México es un país que envejece, y lo hace muy rápido. En menos de tres décadas, el índice de envejecimiento, es decir, la relación que existe entre la población se incrementó 2.85 veces. En efecto, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), pasó de 16 a 47.7. Es importante decir que ese índice mide el número de personas mayores de 60 años, por cada 100 niñas y niños de hasta 14 años de edad.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
De acuerdo con la tendencia registrada, y de continuar con el ritmo de aceleración que tiene, a más tardar en el año 2050 el país llegará, en promedio, a un índice de 100, es decir, habrá la misma cantidad de personas adultas mayores que de niñas y niños de hasta 14 años.
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Debe decirse también que hay muy importantes diferencias entre los estados de la República. Por ejemplo, una tercera parte de los estados del país tienen ya índices superiores a la media nacional, destacando seis de ellos: Yucatán, con un índice de 52.4; Sinaloa, con 52.7; Colima, con 52.9; Morelos, con 58.5; Veracruz con 59 y la Ciudad de México, con 90.2. Al respecto se subraya el hecho de que se espera que, a más tardar en el 2030, la Ciudad de México llegue a un índice de 100. Y en el mismo caso podrían ubicarse Morelos y Veracruz, pues en esos estados, el índice de envejecimiento se cuadriplicó entre 1990 y 2020.
En el sentido opuesto se encuentran los estados de Tabasco, con un índice de envejecimiento de 39.4; Baja California Sur, con 38.4; Aguascalientes, con 37.7; y con 28.7. Chiapas y Quintana Roo, respectivamente. Al respecto debe señalarse que, aún cuando sus índices son los más bajos del país, las tendencias también son muy aceleradas, pues en Chiapas, el ritmo observado de crecimiento fue de 2.68 veces entre 1990 y 2022; mientras que en Quintana Roo el cambio fue de 3.54 veces al alza.
Esta estructura demográfica impone enormes retos para el país, porque ratifica lo que se ha venido argumentando desde la década de los 90: México requiere una nueva estrategia de desarrollo sostenible para el sureste, porque será una de las regiones con mayor fuerza de trabajo en las próximas tres décadas; mientras que, en entidades como la Ciudad de México, y las otras mencionadas, la fuerza de trabajo se irá reduciendo gradualmente, pero con ello, también irán cambiando los perfiles profesionales de los empleos que se puedan ofrecer.
Por otro lado, también debe considerarse que además de la transición demográfica señalada, México encara una muy acelerada transición epidemiológica, que ha llevado a una carga de enfermedad cuyo peso en la mortalidad y en la hospitalización de personas se concentra en no más de 30 padecimientos.
Aunado a lo anterior, es necesario comprender que esta configuración de la epidemiología del país exige diferenciar la edad cronológica de la edad biológica de las personas. La primer, está obviamente referida al tiempo transcurrido desde el nacimiento; pero la segunda, se refiere a lo que podría considerarse como el “envejecimiento real” dadas las condiciones de salud en que se encuentra el organismo de la gente.
Esta “edad biológica” está determinada genéticamente, pero también por el estilo y hábitos de vida y condición general de la salud de las personas. De tal forma que, por solo citar un ejemplo, no tendrían la misma edad biológica dos personas que, teniendo 50 años de edad cada una de ellas, en uno de los casos se tenga hipertensión, diabetes y obesidad, frente a otra persona que lleva un estilo de vida saludable.
Desde esa perspectiva, el Estudio de carga de la Enfermedad en Personas Adultas Mayores: un reto para México, elaborado den 2017 por el Instituto Nacional de Geriatría y del INSP, las mujeres adultas mayores pierden, en promedio, 11 años de vida saludable; mientras que, entre los hombres, la pérdida es de 8.5 años por enfermedades crónicas.
Es de hacerse notar además que hay una muy importante “sobre mortalidad” de varones frente a las tendencias registradas entre mujeres, desde los 55 años de edad; y de manera mucho más notable, a partir de los 55 años; lo que nos está llevando rápidamente a una sociedad donde hay decenas de miles de mujeres viudas, que en no pocos casos se encuentran solas y sin asistencia para el cuidado y la atención que se requiere para su edad.
Desde esta óptica, discusiones sobre el sistema de pensiones y el sistema nacional de cuidados, están ante el desafío en el corto plazo de reconocer que las transferencias monetarias, si bien son indispensables y en miles de casos, insustituibles, no bastan para la garantía de una vida digna para las personas, más aún cuando todos los estudios muestran que esos ingresos se convierten en “gastos de bolsillo” para cubrir acceso a servicios médicos o alimentarios que deberían estar garantizados por otras vías.
Construir una sociedad para todas las edades requiere recursos. Y por ello, todo esto depende de que la próxima administración aborde la tarea pospuesta por décadas, de construir un amplio consenso para reestablecer el pacto social, el cual no puede comenzar por otra parte sino por una profunda reforma fiscal integral que grave progresivamente los ingresos y la riqueza, y que distribuya de manera justa y eficiente los recursos disponibles.
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Investigador del PUED-UNAM