Hace siete meses escribí en este espacio un artículo que llevó por título “70 años de poder” sobre la historia de la monarca moderna más importante, la Reina Isabel II. El día 8 de septiembre de este año se propagó lo que en principio parecía un rumor, la reina se encontraba delicada de salud, de acuerdo con las declaraciones de sus médicos, y que después fue confirmado por el Palacio de Buckingham, la reina había muerto, lo que en la jerga se denominó “London Bridge has fallen”, el Puente de Londres ha caído.
Escrito por: Andrea Samaniego Sánchez
Con su muerte el siglo XX se desvanece. Ella era la última figura viva clave que había presenciado grandes acontecimientos que marcaron esa centuria, los albores y derrumbe de la URSS, el ascenso y desplome del fascismo italiano y nacionalsocialismo alemán; la reconfiguración bipolar del mundo y en ello la construcción y caída del muro de Berlín, sólo por mencionar algunos.
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Y así como en Buenos Aires se denomina a ciertos bares como “notables” pues han sido punto de encuentro o de relevancia histórica para Argentina y la ciudad porteña, así también tendríamos que denominar a la reina Isabel II, su figura fue notable, en la acepción boaerense, para encauzar el siglo.
Con la despedida de Isabel II decimos un último adiós a otra época, marcadamente rural, damos una vuelta de página y nos adentramos en pleno a una nueva realidad. Ella era, un vínculo viviente con un pasado que ya no existe, su partida es dar efectivamente una vuelta de página, un punto final a esa historia, a ese mundo que ya no es.
Su deceso no deja de lado preguntas sobre el tipo de gobierno que ella y su familia representan, la monarquía, y su idoneidad en pleno siglo XXI. Sin embargo, como jefa de Estado ella pudo resguardar los intereses de Gran Bretaña más allá de los vaivenes propios de las disputas políticas por el poder.
Se va una monarca que no fue presa de los escándalos, no de los suyos, aunque tal vez sí los de sus miembros consanguíneos y que dedicó toda una vida al servicio del Estado, en un puesto considerado únicamente para varones.
Ahora, con el ascenso de Carlos III, su hijo, comienza una nueva era dentro de Gran Bretaña. Es todavía prematuro para conocer su temple o su forma de administrar al estado, si tendrá la capacidad para sortear las dificultades propias de una era post-pandémica, con fuertes cuestionamientos hacia los modelos económicos y políticos imperantes, y con una agenda de amenazas emergentes que llaman a la cooperación internacional de forma apremiante.
Nuevos tiempos inician, nuevos aires y con ello nuevas oportunidades para el nuevo rey, habría que ponderar si él puede con los retos de esta época, si se encuentra a la altura de las circunstancias, tal como su madre sí estuvo. Es tiempo.
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