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El mito de la “Súper mujer” y la corresponsabilidad de la vida laboral, personal y familiar

Se aproxima la conmemoración del 8 de marzo Día Internacional de las Mujeres (me gusta más hablar de mujeres en plural, porque no existe un único modo de ser mujer, porque somos diversas y nos atraviesan muchas realidades, características, contextos, privilegios y opresiones); y me parece que uno de los grandes temas a reflexionar y hacer visibles, es que si bien los derechos humanos de la mujer han avanzado, aún nos enfrentamos a un sinnúmero de situaciones de discriminación y retos para lograr la tan anhelada igualdad de género. Uno de estos retos es la corresponsabilidad en la vida personal, familiar y laboral.

Escrito por:   Ana Luisa Nerio Monroy

La autonomía económica de las mujeres es uno de los grandes retos de nuestras sociedades. Sí, es verdad que cada vez más mujeres tienen acceso al trabajo remunerado, pero también es cierto que existen brechas salariales que colocan a las mujeres en situación desigual frente a los hombres. El Instituto Nacional de Estadística (INEGI), señala que en 2021 las mujeres reportaron un ingreso de $49.40 y los hombres de $54.10. Lo anterior tomando como referencia la población ocupada asalariada y remunerada, de tiempo completo y con un empleo formal en el rango de edad de 25 a 54 años y midiendo el salario por hora. Además, por citar otro ejemplo, las mujeres con acceso a puestos o cargos de toma de decisión representan un porcentaje mucho menor que el de los hombres. El INEGI señala que en 2021 del total de la población ocupada de 25 años y más que se desempeñan como funcionarios y directivos de los sectores público, privado y social, 39.0% son mujeres.

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También hay una brecha de género en la carga total de trabajo (remunerado y no remunerado), ya que las mujeres realizan 13.4 horas más de trabajo semanales que los hombres (datos del INEGI). Esta mayor carga de trabajo para la mujer tiene un impacto directo en el tiempo libre (4.2 horas a la semana) que ellas tienen para el descanso, esparcimiento, para el estudio o para el cuidado de su propia salud mental, emocional y física, por citar algunos ejemplos.

Las tareas de cuidado y del hogar siguen recayendo mayormente en las mujeres. No importa cuantas horas dediquemos al trabajo remunerado, somos  las esposas, hijas, hermanas, tías, abuelas etcétera, quienes dedicamos más horas a preparar alimentos, asear la casa, hacer las compras para la familia y cuidar de niños, niñas, personas mayores y personas con alguna enfermedad. Esto trae consigo un importante desgaste físico y mental, con consecuencias también a nivel emocional.

Hay una gran exigencia hacia las mujeres porque ellas logren ese ansiado éxito profesional sin que se hayan equilibrado las cargas de trabajo a nivel familiar y social. Las mujeres se enfrentan a la autoexigencia (construida a partir de lo que aprendemos en la familia y sociedad) y a la exigencia social de ser “súper mujeres” que lo pueden todo. Y no vale aquí decir que es lo que ellas buscaban o exigían. No vale decir que, si queríamos estudiar y tener doctorados y puestos de trabajo, no podemos ahora quejarnos. No es queja, es reconocer que sigue existiendo un sistema social que aliado al económico, ha sacado ventaja de las mujeres al fingir dar oportunidades y “reconocer derechos”, cuando en la realidad no se han modificado las estructuras y cimientos de sociedades como la mexicana, machista y patriarcal; para lograr un cambio de mentalidad en los hombres y transformarlos en aliados de la igualdad de género y conseguir una mayor corresponsabilidad en el hogar.

Los hombres (y no estoy señalando a un hombre en especial, no empiecen con “pero yo no soy así”, “yo sí “ayudo”), hablo de hombres como ese genérico masculino que tanto les gusta; los hombres no se han hecho cargo, no han asumido su papel como compañeros y responsables de las tareas de cuidado y del hogar. Muchos siguen en la vieja idea del proveedor que no tiene más tareas pendientes. Y reconozcámoslo, muchos ni siquiera cumplen esa función a cabalidad, prueba de ello es la gran cantidad de hogares donde el padre está ausente, donde se niegan a proporcionar pensión por alimentos o donde se benefician del trabajo remunerado de las mujeres que, ya sea en el sector formal o informal, generan el ingreso con el que sobreviven miles de familias en nuestro país.

A la mujer se les exige ser exitosas y generar ingresos, y además ser madres, (buenas madres, por supuesto, no de esas que no conocen bien a sus hijos, no van a las juntas escolares y no están al pendiente de la salud o necesidades de su descendencia); lucir presentable de acuerdo a los cánones del capitalismo y patriarcado: arregladita, guapa y delgada (esto último es importante ya que además somos una sociedad gordofóbica). Y por supuesto verse joviales y joven, porque en este sistema envejecer y ser mujer motiva actos de discriminación.

Y entonces estas súper mujeres terminan al final de la jornada, agotadas mental y físicamente, caminan por calles inseguras, viven acoso en los centros de trabajo, no logran justicia ante delitos o crímenes que atentan contra su seguridad y vida; no encuentran apoyo en políticas públicas integrales que les permitan vivir con dignidad y ejerciendo todos sus derechos. Se enfrentan a la cotidiana incomprensión de empleadores que les exigen ser productivas, eficientes, puntuales y líderes, pero que no dan permisos si el hijo o hija se enferma, si requieren asistir a la junta escolar o al festival de primavera o si requieren cuidar a un familiar enfermo. ¡Pero claro! ya vendrá el Día Internacional de la Mujer y les obsequian rosas o el Día de la Madre y las felicitan por ser “una hermosa creación de Dios”.

Estas mujeres no logran ver en su día a día los cambios culturales, sociales y estructurales que en verdad se requieren para que haya corresponsabilidad en la pareja, la sociedad y el Estado, para que la igualdad de género sea real, palpable, cierto y no un mero discurso o anhelo. Los retos siguen siendo muchos, y por eso las mujeres seguiremos saliendo a las calles a exigir cambios verdaderos; seguiremos, desde distintos espacios, exigiendo igualdad, ni más ni menos derechos que los hombres, corresponsabilidad y políticas públicas con perspectiva de género, y no engaños ni simulaciones. De eso ya hemos tenido suficiente.

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Ana Luisa Nerio Monroy Internacionalista UNAM. Tallerista y conferencista en derechos humanos, género y no discriminación. Autora de “La No Maternidad Elegida”. Opiniones personales.

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