fase más crítica de la Pandemia; pero, ante todo, lo que sigue conmoviéndonos a la mayoría, es la inconmensurable dimensión humana de las acciones solidarias, de amistad, de compañía en la tragedia que presenciamos, lo que nos recordó, en las fibras más sensibles, el valor que tiene el comportarnos con base en lo mejor del ser humano, y del ser universitarios de bien.
Nuestra Universidad puede y debe hacer más para construir una nueva ciudadanía social; para promover una vocación cívica y un régimen plenamente democrático y a prueba de todo; porque de ello depende la permanencia, no sólo de nuestra autonomía como institución universitaria; sino el continuar siendo la casa de la presencia de la libertad; y de los ideales de justicia, de igualdad y de fraternidad que deben ser los faros y referentes del decurso de nuestro ser nacional.
Sin duda, ante tanta violencia, tanto dolor, tanta muerte y tanta pobreza rodeándonos, a veces también de varias formas, cercándonos, nuestra Universidad puede dar un paso al frente y salir a las calles e inundarlas de cultura, de arte, de conocimiento, y también de esparcimiento y disfrute de la más alta calidad.
La derrota del pensamiento no puede ni debe ser siquiera imaginado como destino para ninguna casa del saber; y nuestra Universidad tiene la dimensión, la energía, pero, sobre todo, la solvencia ética para decirle a nuestro país que podemos ser distintos; para mostrar caminos y rutas hacia más libertad y bienestar; y para señalar, cuando se están cometiendo, los abusos y los excesos del poder.
Por ello, hay muchos que estamos convencidos de que, a partir del contenido de esta invaluable colección, podemos pensar en añadir una tarea adicional, a las tres acciones sustantivas de nuestra UNAM.
En efecto, a la Educación, la Investigación y la Difusión, podemos añadir la vinculación y la Incidencia Social: impulsar una Universidad volcada a caminar hombro con hombro con la sociedad, que nos otorga los recursos para convertirlos en lo más granado del saber científico y tecnológico; lo más profundo de las humanidades; y lo más digno en términos de recreación y sano esparcimiento.
Esto, porque no debemos olvidar, que estamos ante un escenario cada vez más sombrío: los conceptos que se usan en todos los diagnósticos e informes mundiales son cada vez más duros: exclusión permanente, precariedad sistémica, pobreza y desigualdades insuperables; desempleo permanente o de largo plazo; enfermedad y muerte evitable; todas, categorías que aluden a nada menos que al dolor, al sufrimiento, a la incertidumbre y a la carencia de expectativas.
En esa tarea de incidir en la discusión, pero también en la acción pública y social, la UNAM debe dejar testimonio de las diversas crisis que enfrentamos; pero también acompañar e impulsar procesos de transformación social, vía la propuesta de mejora de la política pública, de los marcos jurídicos, y para la generación de capacidades ciudadanas y comunitarias.
La UNAM puede y debe plantearse en el ahora y en el futuro, su capacidad de nombrar, porque al hacerlo, al construir y construirse desde un nuevo lenguaje, la Universidad podrá consolidarse como un actor clave del cambio de nuestro país, en uno más justo, más incluyente y solidario con todas y todos; consolidarse pues, en el más amplio sentido, como la Universidad de la Nación.
En síntesis: un escenario nacional donde campean la muerte, la tristeza y el dolor, las y los universitarios debemos ser capaces de contribuir para que una tragedia de esta magnitud no vuelva a repetirse jamás.
Tenemos los conocimientos, los saberes, la voluntad, la vocación y la autoridad moral para hacerlo. Y es momento de redoblar y acelerar la marcha, en todo su potencial de humanidad; y en toda su capacidad de seguir construyendo proyectos de vida; proyecto de país.
Muchas gracias
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