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Puestos los ojos en la utopía de Jesús

Estamos en tiempos difíciles para la utopía y para la esperanza. De hecho, mucha gente -incluso muchos militantes- las ha perdido. Hablar de utopías, de transformación social, de esperanza global… a algunos les parece ya innecesario, idealista, inviable, o incluso ridículo. Hay todo un «imaginario social» que trata de prohibirnos la esperanza…

Un texto de José María Vigil, publicado originalmente en el sitio de Servicios Koinonia

En este estudio nos proponemos reflexionar sobre lo que la utopía y la esperanza de Jesús pueden decirnos en esta hora histórica.

La realidad de la que partimos

Por razones de brevedad y por el propósito mismo de este artículo, no vamos a detenernos en una descripción amplia de esta realidad ya conocida. Pero necesitamos en todo caso evocar sus rasgos más relevantes, aunque sea casi telegráficamente, para tener clara ante nuestra mente la realidad de la que partimos y a la que tratamos de responder. Estos nos parecen ser esos rasgos mayores de la hora histórica que estamos viviendo, tal como ordinariamente suelen ser presentados[1]:

– El socialismo «real» ha fracasado. El capitalismo se ha evidenciado como el mejor sistema socioeconómico. Ha triunfado en su forma neoliberal.

– Las posibilidades de cambiar el mundo y de conducirlo hacia una socialización se han disipado. Los planteamientos típicos de los años sesenta son ya obsoletos. Estamos en mundo nuevo. Hay que acomodarse.

– No hay salida para las esperanzas de los pobres. No hay alternativa socioeconómica. Fuera del neoliberalismo no hay salvación. Todo intento de salirse del sistema será sofocado. Se impone la «cultura de la desesperanza» y el «bloqueo de la imaginación».

– Se extiende el desencanto y la decepción. Si todas las esperanzas que hemos vivido, si la utopía por la que hemos luchado y por la que tantos hermanos nuestros han dado la vida se han acabado, entonces ya no tiene sentido nuestra vida. Sólo cabe renunciar a pensar, refugiarse en la privacidad, el «sálvese quien pueda», la evasión, la depresión psicológica social, la corrupción.

– Se puede hablar ya de la «deserción de los militantes», como en otro tiempo se habló de la deserción del mundo obrero y de los intelectuales. Hoy son muchos los militantes que se sienten escandalizados por la connivencia de muchas Iglesias cristianas con las fuerzas que han aplastado las esperanzas de los pobres.

– Se extiende también entre nosotros el posmodernismo: refugiarse en el «fragmento», el «realismo», el aprovechamiento del momento presente con la renuncia a todo ideal o utopía por la que dar la vida, la renunciar a los «megarrelatos».

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II. Iluminando esta realidad: «puestos los ojos en la utopía de Jesús» (Hb 12, 2).

Para iluminar teológicamente esta realidad tan dura se puede echar mano de varias luces. En este estudio queremos abordarla solamente a la luz de la cristología[2]. Las que siguen son luces que nos parece pueden iluminar nuestra realidad en esta hora:

Jesús, luchador por la utopía, por una Causa

Si dirigimos nuestra mirada a Jesús, hay algo importante que señalar de entrada: que Jesús fue un «hombre con una Causa». No fue simplemente un «buena gente», persona buena», ni siquiera una persona muy buena o muy santa. Jesús fue un luchador por una Causa, una persona consciente, que sabe lo que quiere y se empeña en conseguirlo a pesar de las dificultades que se encuentra, una persona que está dispuesta incluso a dejar la vida en el empeño. Hombre con la utopía y con la esperanza. Persona con una Causa por la que vivir y por la que luchar.

En lenguaje más psico-antropológico llamaríamos a esa Causa, quizá, la «opción fundamental» de Jesús. Y es sabido que la opción fundamental no es en ninguna persona algo periférico, ornamental o simplemente accidental. Tampoco en Jesús lo puede ser.

En Jesús se trata de un rasgo fundamental de su vida y de su persona. Es como la más profunda estructura personal, en la que se engarzan y articulan los demás rasgos de su persona. Es sin duda un rasgo esencial en él, y, por eso mismo, es un rasgo «revelador», es decir, que forma parte de la revelación que es Jesús [3].

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Jesús, la utopía y revelación de Dios

Decimos habitualmente que Jesús es a la vez revelación de Dios y del ser humano: nos revela cómo es Dios y nos revela cómo puede llegar a ser la persona humana. Pues bien, ese «vivir con Causa» que tanto resalta en Jesús, es también «revelación» en ese mismo doble aspecto: nos revela cómo es Dios y cómo es (o debe ser) el ser humano.

Nos revela por una parte que Dios tiene una utopía, un «sueño»[4]: lo podemos designar -con palabras más clásicas- como el «designio» arcano de Dios, su plan salvífico, su voluntad, su mismo Reinado. Dios es «soñador» en todo caso, hace proyectos, tiene un plan, y -dicho a la manera humana, si se nos quiere entender la metáfora- tiene esperanza y utopía. El hecho de que Jesús sea así nos revela que Dios es también así.

Por la otra parte, nos revela también que la Persona Humana Nueva revelada en él es esencialmente utópica y esperanzada, y que sin este rasgo cualquier persona humana está lejos de acceder a la plenitud de las posibilidades de su ser «a imagen y semejanza» de su Creador.

La utopía de Jesús de la que hablamos tiene un nombre. Se llama Malkuta Yahvé, Reino, «Reinado de Dios» (RD). Como es sabido, RD resulta ser una de las «mismísimas palabras de Jesús», una de las frecuencias más altas en el evangelio[5], lo que constituyó con toda certeza el centro mismo de la predicación de Jesús[6]. Fue, en efecto, «la Causa de la que Jesús habló, con la que Jesús soñó, por la que se expuso, se arriesgó, lo persiguieron, lo capturaron, lo condenaron y lo ejecutaron…»[7]. Jesús es ante todo un servidor fervoroso del RD, un apasionado luchador por la Causa. Sin la perspectiva del RD es imposible conocer realmente a Jesús.

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Pero, ¿qué reino para la utopía?

Ocurre que hoy día es tan fuerte la evidencia de la centralidad del RD en la vida y la palabra de Jesús, que nadie puede sustraerse a ella. Se podría hablar del rescate de la centralidad del RD como una de las aportaciones actuales mayores de la teología y la espiritualidad de la liberación a las Iglesias cristianas. Nadie se atreve ya a negar esa centralidad. Todos se sienten juzgados por ella e intentan de una manera u otra autojustificarse diciendo que la aceptan.

Pero, ¿la aceptan? De nada sirve decir que ponemos el Reino en el centro si bajo un mismo nombre hablamos de «Reinos» diferentes. Muchos hablan de Reino de Dios, pero entendiendo con ello algo a lo que Jesús nunca se refirió.

No podemos ahora hacer un excursus sobre las formas actuales de malversación y/o domesticación del concepto de Reino de Dios. Pero, para ser concretos, debemos hacer por lo menos un elenco cuasitelegráfico de sus más llamativas de malversaciones[8] o domesticaciones actuales en los cristianismos al uso. Señalaremos éstas:

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Malversaciones en torno a la utopía

– Un RD reducido a la «vida de la gracia», la vida interior, algo así como un segundo piso más allá de la realidad diaria y de la historia.

– Un RD centralizado en la Iglesia, que queda en buena parte (consciente o inconscientemente) identificada con el Reino. Se trata del «eclesiocentrismo», quizá la herejía más sutil y más subrepticiamente extendida.

– Un RD reducido a Jesús (a un Jesús sin Reino). Jesús deja de ser el anunciador y luchador del Reino para convertirse él mismo en el Reino, pero en un Reino reducido a su vez a su persona. Se trata de una «reducción personalista»[9] del Reino.

– Un RD centrado en un «Dios sin Reino». Son las religiones y la religiosidad que pierden su conexión con la historia y, consecuentemente, con la perspectiva de Reino que Jesús anunció. Se convierten en «religión» en el sentido malo de la palabra[10]. Es en realidad la misma religión universal [11](común incluso a las formas paganas), que utiliza los símbolos cristianos pero vaciada del Reino realmente predicado por Jesús.

– Un RD entendido y vivido como un arqueologismo bíblico: grupos que entran en el mundo de la biblia y quedan encerrados dentro de él. Les basta la Biblia, y dan de lado al periódico[12]. En esa tesitura fundamentalista, aun con la biblia en la mano, no hay posibilidad de conocer el RD tal como lo entendió Jesús.

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Un cristianismo que vaya a la sustancia de la causa

Un cristianismo que ponga en su centro, de hecho -consciente o inconscientemente- un «Reino» de éstos, que tan poco tienen que ver con el que anunció Jesús, es cristianismo sólo nominalmente, no sustancialmente. Su sustancia no es cristiana, en la medida en que se aparta de la Sustancia de la Causa, la Utopía, la Misión por la que vivió y luchó Jesús.

La lucha de Jesús por el Reino no hizo de él un hombre «eclesiástico», beato, religiosista, encerrado en los estrechos límites de lo convencionalmente religioso. Al contrario: el RD lo arrancó de las preocupaciones domésticas y familiares, lo sacó de Nazaret, de los planteamientos religiosos tan legalistas de su tiempo, de las limitadas perspectivas judías… El RD lo condujo a la vida, a la profecía, a la plaza, a las masas, al dolor humano, a la historia, al conflicto público, a la confrontación con el Imperio y el Templo… Todos los que hoy hablan de RD pero que a la vez lo domestican hasta confinarlo a los límites de lo estrechamente eclesiástico o religiosista, debieran considerarlo.

En tiempos de crisis de utopías y de esperanzas como los actuales, es normal que el cristianismo sienta la tentación de refugiarse en alguno de los antedichos sucedáneos del RD, que le permitan (supuestamente) autoeximirse de la utopía y de la esperanza. Siempre esa tentación ha estado presente; pero hoy es quizá la tentación dominante.

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Su reino: “no otro mundo, sino ste mismo, pero totalmente otro”

Jesús no dio en ningún momento una lección magistral sobre el RD. Nunca lo explicó sistemáticamente. Pero en el conjunto de la vida de Jesús está clara su predicación sobre el Reino[13].

Sólo queremos resaltar ahora este rasgo: para Jesús, «el RD no es sin más otro mundo, sino este mismo mundo, pero totalmente otro». Con esta formulación se subrayan claramente dos aspectos.

– la identidad del Reino esperado en continuidad con este mundo. La salvación es «homosalvación». El RD no puede ser un mundo (un «cielo») enteramente distinto, «otra tierra».

– una radical novedad: el Reino, que habrá de ser este mismo mundo, lo será pero de una forma enteramente renovada. No será «otra tierra», sino una «tierra otra», nueva, enteramente renovada, retornada a su prístina y transcendida novedad original.

Hacia tal RD no se puede avanzar sino por el sendero de la transformación histórica. «La tierra es el único camino que tenemos para ir al cielo». No podemos hacer Reino sino en la historia. Salirnos o despreocuparnos de ella en nombre de un supuesto cielo transhistórico que nada tuviera que ver con la historia, sólo sería un espejismo. No podemos construir un cielo nuevo sino haciendo nueva la vieja tierra. Transformando la historia configuramos el cielo futuro. Por eso podemos ser verdaderamente contemplativos en el proceso de liberación[14], incluso en sus horas bajas y noches oscuras.

¿Qué pensar pues de un cristianismo sin esperanza, sin utopía, sin lucha apasionada por la construcción del Reino? Ya no sería seguimiento de aquél apasionado luchador, que mantuvo su esperanza a pesar de todas las dificultades, incluso cuando no parecía haber salida para la esperanza.

Una relectura del cristianismo

El cristianismo, a lo largo de la historia (diacrónicamente), y aun en la actualidad (sincrónicamente) ha revestido y reviste muchas de las diversas formas que adoptan las religiones[15]. Es decir, el cristianismo es objeto de muchas interpretaciones, de las más variadas lecturas, a saber:

– Una lectura doctrinal, en la que lo más importante era «creer con la fe de la Iglesia», la ortodoxia, la fe como adhesión a la verdad revelada, a la revelación como conocimiento otorgado gratuitamente por Dios…

– Otra lectura moral: lo esencial cristiano sería la prueba a que Dios nos somete en esta vida para que, cumpliendo en ella sus mandamientos, recibamos tras la muerte el premio de la salvación o el castigo de la condenación.

– Una lectura jurídico-institucional: ser cristiano consistiría esencialmente en ser miembro del cuerpo de la Iglesia, al que ingresa uno por el bautismo y en el que se permanece según unas reglas canónicas establecidas.

– Y una lectura mistérico-metafísica: el ser cristiano se juega principalmente en una dimensión invisible e impalpable, en el mundo interior de las almas, en el plano de la gracia, por los actos sacramentales, más allá del «mundo real de cada día».

– y (para no alargar el elenco) una lectura histórica: Dios mismo ha sembrado en los corazones de todos los humanos la intuición de una nueva tierra, y nos ha revelado explícitamente ese su proyecto en Jesús, con el nombre de Reino de Dios. Lo que Dios nos pide es en síntesis transformar la historia en la línea de la construcción de esa utopía de Dios.

Dos comentarios más

Dos cosas hay que decir frente a este elenco parcial de lecturas del cristianismo.

Primero, que ninguna de ellas es la única verdadera, ni tampoco ninguna de ellas carece de todo aspecto de verdad. Más bien todas reflejan un aspecto de la verdad. Es decir: el cristianismo no es una doctrina, pero tiene aspectos doctrinales; no es fundamentalmente una moral, pero tiene vertientes morales; no es simplemente una institución, pero no puede realizarse en la historia sin un mínimo de institucionalización…

Segundo: la lectura histórica no es una interpretación más, entre otras, sino la más cercana a la que Jesús mismo vivió y anunció. Y, en ese sentido, es la «lectura» que menos tiene de «interpretación» o de «lectura». Vivir el cristianismo históricamente, como «una praxis creyente de transformación histórica a la búsqueda de la utopía del RD», no es una de las formas como se puede vivir el cristianismo, sino la forma como lo vivió Jesús, y, en ese sentido, la única forma que da sustancia cristiana a la religión y a cualquier pretensión de seguimiento de Jesús.

Esperanza contra toda esperanza

Afortunadamente, no podemos decir que Jesús no pueda ser modelo para nosotros en estos tiempos por el hecho de que él no hubiera vivido tiempos de crisis de esperanza como los nuestros. La lucha y la esperanza de Jesús también atravesó sus crisis.

Debió serle fácil al principio la esperanza, cuando constataba en el pueblo aquella respuesta entusiasta que le hacía venir en su búsqueda en muchedumbre o que le quería proclamar rey. Se debió sentir peor cuando muchos le fueron dejando quejándose de que aquel lenguaje era un tanto duro. La posterior «crisis de Galilea» debió ser una «noche oscura» para su esperanza: parecía que no había salida; aquél camino no conducía a ninguna parte. «¿Sigo o no sigo?», se debió preguntar. «¿Merece la pena esta lucha, o es mejor abandonar?». Pero decidió continuar y «subir a Jerusalén», a tumba abierta.

Poco después sudaría sangre en el huerto, temblando ante los riesgos de muerte que estaban a punto de hacer presa en él. Siguió adelante, confiando quizá desesperadamente en que el Padre no le iba a abandonar, y en que hasta el último instante podría aparecer una salida. Pero el momento de la verdad llegó, desnudo como el beso de la muerte. Entre la espada y la pared, en la cruz y ante la muerte, debió sentir Jesús que ya no había tiempo para engañarse: que el Padre -incomprensiblemente mudo y silencioso- le pedía no ya que esperara alguna salida, sino que confiara en él sin tener ningún otro apoyo, con una esperanza contra toda esperanza. Y Jesús no falló: «en tus manos encomiendo mi espíritu, mi Causa».

Esa fue su mejor y mayor esperanza, mucho más valiosa que aquél primer optimismo entusiasta que le llevó por los caminos de Galilea fácilmente empujado por el fervor de las multitudes. La esperanza en la noche oscura de la crisis de Galilea, de Getsemaní y de la cruz, fue la consumación de su esperanza.

Extrapolando lo que afirma la carta a los Hebreos, podemos decir sin duda que hoy en nuestros tiempos de noche oscura para la esperanza y las utopías, también nosotros debemos tener «fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de nuestra… esperanza» (cfr Hb 12, 2)

III. Conclusiones

Algunas conclusiones ya han aparecido en nuestra misma reflexión sobre Jesús. Pero apliquemos en todo caso esta luz que nos viene de Jesús a la concreta hora histórica que vivimos.

¿Cristianismo sin reino?

La mayor parte de los cristianos apenas escuchamos nada del RD en nuestra formación básica inicial tanto en el catecismo parroquial como en la escuela dominical o en los colegios de inspiración cristiana. Y esto no lo digo tanto como un inútil rasgamiento de vestiduras ante un pasado que no tiene remedio, cuanto como un llamado de atención de urgentísima actualidad, porque hoy, como hemos dicho, aunque muchos hablan de Reino, muchos cristianismos al uso no tienen verdadera presencia de Reino. Ello se refleja sobre todo en su actitud ante las esperanzas y las utopías.

Pues bien, ante estos tipos de cristianos y de cristianismos, decimos: «cristianismo sin Reino no es verdadero cristianismo». No decimos que sean cristianismos defectuosos; decimos que les falta lo esencial cristiano. De que esté presente[16] o no el tema el Reino en una expresión concreta del cristianismo (sea a nivel nocional o a nivel existencial) no se deriva simplemente una mayor o menor calidad del mismo, sino la afirmación o negación de su misma esencia cristiana.

Dicho de otra forma: muchas formas de cristianismo que se han vivido en la historia o que actualmente están vigentes, no son radicalmente cristianismo. Son formas religiosas paracristianas que utilizan los símbolos y conceptos cristianos, ciertamente, pero colocándolos fuera de todo planteamiento histórico-utópico propio del Reino. Están centradas en torno a un Jesús sin Reino (y, consecuentemente, a un Dios sin Reino). En cuanto que les falta lo que fue esencial en Cristo (la lectura histórico-escatológica que el Reino implica), son religiones no «cristianas». Toman el nombre de Jesús en vano[17]. Y en falso, porque en su nombre hacen y difunden muchas veces lo contrario de lo que él hizo, aquello incluso a lo que más se opuso en su tiempo[18].

¿Cristianismo posmoderno?

Pero hoy se nos dice: estamos en un mundo y una cultura posmodernos, que ya no creen en utopías ni en «megarrelatos». Ya se ha experimentado que no es posible el cambio. Las utopías han fracasado. Hay que ser realista y reconocer que estamos en un mundo que ha llegado a su fase final con el triunfo de una forma histórica que ha sido capaz de desplazar a todas las demás. Hemos llegado al «final de la historia». Ya no va a haber más que «más de lo mismo». Es inútil seguir hablando de utopías, de trans formación histórica, de praxis social… Si el cristianismo dice que quiere encarnarse en cada cultura, debe también encarnarse en esta cultura posmoderna…

Pero el argumento es una falacia. La renuncia a grandes visiones globales, el desistir en la tarea de transformar el mundo, el refugio «en el fragmento» renunciando a toda esperanza de cambio… no son una «forma cultural», como cualquier otra, la del posmodernismo actual concretamente. Si fueran una «forma cultural» habría que respetarla y habría incluso encarnar e inculturar el cristianismo en esa forma cultural, en esos «signos de los tiempos».

Esos elementos posmodernos no son realmente humanos ni humanizantes, ni mucho menos cristianos. La «posmodernización» del cristianismo (su inculturación posmoderna) no es posible.

Renunciar a la visión global, a la pretensión de transformar el mundo, al compromiso histórico, preferir quedarse en el fragmento, en el placer fácil y descomprometido del vivir y disfrutar el presente desentendiéndose del futuro… no es compatible con el cristianismo, tal como se desprende del Jesús en el que hemos puesto nuestros ojos hace un momento. Jesús nunca se hubiera acomodado al posmodernismo. El posmodernismo no es una forma cultural, sino el desencanto de la modernidad, el cansancio de la esperanza, una hora baja de la humanidad, deprimida por las muchas decepciones sufridas, quizá. Un seguidor de Jesús no puede dejarse abatir por esta hora de cansancio; al contrario, ha de descubrir en ella un nuevo llamado a sembrar esperanza.

¿Cristianismo light, descafeinado?

Tengo para mí que otro de los grandes servicios que la teología y la espiritualidad de la liberación han realizado a la conciencia de las Iglesias ha sido la poderosa y profética llamada de atención que han hecho sobre «lo esencial cristiano», y sobre la tremenda facilidad con que el cristianismo, como cualquier otra religión, puede deslizarse imperceptiblemente a la adoración de otros dioses, a pesar de seguir utilizando los nombres y categorías cristianos.

La misma Biblia testimonia hasta la saciedad casos en los que los profetas han gritado al pueblo de Dios y a sus dirigentes que el culto que tan fervorosamente realizaban no daba verdaderamente con el Dios al que invocaban, sino con otros dioses, con los ídolos de la muerte que están siempre en pugna con el Dios de la Vida. Citar el antiguo y el nuevo testamento se haría interminable. Hoy son la teología y la espiritualidad de la liberación quienes han asumido mayoritariamente esa denuncia profética, y han tenido que cargar sobre sí el mismo conflicto que los profetas bíblicos y los profetas de siempre afrontaron tanto frente a los poderes civiles como frente a los detentadores del poder insititucional de la respectiva religión establecida.

¿Y el escándalo?

Bueno, el escándalo está ahí, a la vista de todos, pero tan profundamente introyectado en el inconsciente occidental que muchos no lo captan. Ahí está ese 20% más rico de la población mundial -en su mayor parte teóricamente cristiano-, el que según el informe del PNUD de 1992 se reparte el 82,7% de la riqueza mundial y deja al resto del mundo, a las cuatro quintas partes de la humanidad, con el 17% de los recursos.

El escándalo está en todos esos cristianismos «light», suaves, «sensatos», que huyen de «radicalismos», que conviven con el sistema sin mayores problemas. Son cristianismos «descafeinados», que con el paso del tiempo han perdido la memoria peligrosa de Jesús y de su Causa. Han olvidado ya que originalmente eran seguimiento de un profeta radical que murió como ajusticiado político porque su predicación y su esperanza subvertían el sistema del templo y del imperio…

No importa que a veces nos puedan decir que en la teología y la espiritualidad de la liberación somos un tanto insistentes, y hasta monotemáticos quizá, al hablar del Reino y sus exigencias. Aunque fuéramos obsesivos, no estaríamos haciendo otra cosa que dejándonos llevar de la que fue la manía de Jesús, su obsesión insistente. Lo que importa es centrarnos y concentrarnos en la pasión del Reino, porque ese filón es el esencial, el «unum necessarium», frente al que todo lo demás «se nos dará por añadidura».

Esperanza a toda prueba

En esta hora de desesperanza, cuando muchos han abandonado la lucha y creen que ya no hay lugar más que para la sobrevivencia o el «arrégleselas cada uno como pueda», suena renovada para los cristianos la hora de la esperanza.

Muchas esperanzas han muerto porque no eran verdaderas esperanzas de calidad. Lo parecían, pero no lo eran. Muchos apostaron por la esperanza porque ya «veían» su triunfo inminente[19]. Otros esperaban el triunfo de los pobres porque era una verdad «científica» que su triunfo llegaría inexorablemente por las leyes dialécticas de la historia. En el fondo, no había que hacer mucho esfuerzo para tales esperanzas. No eran «esperanza contra toda esperanza», sino esperanza basada en supuestas evidencias.

Ahora que el triunfo inminente que ya llegaba desapareció sin saber cómo, y que las «certezas científicas» se han derrumbado estrepitosamente, los que tenían esas esperanzas ya no son capaces de levantar sus ojos hacia adelante. No encuentran base en la que apoyar su esperanza.

Enrique Dussel ha dicho que en esta nueva hora, sólo los cristianos pueden sacar adelante la esperanza que sostenía a los marxistas. Pero se refiere a la esperanza de calidad, fundamentada en la opción por los pobres y en la fe:

– en la opción por los pobres, en la verdadera opción por los pobres. No la de aquellos que optaron por los pobres porque parecían los triunfadores del mañana, sino porque eran los perdedores de hoy. Hoy día lo son más aún, y por eso los que optaron maduramente por los pobres encuentran más motivos aún para optar por ellos.

– en la fe: porque ahora ya no hay «certezas científicas» en que apoyarse. Al contrario: parece evidente que no hay salida. Por eso la esperanza hoy no puede ya autoengañarse: ha de ser esperanza contra toda esperanza, contra toda evidencia. No nos apoyamos en ninguna certeza humana, sino en la pura fe.

Estamos pues llamados a una esperanza purificada, más desde la fe, más por los pobres-pobres, más como Jesús en el momento cumbre de su vida. La esperanza verdadera vale tanto más cuanto más gratuita es, cuantas menos evidencias tiene, cuanto más encuentra sus razones en el coraje de seguir apostando por la Causa de Jesús.

Esta esperanza, hecha de fe y de amor, puede ser el hilo conductor de la espiritualidad necesaria en esta «noche oscura» de utopías y de esperanzas. Y el gran papel de los cristianos puede ser, en esta hora histórica, el testimonio de la inconformidad, la tenacidad de la esperanza, la inclaudicable esperanza de Jesús.

Una esperanza macroecuménica

Una mirada amplia puede ser el mejor antídoto contra la asfixia que nos pude sobrevenir si nos encerramos en miradas alicortas. La esperanza, la Causa, la lucha… exceden el ámbito de cualquier Iglesia. Dios y su Reino son más grandes que nuestras timoratas perspectivas. Más aún: las transformaciones son más profundas; aunque en la superficie todo parezca estar bloqueado y como paralizado, la historia no se detiene. Sólo los superficiales pueden hablar de «fin de la historia».

Si tuvieran razón los que se empeñan en hacernos creer que las utopías han fracasado y que ya no va a ser posible intentar una transformación del sistema, quien habría fracasado no serían simplemente esas utopías, sino Dios mismo y su proyecto, Jesús y su Buena Noticia, y la humanidad misma. La proclamación del triunfo del neoliberalismo es, simultáneamente, la inconsciente proclamación del fracaso de Dios, de Jesús y de la humanidad.

No sabemos cómo. Ni cuándo. Quizá nos toque caminar, como Moisés, previendo que no entraremos en la utopía de la tierra prometida. O quizá en cualquier momento aparezca en el horizonte una luz nueva. Quizá repentinamente se quiebre esa arrogante solidez que el imperio dice poseer. Nosotros, en todo caso, no nos resignamos a dar por terminada la historia. Nos rebelamos contra el decreto de la desesperanza.

Dios hace fermentar su proyecto más allá, más abajo, más al fondo y más adentro de lo que nosotros percibimos. También durante la noche oscura la semilla sigue creciendo, aunque nosotros no veamos cómo. El Reino vive. La lucha sigue.

Notas a este texto sobre la Utopía de Jesús

[1] He recogido estos rasgos también en ¿Qué queda de la opción por los pobres?, en «Alternativas» 1(1993)101-127.

[2] He abordado otros aspectos no cristológicos en el citado artículo.

[3] En la catequesis tradicional no aparecía este rasgo. También en la teología del «seguimiento de Jesús» típica de la vida religiosa ha estado en buena parte ausente, específicamente en el aspecto a que nos estamos refiriendo; la pobreza, el celibato de Jesús o cualquiera de las otras dimensiones de su vida han estado más presentes en esa teología que la Causa/Utopía central desde la que tales dimensiones cobran su sentido. Me pregunto cómo este elemento tan importante y central de la vida de Jesús ha sido tan preterido y hasta olvidado. Hoy día, sin embargo, en las presentes circunstancias, es obligado subrayarlo.

[4] Así se expresaban muy bellamente en su declaración final los cristianos participantes en la Asamblea del Pueblo de Dios en Quito, en septiembre de 1992.

[5] 122 veces aparece en el evangelio, 90 de ellas en boca de Jesús. Incluso después de muerto, los 40 días que Lucas le atribuye en medio de sus discípulos una vez resucitado, los aprovechó Jesús para hablarles a sus discípulos_ ¡del Reino! (Hch 1, 3).

[6] SCHILLEBEECKX, Gesù, storia di un vivente, Queriniana, Brescia, 1980. RAHNER – THÜSING, Cristología. Estudio teológico y exegético, Madrid 1975. J.I. GONZALEZ FAUS, La Humanidad Nueva, Eapsa, Barcelona 1981. L. BOFF, Jesucristo el liberador, Sal Terrae, Santander 1980, pág. 66, nota. I. SOBRINO, Cristología desde América Latina, CRT, México 1977.

[7] L. BOFF, Testigos de Dios en el corazón del mundo, ITVR, Madrid 1977, pág. 281.

[8] Con frecuencia se trata de «reduccionismos». Entre ellos, los más comunes no son precisamente los que más han sido denunciados ante la posibilidad de la utopía.

[9] SOBRINO, Cristología desde América Latina, introducción. Y, como dice Sobrino, cuando el creyente cree encontrarse en Jesús -reducido a su persona- con lo absoluto, ya lo tiene todo y no siente necesidad de dirigirse a la historia.

[10] Un sentido que podríamos denominar «barthiano», que contrapone religión y fe.

[11] Hoy puede aparecer más claramente como una paráfrasis bíblico-teológica de una simple moral humanitaria, de la religiosidad popular, o de la religión pequeño burguesa, privadas en cualquier caso de toda dimensión más estructural o históricamente transformadora desde la utopía.

[12] En América Latina decimos que «la Biblia y el periódico» son nuestras dos lecturas, y que la primera es para iluminar la segunda. También decimos -retomándolo de san Agustín- que Dios escribió dos libros, no uno: el primer es la creación, la historia, la vida; el segundo, la Biblia, fue escrito para ayudarnos a entender el primero. H. de LUBAC, Esegesi medievale. I quattro sensi della Scritta, Paoline, Roma 1952, pág. 220-221.

[13] Nos remitimos en este momento a los enfoques comunes que la teología de la liberación presenta sobre el RD.

[14] Cfr. el capítulo «Contemplativos en la Liberación», en CASALDALIGA-VIGIL, Espiritualidad de la Liberación, «Envío», Managua 1992, pág. 149ss. Hay ediciones en 11 países latinoamericanos, más España e Italia.

[15] Aquí estaríamos empleando la palabra nuevamente de un modo barthiano.

[16] Realmente, no sólo nominalmente.

[17] Transgreden efectivamente el segundo mandamiento de la Ley de Dios, que también vale para el nombre de Cristo.

[18] «A lo largo de los siglos, muchos millones de personas han venerado el nombre de Jesús; pero muy pocas le han comprendido, y menor aún ha sido el número de las que han intentado poner en práctica lo que él quiso que se hiciera. Sus palabras han sido tergiversadas hasta el punto de significar todo, algo o nada. Se ha hecho uso y abuso de su nombre para justificar crímenes, para asustar a los niños y para inspirar heroicas locuras a hombres y mujeres.

A Jesús se le ha honrado y se le ha dado culto más frecuentemente por lo que no significaba que por lo que realmente significaba. La suprema ironía ante la utopía consiste en que algunas de las cosas a las que más enérgicamente se opuso en su tiempo han sido las más predicadas y difundidas a lo largo y ancho del mundo_ ¡en su nombre!». A. NOLAN, ¿Quién es este hombre?, Sal Terrae, Santander 1981, pág. 13.

[19] Pero dice Pablo que cuando ya se ve no hay lugar a la esperanza (cfr 1 Cor 13, 8-13).

Palabras clave: La utopía de Jesús, Jesús y la utopía

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