En la película de La última tentación de Cristo, dirigida magistralmente por Martin Scorsese, hay una escena que presenta una versión libre de lo que posiblemente ocurrió en el llamado Sermón de las bienaventuranzas: en ella, el personaje de Jesús bendice a los pobres y lanza la advertencia de que “aquellos que hoy ríen, mañana llorarán”. Acto seguido, se escucha a varios de los presentes gritar “maten a los ricos”, ante lo cual, Jesús, desesperado, aclara: “dije amor, no dije matar”.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Lo artístico del cine, explicaba Walter Benjamin, no se encuentra en las imágenes captadas por la cámara; ni siquiera por los encuadres que se logran; sino en que a través del lente lo que se capta es un montaje, en el que cada componente singular es la reproducción de un suceso que no es en sí mismo una obra de arte. El arte escapa así, entre otros temas, de la necesidad de construir la “apariencia bella” o el reflejo de la verdad, y se coloca en el centro de la construcción de signos e incluso de nuevos referentes. Es pues, lenguaje en movimiento, es expresión y significado que se crea y que recrea con ello el mundo circundante.
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Desde esta perspectiva, la escena que se menciona es ilustrativa de un instante en el que no importa tanto qué se dice, sino cómo lo escuchan quienes reciben el mensaje. Es un ejercicio fantástico de Scorsese porque no sólo remite a las posibles reacciones de una masa, sino, ante todo, a la responsabilidad de quien dirige un mensaje a un público que no es necesariamente pasivo, sino que está ávido de un impulso para pasar a la acción.
En esa medida resulta pertinente preguntarse qué significa que el jefe del Estado mexicano arengue a decenas de miles de personas reunidas en el Zócalo capitalino, a través de las frases “muera la corrupción”, “muera el clasismo”, “muera el racismo”. Quienes leen favorablemente el mensaje, escuchan un llamado a erradicar de raíz a esos fenómenos perniciosos para la sociedad mexicana. Sin embargo, cabe también la pregunta: ¿cuántos de quienes lo escucharon directamente o a través de la televisión, las redes sociales y la radio no escucharon otra cosa?
¿Qué significa que un Jefe de Estado, en un país con más de 30 mil asesinatos por año, en los últimos cinco años, llame a dar muerte, aún simbólicamente, a ciertos fenómenos que están asociados a personas que los cometen? ¿Qué significa llamar a la aniquilación de algo, desde el balcón principal del Palacio Nacional?
Habrá quien sostenga que estos planteamientos son exagerados, y que de hecho el presidente evocaba el “grito de Dolores”, en el que llamó a dar muerte al mal gobierno. Pero siendo así, no debe olvidarse ni dejarse de lado que el llamado de Hidalgo era armas en mano y de frente a un gobierno opresor. Dar muerte al mal gobierno significó en ese momento dar muerte “a los gachupines”.
En este caso, la responsabilidad de erradicar la corrupción y de generar políticas para prevenir y erradicar la discriminación y la intolerancia es de quien lanza la arenga. Por ello queda la duda; ¿a quién es el llamado o el reclamo? Y sobre todo: ¿por qué un reclamo radical como el expresado en el deseo de muerte de esto que considera tan odioso el presidente -no sin razón-, y que debe ser exterminado o aniquilado?
Por ello también la pregunta de si estas frases son meras frases, o son un llamado a la acción. Y si son ideas que buscaba “sembrar” entre la población, ¿por qué desde un escenario cargado del mayor simbolismo en el calendario de las fiestas patrias mexicanas?
Las palabras tienen un peso específico, y es cada uno quien debe hacerse cargo de ellas. La cuestión es cuando esas palabras detonan o buscan detonar una acción. Y dado que el presidente de la República ha reiterado una y otra vez que su discurso es de corte moral, no puede dejar de alertarse que ese tipo de discurso tiene siempre un sentido prescriptivo, es decir, hay un mandato que se espera sea asumido por los demás para guiar su acción.
¿Qué quiere el presidente y cómo piensa que puede llevarse a cabo a partir de esa arenga? Desde la perspectiva laica y de gobierno, lo que se podría pensar es que este 16 de septiembre anunciaría mayores recursos, por ejemplo, al CONAPRED, o bien una reforma constitucional para darle mayor capacidad de acción, autonomía y transparencia en sus acciones. Porque de otro modo, estaríamos ante una posición por demás ingenua, preocupante, relativa a creer que el solo llamado a la población basta, y que auténticamente cree que ya logró lo que él llama “la revolución de las conciencias”.
Los discursos pueden pensarse y pronunciarse con la mejor de las intenciones. Pero lo que no puede hacer un jefe de Estado es ser críptico, jugar con la ambigüedad de los signos y de las palabras, o peor aún, decir cosas sin la mesura y reflexión suficiente para convertirlas en mensajes emitidos desde la máxima posición de poder en la sociedad mexicana.
¿Qué es pues dar muerte a la corrupción? ¿Qué es dar muerte al clasismo? ¿Por qué eligió esos fenómenos como los más perniciosos? ¿Por qué no dar muerte, por ejemplo, a la desigualdad, a la pobreza, a la marginación? Y una vez más, ¿por qué ante la tradicional arenga de los “vivas” recurrir al antagonismo radical del “muera”, en una sociedad que precisamente está dolorida y agraviada por tanta muerte, tanto la generada por la violencia como la provocada por la negligencia pública para erradicar la muerte evitable?
Las arengas del presidente hablan de un estado de ánimo, persona y quizá institucional. Reflejan, quizá, la toma de conciencia de que está muy cercad del fin de su mandato, y muy lejos de lograr lo que se imaginó que iba a conseguir al llegar al poder.
Todo presidente hace uso de los recursos que tiene a su alcance para lograr sus objetivos. Y en el caso del actual, está dispuesto a recurrir, sobre todo, a la dimensión simbólica: tal vez una de las más eficaces, pero también, históricamente así ha ocurrido, la más peligrosa.
Más allá del sujeto, el lenguaje habla: y respecto del que usa el presidente debemos estar muy atentos; porque entre signos y símbolos el piso es de lo más resbaladizo, y puede llevarnos a tropiezos o caídas realmente graves.
Investigador del PUED-UNAM
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