Las cartas que se enviaron por diferentes expedicionarios a la Corona española constituyen una forma de narrativa de características peculiares que, de algún modo, los convierten en un género específico: las crónicas de la Conquista.
Su redacción obedeció a dos motivos: uno jurídico-político, y uno más personal, dirigido a la construcción (quizá invención), del presente y futuro de la memoria vivida y pensada de América.
Las cartas de relación, escritas por Hernán Cortés obedecen al primer propósito señalado. Son los informes de que manera “oficial” eran enviadas al Rey de España, con el fin de darle a conocer cuáles tierras eran las que pasaban a formar parte de la corona. Al mismo tiempo, garantizaban los beneficios a que tenía aquel que colonizaba y garantizaba el dominio de nuevos territorios para el imperio en formación.
En el otro extremo, se encuentran Los Naufragios de Cabeza de Vaca, quien convierte a la narración en una especie de diario íntimo, en el cual plasma la visión del conquistador. Este se enfrenta a sí mismo en medio de un conjunto de nuevas configuraciones científicas, políticas, económicas y hasta epistemológicas que están en constante contradicción y redefinición.
En su análisis de Los naufragios, Leticia García Sierra sostiene: “Descendiendo desde la situación de privilegio y poder a la de esclavitud forzada y supervivencia dramática, Núñez conoció como nadie el nuevo mundo, en un proceso epistemológico o de aprehensión de la realidad circundante vivido desde dentro y en primera persona. No hizo, como otros, la crónica de las tierras conquistadas, sino de las que recorrió desnudo, y con ello aportó luz sobre gentes y lugares desconocidos.”
El caso de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, se trata de una obra que no fue enviada por su propio autor al Rey.
En realidad, la primera versión que se hizo llegar a España fue enviada por Pedro Villalobos, en 1575. “En 1586 Teresa Becerra, viuda de Bernal, lo reclamó, aun cuando no se sabe bien a bien qué ocurrió después, salvo que pasó por varias manos hasta que llegó a las de Lorenzo Ramírez del Prado, miembro del Consejo de Indias y célebre por su afición a los libros (1)” .
Lo anterior implica tres cosas: en primer lugar, a diferencia de las relaciones de Cortés, que eran enviadas de manera directa a manera de cartas mientras se llevaba a cabo la Conquista.
Un nuevo estatuto epistemológico
El texto de Bernal Díaz del Castillo es un libro construido completamente a posteriori, fruto de una sistematización e ilustración editorial, y que no cumplían el mismo propósito de informar de manera inmediata al rey de lo que el escritor estaba percibiendo de la nueva realidad conquistada.
En segundo término, el propio título de esta Historia revela la voluntad de poder “oculta” en la voluntad de saber de Díaz del Castillo; en efecto, al adjetivar como “Verdadera” a su narración, lo que se intenta es dotar de un estatus de indubitabilidad de lo escrito.
Pero aquí es relevante hacer notar que en la fecha en que fue editada y publicada. La obra ya forma parte del nuevo estatuto epistemológico que se está construyendo en la modernidad, que apela a lo verdadero, sí, por la autoridad, pero también basándose en el poderío de la evidencia. Es decir, de la potencia implícita de ser “testigo y actor” de lo narrado.
En tercer lugar, destaca la idea plena de dominio del otro en esta obra; es decir, la construcción de la “identidad del conquistador”, que está en proceso de construcción con Hernán Cortés, en Díaz del Castillo toma forma plena al identificarse a sí mismo como parte artífice fundamental de la construcción de lo que ya denomina como “Nueva España”.
Tal afán de dominio no era exclusivo del autor. En efecto, se estaba construyendo ya en España una noción imperial, en el marco del Estado moderno. Y en un contexto de ebullición intelectual (con el Renacimiento); científica (con la revolución copernicana, como le llamaría siglos adelante Kant); y filosófica y espiritual (que se expresaría en la noción de la nova aetas en obras como la de Moro y Campanella, y en el cisma expresado en la Reforma luterana).
Las imágenes de la Conquista
Las ilustraciones de la primera edición de la Historia de Díaz del Castillo no dejan lugar a dudas. Por ejemplo, a continuación se muestra una de ellas, tomada de la “edición del Bicentenario, que recupera precisamente las imágenes plasmadas en la edición de 1575.
La imagen es elocuente por sí misma. El conquistador, con la armadura de combate puesta, y la espada lista para la lucha, observa a los dos indios postrados, no sólo ante la cruz y la imagen de la virgen María, sino también -y esto es al mismo nivel de importancia-, de él mismo. Es, sin lugar a dudas, la modernidad colonizadora plasmada en una ilustración.
En este caso, a diferencia de Los naufragios de Cabeza de Vaca, donde las figuras son dialécticamente contradictorias (los indios escandalizados por el canibalismo de los españoles, el colonizador temporalmente esclavizado), hay una plena conciencia de sí y del papel que se tiene en la historia. Es divulgador del evangelio, impulsor de la expansión del imperio español, diseminador de la lengua de Castilla y, en síntesis, portador de una nueva realidad que define al mundo, pero desde la cual también se define a sí y a los otros.
En las Relaciones de Hernán Cortés permanece un espíritu de cruzado, y la conciencia de quien no tiene claridad de cuál es el destino final de la empresa que se ha puesto en marcha. En Díaz del Castillo hay una plena certeza de la realización de la Conquista, sí como proceso colonizador y evangelizador, pero también como proyecto político-militar en pleno despliegue.
Tres documentos, un contexto
Como todo texto, los tres documentos que aquí se comentan son parte de un contexto. En este caso, no es casual que en los tres se comparten elementos que aparecerán con toda nitidez en autores que llevarán al Español a uno de sus puntos más brillantes en el siglo de oro (Góngora y Lope, destacadamente). Por ejemplo, están los proemios con los cuales se saluda denodadamente a quien recibirá el texto.
Destaca también que en los tres casos, los textos están construidos en primera -podría decirse primerísima- persona. Esto también denota la actitud moderna de una nueva subjetividad que, si bien es cierto que apela constantemente al favor y la gracia divina, es muestra permanente de la voluntad personal de ser y estar en el mundo como su organizador y constructor.
Las crónicas de La Conquista son, en ese sentido, un género efectivamente específico de despliegue de una nueva forma de narrar, de construir un discurso. Son, literalmente, una nueva narrativa de lo que se pensaba que era el mundo, cómo debía ser y cuál es era papel del nuevo sujeto histórico -el conquistador- frente a los otros conquistados.
Lee también: “MIGUEL LEÓN PORTILLA”
- Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, Editorial Trillas, México,
2012 (edición del Bicentenario). Presentación a la obra.