El miedo a transitar por las calles es un reflejo preocupante de la inseguridad que afecta tanto a México como a otros países de América Latina. Este fenómeno, evidenciado por encuestas como la ENVIPE 2024 en México y el Latinobarómetro 2024, es muestra de la complejidad y multiplicidad de factores que llevan a la ruptura de los procesos de cohesión y convivencia social.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Según el Latinobarómetro 2024, la delincuencia y la inseguridad se posicionan como el segundo problema más importante percibido en la región, solo detrás de los problemas económicos. En países como El Salvador, México y Colombia, la violencia organizada ha moldeado de manera significativa la percepción de seguridad ciudadana. El informe también destaca que el 45% de los latinoamericanos declara sentirse inseguro al caminar por su barrio durante la noche, un indicador que refleja la desconfianza hacia el entorno más inmediato.
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En México, los datos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2024 arrojan un panorama alarmante: más del 75% de los mexicanos considera peligroso caminar por las calles de su localidad durante la noche; esta percepción es más aguda en las zonas urbanas, donde el 82% de la población señala inseguridad en las calles, en comparación con el 62% en áreas rurales.
Asimismo, es necesario destacar que, según el propio INEGI, las mujeres, los jóvenes y las personas mayores son los grupos que reportan un mayor miedo al transitar, especialmente en horarios nocturnos.De este modo, la percepción de las calles como espacios inseguros, en lugar de ser lugares de convivencia y encuentro comunitario, está influenciada por una serie de factores que combinan elementos estructurales, sociales y culturales.
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En primer término, hay una marcada presencia de violencia palpable y cotidiana. En miles de localidades de México, la presencia de actos de violencia, como asaltos a plena luz del día, disparos en áreas públicas y conflictos entre grupos criminales genera una atmósfera de constante amenaza.
Todo esto ocurre en un contexto de deterioro del entorno urbano. En efecto, la falta de mantenimiento de espacios públicos, calles mal iluminadas, edificios abandonados y basura en las calles, entre otros elementos, envía señales de descuido y falta de control por parte de las autoridades. Este deterioro urbano disminuye el sentido de comunidad y facilita la comisión de delitos.
A lo anterior se suma una débil presencia de la autoridad, caracterizada por la insuficiencia policial, tanto número como en capacidad, además de la corrupción dentro de las fuerzas de seguridad en todos los niveles; lo que se traduce en una profunda desconfianza hacia las instituciones encargadas de proteger a los ciudadanos.
En este contexto, en cada vez más amplias regiones de México, la presencia de grupos del crimen organizado que controlan territorios limita la movilidad y las posibilidades de una vida cotidiana en paz
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Por otro lado, hay una profunda cultura de desconfianza en las autoridades y de incumplimiento de la ley, generándose círculos viciosos en que el tejido social se ve erosionado, llegando incluso a la afectación de la confianza y la solidaridad con vecinos y desconocidos. En contextos donde prevalece la violencia y los delitos, la interacción entre las personas disminuye, transformando las calles en meros espacios de paso, más que en lugares de interacción y encuentro.
A ello abona la ausencia de infraestructura inclusiva en prácticamente todo el país: los espacios públicos no están diseñados para promover la interacción social o el uso comunitario. Asimismo, la falta de parques, áreas recreativas y mercados seguros reduce las oportunidades de interacción positiva entre los vecinos, perpetuando el aislamiento.
No podemos seguir siendo un país donde las personas limitan sus actividades al aire libre, reducen su participación en eventos comunitarios y evitan horarios considerados peligrosos, pues todo ello fractura e imposibilita la cohesión social. A largo plazo, esta dinámica debilita los lazos entre los habitantes y fomenta una cultura de aislamiento, lo que va en contra de una sociedad solidaria, democrática y participativa. Y es por todo ello que la transformación de estas condiciones no puede esperar más.
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Investigador del PUED-UNAM
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