Después de reconocer que las políticas integrales de cuidados y apoyo son esenciales para mejorar el bienestar de toda la sociedad, la Asamblea General de la ONU declaró el 29 de octubre como el Día de los Cuidados y el Apoyo. Este año, con un panorama mundial marcado por conflictos armados más intensos y niveles de pobreza alarmantes, los movimientos feministas enfrentan el reto de transformar radicalmente la sociedad del descuido, un sistema que sigue ignorando las necesidades más urgentes de las personas más vulnerables.
Un articulo de: Valentina Contreras Orrego
Nos encontramos insertos en la sociedad del descuido. Una sociedad en la que el cuidado propio, ajeno y de la naturaleza se desincentivan por considerarse un costo demasiado alto para la productividad y la expansión del capitalismo. Si miramos de cerca, esta sociedad se compone de la economía del agotamiento, el desinterés por lo público y la feminización de la pobreza.
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El 24 de octubre, el Relator Especial de Pobreza Extrema y Derechos Humanos dio cuenta ante la Asamblea General de la ONU cómo el mundo ha ido “fomentado sociedades obsesionadas con el crecimiento en las que se presiona a los individuos para que compitan y mejoren su rendimiento”. Y la crudeza de sus efectos es impactante: los altos niveles de ansiedad y depresión en las personas responde más a la frustración de expectativas poco realistas que a trastornos realmente químicos. Irónicamente, los impactos económicos también negativos. Se pierden aproximadamente 12 mil millones de días laborales cada año en la región Panamericana (OPS, 2024). Para el Relator, este es “el precio que pagamos por el objetivo actual de estimular la competencia y el rendimiento”. En esta realidad, la sociedad se organiza como si todos fuéramos competidores, ignorando las necesidades de nuestro propio cuerpo. Esto, que el Relator llama a la “economía del agotamiento”, es el primer pilar de la sociedad del descuido.
La competencia de todos contra todos también tiene el efecto de marginalizar a las personas de la participación e interés en las decisiones públicas. Esto reduce la movilización, la participación y el debate en los espacios de decisión social y política, particularmente respecto del Estado. En la práctica, en promedio sólo un 36.3% de la población de los 16 países de América Latina y el Caribe reportó confiar en su gobierno nacional en 2022; casi un 4% menos que la misma cifra en 2008 (OCDE, 2024). La creciente desconfianza reduce la vigilancia social sobre el sistema y facilita que grandes corporaciones influyan más en las decisiones públicas. ¿El efecto? Los bienes y espacios comunes son controlados por las reglas del mercado; se privilegian las ganancias individuales; se incrementa la desigualdad y las personas quedan cada vez más aisladas. Así, el desinterés por lo público se erige como el segundo pilar de la sociedad del descuido.
Pero sostener la sociedad del descuido, también menosprecia o desincentiva las actividades que no generan ingresos inmediatos. Acciones fundamentales como cuidar a otros, cocinar, limpiar o proteger el medio ambiente, aunque esenciales para la vida y el funcionamiento de la economía, son vistas culturalmente como tareas sin valor económico. Por ello, a pesar de su enorme carga de trabajo y el impacto que tienen sobre quienes las realizan, estas actividades son invisibilizadas y subestimadas. A nivel global, somos las mujeres quienes realizamos más de 3/4 partes del trabajo de cuidados no remunerado (OXFAM, 2020), utilizando 3,2 veces más tiempo que los hombres (ONU) y dando cuenta de lo que la CEPAL (2022) denomina la feminización de la pobreza. En tiempos donde las proyecciones muestran que a 2030 el número de receptores de cuidados ascenderá a 2.300 millones de personas, la feminización de la pobreza como efecto de la invisibilización del cuidado, constituye el tercer y último pilar de la sociedad del descuido.
En un mundo donde tomar decisiones cuidadosas es un privilegio de algunos, el Día Internacional de los Cuidados y el Apoyo nos recuerda la importancia de centrar nuestra atención en crear “sociedades obsesionadas por el cuidado”, como lo propone el Relator. Esto implica dejar atrás la visión limitada que reduce el valor de las mujeres y del medio ambiente a meros recursos económicos. En su lugar, necesitamos avanzar hacia un modelo de desarrollo que supere el PIB y reconozca el verdadero valor de quienes sostienen la vida en todas sus formas. Para lograrlo, el cuidado debe convertirse en el corazón del desarrollo, asegurando que tanto las personas como el planeta prosperen en una cultura donde cuidar, ser cuidado y auto cuidarse sea la prioridad.
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