“Escribir es viajar sin la molestia del equipaje”
Periodista y marino de espíritu aventurero, escritor italiano de portentosa imaginación, capaz de viajar con ella a lejanos y exóticos lugares sin necesidad de moverse. Así era Emilio Salgari, mundialmente famoso autor de innumerables novelas de aventuras, creador del legendario pirata Sandokán
Emilio Carlo Giuseppe Maria Salgari nació el 21 de agosto de 1862 en Verona, dentro de una familia de comerciantes. Estudió dos años en el Real Instituto Técnico Naval Paolo Sarpi, en Venecia, y aunque no obtuvo el grado de capitán de gran cabotaje se daba a sí mismo el título y llegó a firmar como “capitán” algunas de sus obras. Su experiencia como marino se limita a pocos viajes de aprendizaje en un navío escuela y un viaje posterior, quizá como pasajero, en el barco mercante Italia Una. No existe alguna otra evidencia de más viajes, aunque Salgari lo afirmaba, diciendo que sus personajes se basaban en personas reales que conoció en su vida de marino.
Salgari fue un autor extraordinariamente prolífico, a lo largo de su carrera escribió 84 novelas y un número indeterminado de relatos cortos. Empezó a ser conocido gracias al éxito de las 150 entregas de El Tigre de Malasia, publicado luego como libro con el título de Los Tigres de Mampracem, su obra más famosa. Entre otras obras conocidas destacan Sandokán, El Corsario Negro y El León de Damasco. La mayor parte de sus historias de aventuras se ambientan en lugares exóticos como Malasia, el Océano Pacífico, el mar de las Antillas, la selva india, el desierto y la selva de África, el oeste de Estados Unidos, las selvas de Australia y los mares árticos.
Existe cierta polémica o confusión sobre algunos de los títulos de las obras de Salgari en español, por lo que se les ha llegado a retitular. Sus novelas suelen relacionarse entre sí, en una especie de “ciclos narrativos” donde los protagonistas son los mismos personajes de obras anteriores. Entre los ciclos más famosos se encuentran: Piratas de la Malasia, Piratas del Caribe, Piratas de las Bermudas, Aventuras en el Far-West.
El protagonista de Piratas de la Malasia es Sandokán, llamado “el tigre de la Malasia”, famoso personaje del que se crearía luego una serie de televisión homónima.
“Corre sangre por las venas y un gran viento en la noche carga se alzará. Sandokán, Sandokán, luz del sol que la fuerza me da, Sandokán, Sandokán, dame fuerza de día y de noche el valor llegará…”
Recitaba así parte de la inolvidable canción de la exitosa serie televisiva italiana Sandokán, protagonizada por el actor indio Kabir Bedi en los años 70. Destaca también el largometraje Sandokán y los Tigres de Malasia con el estadounidense Steve Reeves como protagonista.
Salgari se casó con Ida Peruzzi, una actriz de teatro a la que él llamada Aida, como la de Verdi. En 1887, por orden de la reina Margherita di Savoia, fue nombrado “Caballero de la Orden de la Corona de Italia” pero con ello su situación económica no mejoró; por el contrario, a partir de 1903 sus deudas aumentaron con el inicio de los problemas psiquiátricos de su esposa, quien se fue agravando cada vez más. Su contrato le imponía terminar tres libros al año por lo que escribía muy presionado; además ganaba muy poco en proporción a cuánto escribía. Tenía los nervios destrozados y, se dice, para soportar el estrés fumaba hasta un entero paquete de cigarrillos al día y una copa de vino tras otra. En 1909 intentó suicidarse por primera vez con una espada, pero fue salvado por su hija Fátima.
Salgari alcanzó fama y popularidad pero tuvo una vida desafortunada y trágica. Su familia había sido marcada por una serie de suicidios, que culminó con la muerte del escritor. En 1889 se había suicidado su padre, su esposa Ida muere en manicomio en 1922, luego vino el destino trágico de sus hijos: Nadir, el mayor, muere al estrellar su motocicleta; Fátima fallece muy joven víctima de tuberculosis; Romero dispara por celos contra una mujer y luego se suicida; y Omar, el menor, quien había seguido su pasos literarios, se suicida arrojándose de la ventana de su departamento.
Sobre las circunstancias de la muerte de Salgari queda el testimonio del diario La Stampa de Turín que realizó algunas crónicas sin firma, el 26 y 27 de abril de 1911. El cuerpo fue encontrado “en la parte más elevada de las colinas de Valle San Martino, en un espeso bosque”. No fue fácil establecer el punto preciso en que se quitó la vida, pero los ancianos del lugar, que han contado la historia a través de generaciones, ayudaron a individuar el sitio exacto junto a la única grande roca del bosque.
Estas son las últimas horas de Salgari narradas por La Stampa:
“Salió de casa antes de las ocho, luego de haberse despedido de los cuatro hijos. Era martes 25 de abril de 1911. Salgari había decidido que esa mañana se mataría. Se encontraba adolorado por tristes vicisitudes pasadas, debilitado por el consumo de alcohol, al que últimamente se había dado, en la ruina económica y ahora postrado por la enfermedad mental de su esposa Ida, desde hace algunos días internada en el manicomio, y por la indigencia, no obstante los millones de libros vendidos que habían enriquecido sólo a sus editores. Para ese último paseo hacia los bosques de Valle San Martino, el escritor de 49 años se había vestido con su traje gris de fiesta.
Se aleja del portón de paseo Casale 205 con paso lento, mientras hace el balance de la propia vida. A las ocho en punto está en la esquina de vía Monteu da Po, la breve perpendicular de la calle hacia Casale que inicia frente a la iglesia Madonna del Pilone. Helo ahí atravesar en diagonal los prados en ligera subida, divididos por algún terreno cultivado o por pocos edificios…Poco a poco mientras sube, su respiración es afanosa y su aliento cortado, las hortalizas y los árboles se hacen más frecuentes…, apunta hacia la dirección de Villa Rey. Ahora bajo sus pies hay un pequeño sendero…Pasando al lado mira al interno, imaginando que ahí se podría desarrollar una vida normal. Un poco de buen humor, algún dinero para dar de comer a unos hijos y una esposa feliz y sonriente… Poco después es ya de nuevo hora de doblar a la derecha. Hay otro sendero denso, cada vez más de subida, siempre más selvático. Él lo conocía bien: es ahí que la familia de Salgari pasaba en procesión, con los hijos más pequeños en brazos y la canasta del pícnic llevada a turnos por los más grandes, para ir a disfrutar de un poco de aire fresco luego del día de Pascua. Lo mismo que sólo ocho días antes había hecho.
Al fondo la enésima bifurcación. Él mantiene su derecha, y trepa hacia un pequeño manantial, por lo regular emblema de vida, pero que ese día era sinónimo de muerte. Se abre paso entre los abedules, hasta una pequeña pendiente, animales salvajes casi cuanto los tigres y los elefantes nacidos de ferviente imaginación. Luego sube a la cima más alta, hacia el fin del bosque.
Dando la espalda a la lúgubre sombra de Villa Rey, enciende el último cigarrillo, un clásico de la literatura que aquí se torna realidad. Luego reinicia el camino –esta vez son pocos pasos en bajaba– y, en una accidentada zona sombreada por los árboles y los arbustos al fondo de un pequeño precipicio que parecía casi una de las selvas tropicales escenario de sus historias, deposita, bien doblado, el saco. Mira el sol por última vez, que se abre paso con fatiga a través de las ramas. En su mente tanta confusión. Pero ya es tarde para cambiar idea. Saca una navaja de rasurar, se desabotona la camisa y el chaleco, y se abre con loca furia, primero el abdomen, y luego con extrema violencia se corta la carótida. A las 8.30 el último respiro junto a la única grade roca del bosque… Casi diez horas más tarde, son ya las 18.00, la lavandera Luigia Quirico, de 26 años, que subió por leña, entrevé un cuerpo recostado sobre el lado izquierdo. Asustada no osa acercarse y va en busca de ayuda. De la fracción San Martino llega el guardia Giuseppe Pappalardo. Se acerca al cadáver, sobre la hierba manchada de rojo. La camisa lacerada, el chaleco desabrochado dejaba ver el vientre, del que salín los intestinos. El sombrero, el bastón y la corbata yacían sobre la hierba a pocos pasos. En la mano derecha el muerto aferraba una afiladísima navaja de rasurar, aún machada de sangre. En los bolsillos se encontraron cinco o seis liras de plata y el comprobante de envío de un manuscrito enviado unos días antes al editor Bemporad de Florencia, firmado Cab. Emilio Salgari. ¡No quedaba ninguna duda: se trataba de Emilio Salgari, famosísimo y popular escritor de aventuras y viajes!
Esa noche en casa los hijos encuentran unas breves líneas sobre la mesa: Estoy derrotado, la locura de su madre me ha roto el corazón y todas las energías. Espero que mis millones de admiradores que por tantos años he divertido e instruido se ocuparán de ustedes. Pidan la caridad de sepultarme, porque estoy completamente arruinado”.
Escribía, escribía, escribía. Salgari escribía todo el tiempo, día y noche para poder mantener a su familia. Sin salir de su cuarto, con su escritura, el “capitán” dibujó los paisajes del mundo, navegó los siete mares, recorrió los cinco continentes, todas las latitudes. De su genial pluma salieron aventuras y personajes memorables.
Con la fama a cuestas pero terriblemente decepcionado de la vida, con su esposa en el manicomio, explotado por sus editores y en grave dificultad económica Emilio Salgari tomó la trágica decisión de suicidarse el 25 de abril de 1911según el rito japonés del seppuku o harakiri, abriéndose atrozmente el vientre y, además, degollándose –para así esta vez no fallar–, lo más probablemente con una navaja de rasurar, aunque bien pudo haberse tratado de un puñal kris malayo, justo como el del pirata Sandokán.
La víspera de su suicidio describe su estado anímico de angustia y dolor en Mis memorias, el libro que escribía y donde plasma la desesperación por el internamiento de su mujer. Son famosas las tres cartas de adiós que dejó antes de quitarse la vida. Dos de ellas, declaraciones de rendición dirigidas a sus hijos:
“Soy un derrotado: nos les dejo que 150 liras, más un crédito de otras 600 que cobrarán a la señora…”.
“Vencido por mis desdichas, reducido a la miseria a pesar del enorme volumen de mi trabajo, con la mujer loca en el hospital, sin poder pagar su pensión, me suprimo. Creo que con mi nombre me merecía otra fortuna y otra muerte”.
La tercera, un elocuente y desgarrador gesto de acusación contra la editorial que había explotado su creatividad y trabajo dejándolo en la pobreza: “A ustedes que se han enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en la miseria o peor aún, sólo pido que en compensación por las ganancias que les he dado paguen los gastos de mi funeral. Me despido rompiendo la pluma”.
Traducción de la crónica de La Stampa y de las cartas de Emilio Salgari de Rosa María Fajardo.