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La polarización deliberada

Las más recientes encuestas publicadas sobre aprobación y desempeño gubernamental obligan a reflexionar seriamente sobre cuál es el estado de ánimo del país, y cuáles son las implicaciones que puede tener en las posibilidades de construir un México con cohesión social, paz y solidaridad social. Leídos con atención, los resultados de las encuestas confirman que estamos ante una opinión pública polarizada; lo peculiar en este caso, es que esa polarización ha sido deliberadamente inducida, tanto por la retórica gubernamental, como por su poderoso aparato de propaganda que actúa no solo en redes sociales sino en medios de comunicación electrónicos y algunos de los llamados “tradicionales” que han decidido alinearse relativamente a la discursividad oficial.

Escrito por:   Mario Luis Fuentes

Hay algunas variables que es difícil interpretar en su justa dimensión. Por ejemplo, ¿cómo leer la presencia simultánea de sentimientos de esperanza respecto del gobierno del presidente López Obrador, con sentimientos de miedo y decepción? ¿Cómo leer una aprobación elevada del presidente, como persona, pero no así como jefe del gobierno? ¿Cómo interpretar que las personas perciben más pobreza y menos salarios, pero al mismo tiempo que el gobierno tiene programas sociales eficaces?

La lista de contradicciones aparentes puede extenderse; sin embargo, estos ejemplos permiten plantear un escenario de una realidad que deliberadamente ha sido construida así. Pero entonces la pregunta es, ¿cuál es el cálculo o racionalidad que tiene detrás de ello la presidencia? ¿En qué y cómo le beneficia a la nación un escenario casi esquizofrénico y de opiniones no sólo divergentes, sino irreconciliables entre amplios sectores de la población?.

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Ante escenarios construidos de manera maniquea, lo peor es reaccionar con explicaciones del mismo tipo. Por ello es más que nunca relevante que, desde la academia, los medios de comunicación y todos aquellos espacios de incidencia, por mínima que sea, se reflexione de manera mesurada, pausada, haciendo de lado prejuicios, e interpretar frente a qué estamos y cómo y por qué llegamos a esta situación.

Construir democracia implica justamente eso: pensamiento crítico, reflexión y capacidad de plantear preguntas con pertinencia pública. Esas preguntas deben orientarnos a todas y todos hacia la construcción de un poderoso sistema de partidos que, en la competencia por el poder, sea capaz de generar los equilibrios necesarios para construir un proyecto de nación compartido, y respecto del cual todos estén dispuestos a sumar porque permite el pluralismo político, la diversidad ideológica y, ante todo, gobiernos eficaces en la garantía de la dignidad humana, con base en el cumplimiento universal de los derechos humanos.

Es un hecho que la polarización política prolifera sobre todo en sociedades fragmentadas, y con débiles o anquilosados sistemas de partidos. Porque la polarización implica la formación de “bandos” y genera la ilusión de identidades utópicas, que poco o nada tienen qué ver con las condiciones materiales de existencia de las personas, o del país en general.

Por ello es que, en términos de eficacia política, no importa si el presidente ha mentido decenas de miles de veces. Porque su discurso alimenta la esperanza de que México puede librarse de la corrupción, de la pobreza, de la desigualdad… y que él es el líder que puede guiarnos hacia esa meta.

Siendo así, polarizar en torno a una idea que se encarna en un sujeto es relevante. Porque entonces la pretendida continuidad en el gobierno se presenta como indispensable, al nivel de una certeza y mandato moral: el pueblo sabio no puede equivocarse y por ello es el que determina -aunque evidentemente no es así- la irrenunciable necesidad de “darle más años” a la idea del líder, la cual tendrá continuidad y realización en el gobierno de quien decida, con base en sus pretendidas virtudes morales, que habrá de sucederle en el cargo.

Ante la fractura del pluralismo, la lógica del discurso único es más que fértil. Y de ello es responsable, tanto quien ejerce el poder, como quienes, por la mezquindad y la irresponsabilidad, no han querido ni podido convertirse en oposiciones serias y creíbles. 

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