Esta es la historia de un magistrado de nivel intermedio de nombre Iván, quien vivía en una ciudad importante y cuya existencia y atención giraban predominantemente alrededor de preocupaciones sobre su estatus social. Un día, sin embargo, el magistrado Iván se cae de una escalera de mano y empieza a sentir un dolor en el costado. En vez de disminuir, el dolor va empeorando, y nuestro personaje acaba siendo incapaz de trabajar. El que anteriormente había sido un «hombre inteligente, refinado y agradable» se convierte en una persona deprimida y desvalida.
Escrito por: Ricardo Martínez Martínez
Sucede entonces algo paradójico, o no tanto; sus amigos y colegas lo evitan, y su esposa recurre a una serie de médicos cada vez más caros. Ninguno de ellos es capaz de ponerse de acuerdo sobre un diagnóstico, y los remedios que le dan no surten efecto. Al final, Iván muere, ya en una edad avanzada a los 45 años. Todos lloran a Iván, de apellido Illich, en la ciudad de Petersburgo en el año de 1886.
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A estas alturas, estimado lector, podrá comprender que nos referimos al famoso Iván Illich del escritor ruso, León Tolstói, quien escribió un relato breve pero poderoso sobre este magistrado ficticio. Más allá de lo impactante del relato y las cuestiones vitales que este nos presenta, quizás, antes de conocer sobre qué personaje escribíamos, su ceño se habrá levantado con cierto nivel de extrañamiento.
¿Viejo a los 45 años? ¿Qué acaso un magistrado no gozaba, a sus 45 años, de seguridad social?
Y es justamente en este momento en donde vale la pena la aclaración. En la Rusia zarina de aquella época, la esperanza de vida no era tan halagadora como lo es ahora. Un adulto en esa época podría vivir hasta los 50 o 60 años, dependiendo de su clase social, acceso a atención médica, condiciones de vida y otros factores.
El seguro social, el cual se menciona que podría haber tenido el magistrado Iván, no fue una realidad sino hasta las políticas sociales de Alemania, bajo el liderazgo de Otto von Bismarck en la década de 1880. Bismarck implementó el primer sistema de seguro social obligatorio en el mundo, el cual incluía dentro de ellos, el seguro médico.
De vuelta al ajetreado mundo del siglo XXI y lejos del frío de Petersburgo, hace unos días el presidente Andrés Manuel López Obrador mencionó en su último informe de gobierno que el sistema de salud de México ya era como el de Dinamarca. Un día después mencionó que sabía que esa declaración levantaría polémica, pero no se desdijo de ella.
Los países nórdicos, incluido Dinamarca, ciertamente tienen un sistema de salud envidiable y la aspiración de México de ser similar a ellos es un buen ideal, en tanto el Estado tiene una intervención decidida y no se deja a la mano “invisible” del mercado un asunto tan importante como la salud. No obstante, como la Rusia zarina en que vivió Iván Illich, estos países gozan en la actualidad, de un Estado de Bienestar que se mantiene gracias a la tributación de la misma población.
Una mirada rápida y sin entrar tanto en materia nos evidenciaría que, en Dinamarca, los ciudadanos pagan entre el 37% y el 52% de sus ingresos en impuestos, además de un IVA del 25%, lo que financia un sistema de salud universal que cubre a toda la población sin necesidad de contribuciones adicionales. El gasto público en salud representa aproximadamente el 10-11% del PIB, lo que garantiza una cobertura integral y de alta calidad.
En contraste, en México, los impuestos sobre la renta van del 1.92% al 35%, con un IVA del 16%. El sistema de salud se financia a través de impuestos generales y, adicionalmente, con contribuciones obligatorias de empleadores y trabajadores, especialmente al IMSS y al ISSSTE. El gasto público en salud es más bajo, representando entre el 6-7% del PIB, lo que resulta en una cobertura más limitada en comparación con Dinamarca.
Finalizo, como menciona Raymundo Campos Vázquez en su libro Desigualdades: Por qué nos beneficia un país más igualitario: “Enfrentar nuestros problemas requiere de un Estado mejor y de mayor tamaño. Tenemos desigualdades muy claras en asuntos como la esperanza de vida, salud, obesidad y migración. Esas desigualdades se dan porque nuestras oportunidades no se distribuyen de manera igualitaria.”
Al final, sea en este sexenio o en el próximo, si en verdad queremos acercarnos al ideal de Dinamarca en lo que a salud refiere, se quiera o no, se tendrá que abordar una reforma tributaria, aparejada, desde luego, de cambios sustanciales en el combate a la corrupción y de una recomposición de nuestro tejido social, ya menguado.
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