Hay muy pocos ejemplos históricos en que los políticos que hablan con realismo y honestidad a sus poblaciones han sido elegidos para gobernar. Quizá el más conocido sea el de Winston Churchill quien, ante el drama de la guerra pronunció en el Parlamento Británico, en 1940, su famoso discurso en que afirmó que sólo tenía para ofrecer sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
La mayoría de quienes aspiran a gobernar o a representar a la ciudadanía actúan, sin embargo, en sentido opuesto, frivolizando a la acción pública y reduciendo de manera simplista la forma de referirse a los complejos problemas que nos impone la realidad. Así Fox, cuando afirmó que podía “arreglar Chiapas en 15 minutos”; o el actual presidente López Obrador, quien en junio de 2019 afirmó ante la prensa: “no crean que tiene mucha ciencia gobernar”.
Simplificar la realidad y hablar desde la frivolidad lingüística es una de las fórmulas más exitosas para “conectar” con las mayorías, sobre todo en poblaciones con bajos niveles educativos y donde el pensamiento crítico es la excepción. La eficacia deriva, en buena medida, de la tendencia generalizada a lo que varios expertos han denominado como “la confirmación de prejuicio”, es decir, la propensión de escuchar y aceptar los mensajes que confirman lo que ya se cree o se piensa.
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Lamentablemente los problemas de la realidad socio-política, al contrario de tener soluciones fáciles, se hacen cada vez más complejos en su constitución interna, en su multidimensionalidad por sus alcances y efectos; y en su multifactorialidad en todo aquello que los genera y determina; en esa lógica, imponen cada vez mayores retos a quienes tienen la responsabilidad de gobernar y solucionarlos, porque los recursos son limitados y porque el tiempo que se tiene para tomar decisiones e implementarlas es siempre insuficiente.
Ya en pleno proceso electoral, estamos atestiguando una vez más las prisas del Ejecutivo Federal por inaugurar todo lo prometido. Porque sexenio tras sexenio, hemos tenido a gobernantes que prometen todo, con tal de obtener el favor del electorado, y en la continuada pretensión de “pasar a la historia”, buscan dar cumplimiento a lo imposible: solucionar problemas acumulados en décadas en solo seis años.
Esa impronta cruza con los intereses electorales, pues se asume que, mostrar que se logró todo lo prometido, beneficiará tanto discursiva como electoralmente al grupo en el poder y a sus candidatas y candidatos. Así se pensaba con Peña Nieto y su conteo de los “compromisos cumplidos” que fueron “firmados ante notario público”; y ahora con el presidente López Obrador, repitiendo la escena que él afirmó que no se volvería a ver de tener obras inauguradas, aunque inconclusas.
Estamos ante una campaña en la que, una vez más, las y los candidatos van desde la más frívola promoción de una mera imagen, pasando por la arrogancia de pretender que todo lo resolverán, porque “son ellos”; hasta quienes hacen gala de la ignorancia y el desconocimiento total de los problemas públicos. En ese mar de la insensatez, son urgentes las figuras y voces con la capacidad de revolucionar el discurso de lo público y concitar a una nueva estrategia nacional contra las desigualdades, la pobreza y la miseria.
Frente a lo anterior, lo exigible a las y los políticos es sensatez y prudencia. Mesura en sus planteamientos y realismo ante una dura, dolorosa y triste realidad. Es cierto que no estamos ante la barbarie que enfrentaba el mundo hace 80 años, pero nuestros problemas no son menores y las amenazas del autoritarismo y la locura del poder nunca han terminado de irse.
La prudencia, es decir, la templanza y el gobierno de sí mismo, no es una de las virtudes extendidas en nuestra política. Pero el país lo requiere y las y los ciudadanos merecemos gobiernos serios, responsables y con la capacidad de hablar con la verdad. No es mucho, pero es lo menos que debemos ser capaces de exigir.
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Investigador del PUED-UNAM
Frase clave: La política Mexicana, la política en México
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