Todos los días se leen noticias desoladoras sobre el futuro común de la humanidad: pobreza, desigualdad, cambio climático o guerras, que son directamente imputables a las personas. Antropoceno o capitaloceno se ha llamado a esta era donde la especie causa impactos graves para la vida y el equilibrio ecológico. Es importante señalar el factor humano para asumir nuestra responsabilidad por los daños que causamos.
Escrito por: Alejandro Sahuí
Hace ya varios años que Garrett Hardin desarrolló la noción de “tragedia de los comunes”. Él afirmaba de manera contundente que el problema de la población no tiene una solución técnica, sino moral. Hay una paradoja en el paradigma utilitarista que organiza muchas de nuestras prácticas económicas y sociales: intentar maximizar simultáneamente los bienes, por un lado, y el mayor número de personas, por el otro. En un mundo finito, ésta no es una opción razonable. Es un juego imposible de ganar si los participantes entienden bien sus reglas. Como en el juego del gato o tres en raya, sólo se puede vencer con trampas o violencia; o sea, si se abandona la partida. Como existe un número limitado de posiciones, a medida que el juego avanza, se reducen las opciones. Cada jugador puede bloquear a sus adversarios y no hay suficientes alternativas.
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La solución de Hardin implica cambiar el juego. Su crítica pretende alterar el sistema de incentivos y la motivación de las personas: no se puede resolver el problema si la gente no quiere renunciar a sus privilegios. No es posible, ni siquiera aumentando las capacidades tecnológicas. Deben modificarse las formas de vida dañinas.
Aunque creía que la selección natural nos hizo una especie maximizadora, era optimista en que esta inclinación pudiera ser revertida con educación y buenas prácticas. Uno se somete a reglas cuando sabe que los demás están dispuestos a hacerlo.
Elinor Ostrom profundizó en el estudio de los comunes. La premio nobel cuestiona que se hayan visto como únicas respuestas a la mentada tragedia el control estatal o la privatización, y estudia casos exitosos de comunes en geografías y culturas diferentes. Cada contexto ofrece condiciones particulares. Fuera de ciertos aspectos técnicos, guarda semejanzas con Hardin: las reglas deben ser públicas. Sólo su visibilidad genera motivos para cooperar. En una palabra: confianza. Si funcionan bien, no se requerirán medidas coactivas. Pero tal vez hoy no haya suficientes indicios para ser optimistas con este capitalismo extractivo y depredador que habitamos.
La idea de una Constitución de la Tierra del jurista Luigi Ferrajoli pretende imponer límites a los poderes salvajes de estados soberanos y mercados desregulados. Junto con los derechos humanos y la democracia, propone proteger algunos bienes fundamentales con un estatuto que sea capaz de contener las interpretaciones libertarias de ciertos derechos patrimoniales, de explotación e intercambio, que explican el grado de conservadurismo e ineficacia en la justiciabilidad de los derechos económicos, sociales o culturales. Ferrajoli cuestiona la división entre lo privado y lo público que impide apreciar la relevancia constitucional de la reproducción de la vida: familia, cuidados, ambiente. Durante mucho tiempo un sinnúmero de bienes vitales han sido utilizados gratis, como si fueran res nullius. Por eso ante su lesión cree justificada una indemnización por enriquecimiento indebido y resarcimiento de daños. Mediante un tributo global progresivo se visibilizaría la externalización o socialización de costes en el uso de esos bienes, cuyos beneficios muy pocos disfrutan, pero todos pagamos.
En el ámbito trasnacional hace falta rediseñar las instituciones de gobernanza mundiales, pero esto exige entender nuestro lugar como personas, ciudadanas y cosmopolitas. Immanuel Kant pensaba que la forma esférica de la tierra era una magnífica metáfora de lo común. La naturaleza como hogar debe ser nuestra brújula normativa.
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Frase clave: LA TIERRA, Constitucionalismo de la tierra.