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La peligrosa violencia política

En el texto, para una crítica de la violencia, quizá uno de los más conocidos en México, del gran Walter Benjamin, se puede leer: “la violencia como medio es siempre, o bien fundadora de derecho o conservadora de derecho. En caso de no reivindicar ninguno de estos dos predicados, renuncia a toda validez.

Escrito por:   Mario Luis Fuentes

Pensado desde la teoría weberiana, la idea de Benjamin coincidiría en general, con que la violencia en el ámbito del Estado, para que tenga legitimidad, debe estar circunscrita al ámbito de lo jurídicamente determinado. Es decir, la violencia legítima siempre debería tener límites constitucionales claros y fronteras legales infranqueables.

A lo anterior debe añadirse que el freno y los límites a la violencia también dependen de una profunda convicción y vocación ética a favor de la paz de parte de las y los principales actores políticos en una sociedad. Las y los líderes de la comunidad política tienen una indeclinable responsabilidad de promover, por todos los medios a su alcance, una cultura de paz, tolerancia, cordialidad y respeto mutuo.

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Lo que se ha visto en méxico en las últimas dos semanas ya ha rebasado con mucho esos linderos éticos. Y lo peor es que el principal instigador ha sido el propio presidente de la República quien, iracundo como no se le había visto a lo largo de su administración, ha lanzado una cantidad inusitada de improperios en contra de quienes se oponen a su propuesta de reforma político-electoral.

La lista de calificativos es larga: fifís, pirrurris, cretinos, hipócritas, raterazos, corruptos, y un largo etcétera. Pero, para colmo, la respuesta de una parte de las oposiciones ha ido en el mismo tono y sentido. Con motivo de su cumpleaños, Diputadas y Diputados, en la tribuna del Congreso de la Unión, dedicaron al presidente una canción que está llena igualmente de improperios: sabandija, rata inmunda…

Se dice que México no merece ese nivel de debate. Pero lo que debe entenderse antes bien que el debate no ha existido nunca en esta administración; porque, por un lado, el Ejecutivo decidió desarrollar una presidencia autoritaria y excluyente de otras visiones de país; y por el otro, la oposición ha sido totalmente incapaz de generar una propuesta alternativa creíble, presentada por liderazgos también creíbles y con solvencia moral.

La ira presidencial ha generado también que escritores e intelectuales suban el tono en sus respuestas. La más reciente, la de Roger Bartra -uno de los intelectuales de mayor prestigio e integridad en su trayectoria y activismo-, quien acusó nada menos que de conservador y reaccionario al presidente de la República.

Lo que urge entonces es construir un nuevo debate público. Porque en la dinámica que ha impuesto el presidente al interior de su movimiento, lo que está ocurriendo es que quienes aspiran a sucederlo, están comenzando a repetir el guion presidencial. Pero si se continúa de esa manera y logran el triunfo electoral, la pregunta es cómo se van a generar los acuerdos, procesos de diálogo y de debate de altura ante los ingentes problemas que urge resolver en el país.

De esta forma, si todo lo anterior es en sí mismo delicado, lo es más todavía en el contexto de criminalidad y violencia que se vive en todo México. Las últimas semanas han estado marcada por noticias tremendas: mujeres jóvenes arrojadas muertas a las calles o carreteras; mujeres jóvenes que mueren porque caen a coladeras abiertas en la vía pública…. Y suma y sigue.

En el Bajío mexicano, el estado de Guanajuato, una vez más, lleva tres días literalmente en llamas; y ahora además con actos de auténtico terrorismo pues los delincuentes decidieron salir a las carreteras y disparar al azar contra vehículos en movimiento, razón por la cual, una mujer que viajaba en un autobús de pasajeros, fue asesinada justo en una de las casetas de acceso a la ciudad de Celaya.

El Jefe del Estado y Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas no puede seguir con ese nivel de agresividad y odio. No puede continuar recurriendo a la falacia “ad hominem”, es decir, descalificar los argumentos en razón de quién los esgrime y no en razón de su peso y validez. Hacerlo de ese modo, además de constituir una trampa discursiva, es impropio de un demócrata.

En democracia no es legítimo ni válido presentarse ante la ciudadanía, ni como individuo ni como grupo político, como el o los únicos con autoridad moral. Como depositario exclusivo de las buenas intenciones ni como el representante de la bondad y la rectitud ética. Un pacifista auténtico no requiere decir de sí mismo que busca la concordia; y mucho menos decir que lo hace con base en el improperio y la grosería.

Nadie, absolutamente nadie puede arrogarse el derecho de presentarse como titular del “tribunal moral de la República”. Eso es propio de clérigos y líderes religiosos; y no de quien tiene la responsabilidad política y ética de cumplir y hacer cumplir la Constitución.

La violencia, lo advierte el filósofo René Girard, siempre es mimética; y cuando desde las esferas del poder se le da rienda suelta, ésta ha terminado en no pocos ejemplos históricos, en complejos procesos de violencia colectiva que derivan en la lógica de la violencia sacrificial en torno a un chivo expiatorio. Pero lo peligroso es, siguiendo a este autor, que esa violencia termina siendo homicida.

Para el contexto nacional, con ya prácticamente 140 mil asesinatos en lo que va de esta administración, no es de ningún modo inteligente arrojar más gasolina al fuego de la violencia que, por momentos, pareciera que avanza hacia un desbordamiento todavía más cruel, más doloroso y más inaceptable para un país que aspira a ser un territorio gobernado con base en los derechos humanos.

Pavimentar de paz al país no es una más entre las opciones que tenemos en la democracia. Es de hecho la condición de posibilidad de concordia, desarrollo y acceso al bienestar de forma universal. Porque debe repetirse cuantas veces sea necesario, aquello que alertaba el poeta Paz: la vulgarización de la acción política comienza con la vulgarización del lenguaje. Y en México, ya se ha ido demasiado lejos en ello.

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Investigador del PUED-UNAM

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